15 de marzo de 2009

Un corredor de fondo

Conocí a Murakami.
Escribió en el ejemplar de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, hundiendo el boli en la hoja hasta marcar las dos páginas que estaban por debajo: haruki. Más dos palabras en japonés y la fecha, en la que se confundió en el mes.
En dos días leí su último libro, traducido al gallego. Su tesis sobre la persona que se dedica a escribir o a otro trabajo artístico es: Para manexar algo verdadeiramente insán, a persoa que o manexa ten que ser o máis sa posíbel. Eso le llevó a hacerse corredor de fondo, al tiempo que escritor.

El canto de las grullas y la construcción del pasado

Dice Lobo Antunes: La memoria es una manera de reinventarse el pasado... y el presente y el futuro. Hay quienes predicen el futuro, pero es mucho más difícil predecir el pasado.
Admiro a este escritor y me reconozco en la mayoría de sus escritos breves (no tanto en las novelas largas). Llevo tiempo dándole vueltas a esta idea de la memoria como dueña y señora del pasado. Tengo la sensación de que casi a diario la sorprendo mientras construye laboriosamente un nuevo episodio. Hace su tarea igual que una comunidad de insectos que se aprovisiona de alimentos. Y lo que me muestra al terminar suele ser algo nuevo para mí.

Hace algo más de dos semanas escuché en el concierto de Santiago la sinfonía nº 7 de Einojuhani Rautavaara. No conocía a este compositor finlandés. Su música me impresionó, casi mejor decir que me angustió. Todo en ella llevaba hacia una tensión que no acababa de estallar, un lento y constante ascenso que no parecía tener fin. Mi cabeza exigía un giro, una tregua que no se percibía en aquella planicie desolada. Y siempre en ascenso. Fue una de las pocas veces en que pensé que me faltaba el aire, si aquello se mantenía mucho más, tal vez tendría que levantarme. Miré hacia las butacas de al lado, mis compañeros de escucha parecían nerviosos e impacientes. Al final, muy al final, terminó de la misma manera que se mantuvo durante todo el tiempo. Se me grabó en la memoria.

Días más tarde, mientras desayunaba comenzó a sonar una música en la radio que me parecía haber escuchado otras veces, pero que no identificaba. Misteriosa e hipnótica, podría cogerme de la mano y llevarme donde quisiera. Quedé en suspenso mientras aguzaba el oido. Intentaba saber qué era aquello y aunque tenía prisa lo detuve todo. Aguardé. Cuando terminó supe que aquella pieza era un fragmento de Cantus Arcticus. El locutor explicó su relación con los sonidos de las grullas en sus viajes migratorios. El compositor era Einojuhani Rautavaara.

Entonces mi memoria construyó un nuevo episodio. Donde yo vivía era un lugar de paso de las bandadas de grullas, en febrero hacia las estepas del norte para criar y en octubre de regreso a África. Cuando me instalé allí no sabía nada de ellas hasta que un día un sonido ensordecedor y rarísimo me despertó. El cielo estaba literalmente cubierto de grullas que volaban en perfecta formación mientras emitian su sonido característico. El cuello estirado, parecían corredores de una maratón cuya meta aún estaba lejos, dosificaban sus fuerzas. Desde entonces muchas veces las volví a ver y escuchar.

Un amigo, en aquella época tituló un trabajo fotográfico Aquí vivía yo. Es un buen título, me gustaría cogerlo prestado para hablar de las grullas, la nieve de aquel lugar (el del video de la entrada anterior, que ganaría sin música), Rautavaara y la primavera que ya se instaló en donde vivo ahora.

4 de marzo de 2009

Terminar cansado

Se acabó el día. En realidad hace ya tiempo que es de noche. Estar cansado por haber trabajado en lo que uno quería. Y poder descansar. Eso es todo.
Esta noche sólo pude escuchar, una y otra vez, un disco de Arvo Pärt. Es una melodía repetitiva, parecida a un trazo fino que se escribe una y otra vez sobre una gran hoja. Y al terminar, esperar a que llegue el silencio, tal vez cerrar los ojos, sentir que ha pasado el tiempo.