25 de abril de 2009

Un tambor diferente

Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble (Thoreau, "Walden")

Revisando una libreta encontré este fragmento.

Hace dos días escuché por primera vez en directo los Cuatro últimos Lieder de Richard Strauss, con la soprano Melanie Diener y la RFG. Volví a tener la sensación de que es una musica consagrada a una despedida. Las últimas frases, llenas de agradecimiento y amor por lo que se ha vivido, no siempre fácil.

Leo El sonido es vida, de Daniel Barenboim. Habla, por ejemplo, de la necesidad de que el músico tiene que tocar y escuchar simultáneamente. Y establece muchos paralelismos entre la música y otros aspectos de la vida.

Por mi parte, ahora intento aprender a seguir las voces que coinciden en una misma pieza, los diálogos de la polifonía, el contrapunto, las idas y venidas de una fuga. Sólo soy capaz de empezar a seguirlos si toda mi atención está exclusivamente en la música. Si no es así, tropiezo y me caigo. No es fácil ejercitar la concentración.

2 de abril de 2009

Madurar hacia la infancia

Es una frase de Bruno Schulz.

1 de abril de 2009

No dejes de venir

No sabía como se llamaba aquella mujer. Me quedé parado delante de la puerta mirando los timbres indeciso y con el ramo de flores en la mano. Me daban ganas de dar media vuelta y marcharme. Pero entonces salió de la casa un hombre, preguntó a qué piso iba y me mandó al tercero, a casa de Frau Schmitz.

Hará unas dos semanas que fui al cine a ver la película El lector. No depositaba en ella mucha confianza, pero me sorprendió y me gustó realmente mucho. (En un blog que suelo seguir, su autor decía que en ella había llorado). Desconocía el origen de la película, sólo sabía quien era su protagonista, una actriz magnífica y muy atractiva.

La parte de la historia que casi me interesó menos fue la relación tan desigual entre una mujer ya madura y un muchacho joven. Lo más intenso venía a partir de ahí. ¡Alguien que lee libros en una cinta magnetofónica de las antiguas para que otra persona (analfabeta), en la distancia, los escuche. Y que ese alguien espere una infinidad de años, para saber si tendrá una segunda oportunidad de seguir escuchando las lecturas pero con la persona delante.

Han pasado algo más de dos semanas desde que la ví. Y estos días, entre otras cosas, intento seleccionar algunos de mis libros que permanecen en cajas de cartón en otra casa, para traerlos a donde vivo. Necesito su compañía (por ejemplo la de Conrad). Esta tarde abrí una caja y metí la mano en busca de un volumen concreto, pensaba que podía estar por allí. A tiro fijo, se podría decir que iba. Como no apareció en el primer intento, levanté el lomo de otro, que parecía tener un color de portada parecido. Pero no era él. El que había encontrado se titulaba El lector y su autor era Bernhard Schlink.

Tardé unos segundos en procesar aquel hallazgo, ¿era el mismo lector?. Y además yo no recordaba aquel libro como mío. Lo abrí al azar, cerca del principio, y dí con el texto que he copiado. Sí, era el mismo lector y ese libro tenía que ser la base de la película. En la segunda página estaba la firma de a quien había pertenecido el libro y la fecha 5/98, escrita con delicadeza, un trazo fino que dibujaba cada número como si fuese un ave. Lo sujeté con las dos manos, lo acerqué a la cara, olía a humedad y el papel de las páginas aún permanecía blanco. Lo dejé junto a los otros y cerré la caja. Pensé algunas cosas, también en el tiempo transcurrido entre que uno y otro lector salieron a la superficie, pero más que nada sentí (otra vez) que esos encuentros son los que dan sentido al paso del tiempo, o simplemente al tiempo que podemos identificar.