22 de diciembre de 2008
















Hace dos años hice esta foto al pasar por Vegadeo, en Asturias. Lo recuerdo bien, era el final del verano y estaba a punto de volver a Huesca. El día era muy gris. Ese letrero llevaba meses colgado sobre la carretera principal, tal vez desde la navidad anterior. Alguien decidió no tocarlo y allí continua todavía. Me gustan esos letreros luminosos, solitarios, aislados, en mitad de un día gris o de la noche. Y verlos del revés, cuando apenas se pueden leer las palabras.

Creo que fue en esa misma navidad cuando un amigo me envió una felicitación con una foto de un pulpo ahogándose en el fondo de un barreño de plástico, recién pescado. ¿Feliz qué? decía el texto.

No sé que responder a las felicitaciones que me llegan estos días. Siempre me gusta saber de quien las envía, pero me quedo paralizado y apenas devuelvo el correo electrónico. Hago todo lo que puedo para que esto pase rápido e intento buscar una opción intermedia que me obligue a poco, que me deje encontrar un espacio. Tal vez es algo bastante compartido. Hoy, por ejemplo, cansado de escribir papeles burocráticos, pude escuchar la música de cámara de Stravinski y ahora por la noche espero ver la última película de Clint Eastwood. Y dormir bien.

21 de diciembre de 2008

Beethoven y James Agee

¿De dónde procederá el gusto por ordenar lo que aparentemente no lo está?. A mí, según los días, me produce un placer especial, siento que tras establecer un nuevo orden alguien me ha concedido más oportunidades para seguir el juego, que ahora sí y que lo mejor está aún por llegar, que ésta vez... casi todo va a ser diferente. Suele durar poco esta percepción, porque al mismo tiempo experimento el sinsentido y la ingenuidad de esta valoración.
En uno de esas sesiones que buscan salir del desorden, me crucé con el libro de James Agee Elogiemos ahora a hombres famosos. Y al final del prólogo, Agee escribe:
Beethoven dijo una cosa tan temeraria y noble como lo mejor de su obra. Según mi memoria, dijo: "Quien entiende mi música no volverá a conocer nunca la infelicidad". Lo creo.

La naranja mecánica

Ayer, la Sinfonía núm. 9 de Beethoven, con la Real Filharmonía de Galicia y la Sociedad Coral de Bilbao. Y se agotaron las entradas. Hasta ese momento, nunca había visto el Auditorio a rebosar. ¿Por qué había tanto público?. Tal vez era el ansia de escuchar y reconocer, o de acercarse al compositor. No lo sé. En todo caso, esto es algo muy engañoso que hace falta olvidar para poder escucharla.
Además de la sinfonía de Beethoven, para mí esta es la música de La naranja mecánica de Stanley Kubrick. Cuando sonó el Molto vivace recordé perfectamente lo que sucedía en la película, también los sonidos tan perturbadores de la versión para el cine, la música de Ludwid Van según el protagonista. De lo que conozco, Kubrick es quien mejor ha usado la música llamada clásica. Siempre he percibido una unión fuerte, aunque difícil de concretar, entre sus bandas sonoras y sus imágenes.
Pero aunque éste fue un concierto intenso, la única vez que ví al público del Auditorio de Santiago ponerse en pie y aplaudir durante varios minutos, fue en el anterior concierto: el del pianista Arcadi Volodos. Una vez terminado el programa, y ante la insistencia, creo que ofreció unas cuatro piezas extras, en realidad siguió tocando hasta que alguien encendió las luces de la sala rompiendo aquella atmósfera de complicidad. Daba gusto verle sentado frente al piano, sus movimientos y su concentración. Y como tocó especialmente la pieza final de Franz Liszt.

17 de diciembre de 2008

En voz bien alta

Hay cosas tan privadas que sólo se pueden decir en público, escribió alguien, o tal vez sea que al decirlas así, en voz bien alta, uno mira de exorcizarlas, de ahuyentarlas definitivamente de la propia vida.
Manuel Cruz

...tantas cosas que contarte

Esta mañana, al salir de la cita que tenía con el médico del hospital fui a desayunar a una cafetería cercana. Hacía frío, aún era temprano. Me senté frente a una mesa del fondo del local, escapando del frío que entraba por la puerta cada vez que se abría. Mientras tomaba el café y miraba por el gran ventanal, vi acercarse por la acera a una mujer joven con su hija pequeña, de unos dos años. Las dos me llamaron la atención. Eran una pareja bien compenetrada y la niña traía una bufanda más grande que ella, bien enrollada alrededor de casi todo su cuerpo. Su vestido era divertido, aunque ella venía muy seria. Entraron a la cafetería y comenzaron a sacarse los abrigos. Seguían formando una pareja excelente. La niña se puso de rodillas en la silla para poder mantener una buena altura respecto a la mesa y parecía que a la conversación con la que tenía que ser su madre, que al rato la llevó en brazos al cuarto de baño. Había un encantamiento, o algo por el estilo, en ver a aquellas dos mujeres y también en ver como se necesitaban. Me gustaba observarlas. Cuando decidí salir tenía que pasar a su lado. Así que les sonreí y apoyé mi mano en la cabeza de la niña, mientras la miraba para que no se asustase. Entonces su madre me devolvió la mirada y comenzó a traducirle lo que estaba pasando. La niña miró hacia donde yo debía estar, ya no llevaba la bufanda, tenía un vestido con un gran bolsillo delantero, como para dejar todos los lápices del mundo. Había algo en sus ojos que no se concretaba, más gris de lo normal, en el centro. Siguió mi mano en su pelo y dirigió sus ojos hacia donde calculó que andarían los mios. Me despedí de las dos y salí. Esta pieza, tal vez, es de otra música.

15 de diciembre de 2008

Una voz, pese a todo

En el intermedio, tras el concierto de John Corigliano para oboe y orquesta y antes del Pájaro de fuego, anoté en el programa de mano:

Una voz
pese a todo, el oboe por entre todo lo demás
Ahora, con Stravinski sonará toda la orquesta
mientras la lluvia, fuera
iguala cosas tan distintas.
Lo que es importante, lo que construimos
como valioso. Mejor dicho, la voz a lo largo de un sonido

14 de diciembre de 2008

Pájaro de fuego

Hace días que no escribo en el blog. Pero mientras tanto ha habido varios conciertos, dos de ellos inolvidables. Además me apetecía cambiar el aspecto de este cuaderno digital, hacerlo menos negro y tal vez más fácil de leer. Aquí está.

El 28 de noviembre escuché en Coruña El pájaro de fuego de Igor Stravinski. Fue uno de los dos conciertos inolvidables. Había escuchado esa música en un cedé, pero ese día tuve la percepción de enfrentarme a una música nueva, a una pieza desconocida, llena de sonidos que no conocía. Toda la pieza me pareció una contención tumultuosa, impetuosa y duradera. Era algo imposible de ser detenido, condenado a vivir en movimiento, algo que avanza desde lo más soterrado de entre lo que abita en las profundidades, desde un lugar antes que las cosas. Así empieza esta música y así me pareció que continuaba en este concierto de la OSG dirigida por Carlo Rizzi.

De Stravinski leí su Poética musical en un libro fotocopiado, cuando estaba agotado. Ahora, hace ya algún tiempo que se ha reeditado y cada vez que me lo cruzo en las estanterias pienso en volver a leerlo. Sé que aprendí mucho de ese texto. Y de las opciones que Stravinski propone para la música y para el arte en general.

Lo que más me gusta de su música es la importancia que concede a toda la orquesta, a cada instrumento y a cada grupo de instrumentos, y como los va haciendo sonar de manera continua y también heterodoxa. Me parece música nueva que intenta salir a campo abierto (y aún hoy sigue haciéndolo).