17 de enero de 2009

Bajo la protección del sonido

Nada malo parece que pueda suceder cuando uno está cerca de la música. Recorre el cuerpo en todas las direcciones, dedicándose a recolocar con pequeños y decisivos ajustes los órganos vitales. Y el cuerpo lo agradece, porque de otro modo a duras penas conseguiría armonizar un engranaje tan oculto. Algo de esto experimenté el jueves pasado en el concierto de la RFG, dirigida por Anne Manson (la primera vez que veo a una mujer dirigir) y teniendo como solista para una pieza de Chaikovski al violonchelista Asier Polo. En el bis que concedió, interpretó una de las partes de la 3ª suite para violonchelo de Bach. En esa música está todo.
Luego, la sinfonía nº 8 de Beethoven, tocada con una fuerza y una dureza que impedía cualquier vaivén mental y físico, una maravilla.
Y en el descanso, el primer viola habla (como en otros conciertos) con dos niños pequeños que se sientan en la primera fila, imagino que son sus hijos. Se preocupa de situarlos un poco más en el centro de la sala si hay butacas vacías y en todos los respiros que le deja la interpretación está pendiente de ellos.¡ Hay tantos conciertos sucediendo simultáneamente en esa sala cada día !.