26 de noviembre de 2009

La dificultad de los signos de puntuación

Tras ver la película "Control" de Anton Corbijn sobre la vida del cantante del grupo Joy Division Ian Curtis, me pregunto cuántas películas he visto ya que cuentan historias similares de la misma manera. Y de memoria me acuerdo de otras dos. No me refiero a la biografía del cantante, que es la que fue, sino a cómo se colocan los signos de puntuación en esa biografía.

Lo que ya he visto es: un joven músico se enamora, se casa y tiene algún hijo mientras aún es un talento anónimo. Comienza la carrera, la fama llega rápido y los viajes más o menos largos también. Igual que el acercamiento a otras mujeres mientras está fuera de casa. Rápidamente la primera mujer se presenta como menos atractiva (a la Ian Curtis le ponen unos pantalones horribles y la engordan un poquito), el cantante se desencanta y, o bien se va con la nueva o bien pasa a una tercera. Mientras, el talento continua imparable y la injusticia del drama surge a cada paso. En casos extremos como éste todo termina en suicidio.

La muerte de Ian Curtis es inapelable. La colocación de los signos de puntuación que permiten leer el texto de su vida es otra cosa. Lo que veo una y otra vez es una vida de artista enfocada desde el lugar común del genio romántico, cuyo inmenso potencial creativo le impide controlar su evolución como persona a la vez que cuidar sus relaciones más queridas (dos cosas que deben generar buena taquilla y hasta premios en festivales). Un analfabeto emocional capaz de emocionar en los conciertos.

En mi opinión, una mirada que arroja arena a los ojos.

24 de noviembre de 2009

Carreteras secundarias

Casi siempre por carreteras secundarias. Así crucé la Sierra de la Culebra. Llovía, puse la radio del coche e increíblemente la señal llegaba bien, sin mezclarse con las emisoras portuguesas. Había un programa sobre el Orient Express en el que ponían música de Debussy o las Danzas Húngaras de Bela Bartok. Conduje aún más despacio. De París a Estambul, de Europa hasta Asia.

Hacía tiempo que no cogía una carretera tan secundaria, tan fuera de los mapas. Esas rutas siempre me han parecido las más cortas para llegar a un sitio desconocido. También las mejores para encontrarte con perdices en mitad de la carretera.

Momentos brevísimos en los que no hay nada que hacer, nada que comprender. Sólo conducir y escuchar, limpiar el agua del cristal del coche, avanzar, imaginar algunas cosas. Pensé en la cúpula llena de estrellas pintadas que había visto, en la Hidra, Hércules, en el escorpión sobre el que brillaban pequeños puntos dorados a lo largo del cuerpo. Seres vivos en mitad de la noche.

14 de noviembre de 2009

Una y otra vez

Sentados a la mesa de un café antiguo, me dijo una tras otra varias opiniones que eran difíciles de escuchar. Además no las había pedido. Pero no hubo tregua y la conversación derivó hacia una gran dificultad para el destinatario. Cuando terminó, y a la vista del destrozo de quien tenía enfrente, metió la mano en una cartera y sacó un pack con los cinco cedés de Las sonatas para piano de Mozart, interpretadas por Christian Zacarias. Un bálsamo, dijo.

Tardé varios días en sentirme con fuerzas para abrir la caja. Ahora, cada vez que escucho esa música la herida de aquella conversación se reabre para luego volver a cerrarse y un poco más adelante volver a abrirse, como si palpitase, o como si bombease una energía oscura desde el centro. Una y otra vez.

11 de noviembre de 2009

Ríos y mareas

El once de septiembre, justo hace ahora dos meses, me regalaron la película Ríos y Mareas sobre el trabajo de Andy Goldsworthy. Sabía de su existencia desde hacía tiempo, incluso había visto algunas imágenes, tenía muchas ganas de encontrarme con ella. Pensaba que sería una mirada con la que me identificaría, de la que podía aprender mucho, quería escuchar lo que Goldsworthy dice sobre su relación con los ríos, con la tierra, con el color rojo: "El verdadero trabajo es el cambio (...) El río no depende del agua, hablamos del flujo (...) Lo que está debajo de la superficie afecta la superficie". Sobre estar solo en mitad de la montaña, junto al agua, trabajando. Tenía tanta curiosidad y ganas que invertí todo este tiempo en la espera. Dos meses, ni más ni menos. No sé que pensar de esta actitud. La película es una maravilla, su trabajo también.

4 de noviembre de 2009

Teixos, gaios

Otra vez los tejos.
Los frutos rojos del serbal ya están en el suelo, y algunos árboles sin hoja. Pero aún hay castañas recién salidas del nido.
O gaio, el arrendajo. Sigo sin encontrar sus plumas. Subí hasta aquí para volver a sentir este silencio.
Y enterrar dos semillas.
Aquí, en lo más oscuro del bosque, al pie de unas hayas, cerca de un tejo.
Después, desciendo por una ladera suave, sin prisa.
Antes de cenar leo un capítulo que se titula Las trampas de la memoria.

La voz de un aniversario

Debería haber escrito al llegar del concierto, pero estaba muy cansado o no encontré las fuerzas. El viernes pasado el auditorio de Santiago celebraba su vigésimo aniversario con algo especial, Paul Daniel dirigía a la RFG y cantaba Ute Lemper. Era un día especial.

La tarde empezó abriendo un libro de John Cage en una librería. Eso, en si mismo, ya tiene algo de escucha porque de ahí salen siempre cosas inesperadas. Y me encontré con una fotografía de Llorenç Barber en uno de sus conciertos de campanas. Y la memoria comenzó a funcionar. A construir y también a borrar. Casi podría celebrar el vigésimo aniversario del día en que conocí a Llorenç en un concierto de campanas en Segovia. Me pareció un tipo maravilloso.

Llegué al auditorio con mucha antelación para, de alguna extraña manera, concentrarme. Y sentado en la butaca ví pasar una persona que hace otros veinte años formó parte de mi familia y a la que sigo apreciando. Hacía años que no nos veíamos.

Comenzó el concierto. No conocía físicamente a Ute Lemper ni a Paul Daniel. Pero la orquesta sonaba muy bien bajo su dirección y él transmitía la música con sus movimientos, sin batuta, con las manos abiertas. Me gustó. Eran piezas con dureza y sarcasmo de Kurt Weill, reconozco que no era la música que esperaba, aunque la totalidad del concierto le ofrecería sentido a toda esta primera parte.

La fiesta de celebración venía luego. Primero escuché la voz de Ros Marbá leyendo un pequeño texto sobre al aniversario, no me la imaginaba así, aguda, diminuta, excesivamente forzada por hablar en gallego. Y volvió a salir Ute Lemper (con un vestido inolvidable). Para cantar las piezas del exilio de Kurt Weill en EE.UU. Otra música que también incluía nostalgia y dureza, aunque de otra manera. Cantó con emoción y mucha precisión, como una actriz también. Luego, tras una pieza de Erik Satie, interpretó varias canciones que todos conocíamos.

¡Y con qué ritmo!, parecía que había que sujetarla para que no saliese disparada entre sus movimientos casi de baile. ¡Cómo dirigía el sonido por todo su cuerpo, sacándolo en pequeños avances y retrocesos, a saltos, de manera intermitente, en una fluidez constante. Y casi al final, "In the port of Amsterdam", una extraña marcha casi militar hacia la tristeza.

Es el primer concierto de esta temporada en que regresé a casa por la noche en silencio, cien kilómetros escuchando las últimas voces.