13 de noviembre de 2010

Rascando el aire frío

Se podrían decir muchas cosas, pero de momento solo cae nieve sobre un montón de piedras y se ve un campo lejano como una raya de ojos. Hay un hombre paseando por allí con su perro. No se oye nada, solo el perro está arañando y rascando el aire frío con su pata.

Un amigo me envió hace semanas este fragmento de La ciudad leopardo, de Subhro Bandopadhyay. No conocía el autor ni el libro, pero el texto sí me recordó otros ambientes. En particular el libro de Colin Thubron En Siberia, y sobre todo un capítulo en el que relata su acercamiento al ártico y los días que pasó en un pueblo llamado Potalovo: frío y un vacío que era una pizarra en blanco sobre la que escribir.

Esta semana tuve la sensación de que se iniciaba, al fin, la temporada de conciertos de este año (aunque ya lleva un mes).

9 de noviembre de 2010

Partir, quedarse

Continuo leyendo El viaje a Portugal de José Saramago. Hace días decidí anotar en mi libreta pequeños fragmentos en los que habla de su manera de entender el viaje, tal vez cualquier viaje. Repaso esas notas con cierta insistencia. Estas son.

Viajar debería ser cosa de otro concierto, estar más y andar menos, tal vez incluso debiera instituirse la profesión de viajero solo para gente de mucha vocación, que mucho se engaña quien piense que sería trabajo de pequeña responsabilidad, cada kilómetro no vale menos de un año de vida.

El viajero no ha pedido y le fue dado. ¿Puede haber mejor dar que éste?

La sombra de un hombre que por aquí anduviera, mucho podría aprender

Aquí se habla de impresiones, de ojos que pasean y aceptan el peligro de no captar lo esencial por prendarse de lo accesorio

Sabe no obstante lo suficiente de sí mismo para sospechar que su mal nace de no poder conciliar dos opuestas voluntades: la de quedarse en todos los lugares, la de llegar a todos los lugares.

Evitará las carreteras principales, quiere distraerse por estos estrechos caminos que unen a los hombres con sus vecinos, coleccionando nombres singulares, de norte a sur, y, siempre que uno le apetezca al borde del camino, lo repetirá en voz baja, saboreará su gusto, intentará adivinar su significado, y casi siempre desiste, u otro aparece ante él cuando aún no ha logrado descifrar el primero.

El día había dado mucho y negado mucho. Así es la vida.

Huye el viajero del mundo para encontrar el mundo en formas particulares: las del arte, de la proporción, de la armonía, de la continuada herencia que de mano en mano va pasando.

Pero aquello que el viajero no puede ver, lo imagina, que también para eso viaja.

Con este estado de espíritu se comprende que el viajero busque, preferentemente, tierras pequeñas, sosegadas, donde él mismo pueda oír bien las preguntas que hace, aunque no reciba respuesta.

Pagó el viajero la cuenta y salió con la impresión de que aún había quedado a deber algo.

Por ella /la piedra áspera/ pasa las manos con un gusto que es sensual, siente el grano rugoso en las yemas de los dedos, y con tan poco es feliz un viajero.

El viajero tiene clara conciencia de que solo viéndolo se ve, aunque no olvide que incluso para ver se requiere aprendizaje. Por otra parte, es eso lo que el viajero anda intentando: aprender a ver, aprender a oír, aprender a decir.

Así debía ser el viaje. Estar, quedarse.