31 de diciembre de 2011

La belleza es una voz que cuida nuestro sueño

Último día del año.

Escucho la música del Shakuhachi, una flauta que se utilizaba como instrumento de meditación en algunas tradiciones japonesas. Empiezo a descubrirla, hace poco que conozco estos sonidos. A veces está sola, y es el correr del aire al través de sus pequeños agujeros, y a veces surge en la compañía de otros instrumentos tradicionales.

El Shakuhachi es lo más parecido a una voz, a palabras que algún viento apenas deja oir pero de las que percibimos su sonoridad y su sentido. Una voz que no habla por si sola, sino con quien la escucha, que toma su tono y su decir del viento que cruza todo nuestro cuerpo, un aire agitado por remolinos más o menos rítmicos.

El Shakuhachi es una música de la respiración. A veces se escucha el aire de un lamento. O el de la melancolía. A veces se siente en la piel el viento de la crueldad extrema. Su sentido es marcar el tono para que los otros sonidos del cuerpo se situen en su escala y, de alguna manera, se acallen.

Ayer escuchaba la radio. Alguien hablaba de que la única salvación podía venir por la belleza. Una opción para aportar un poco de sentido a la crueldad, a la sinrazón, a los trazos despiadados que pueden cortar a una persona en varias personas, a través de un filo frío.

El agradecimiento a quien te ha salvado es infinito. Vives gracias a ese ser, que se convierte en una existencia, en una presencia intensa y cierta como un árbol o una piedra. A pesar de su invisibilidad.

Cuidar la belleza es conquistar la belleza. Hacerla. Soplar con el ritmo de la respiración y hacer que el Shakuhachi emita su particular viento. Darle voz a una pequeña flauta. Atender a lo que está pero no se muestra y, a pesar de eso, sigue estando. Empeñándose en viajar con nosotros. Capaz de velar nuestro sueño sin rozarnos la piel, solo a base de voces pronunciadas en una noche y para una persona.


27 de diciembre de 2011

uno de los cuervos de Fukase, encontrado en una pantalla de proyección



26 de diciembre de 2011

Huesos huecos

Hace unos pocos años un buen amigo envió una felicitación de navidad. Había una fotografía en la que un pulpo intentaba sobrevivir en el fondo de un gran cubo de plástico, aunque en realidad parecía rendido. Y había un pequeño texto que, según lo recuerdo, decía

feliz no sé qué

A pesar de tanta queja sobre estas fechas, me sigue sorprendiendo que la bandeja de entrada del correo empiece a acumular felicitaciones de gente a la que jamás hubiera imaginado emocionarse por la presencia de un milagro bíblico...

Pero hoy me llegó una que me hizo detenerme en ella.
También había una foto, pero de un mirlo, solo, en mitad de un campo. Y había un texto con un poema de Rimbaud en francés y traducido al castellano. La traducción no me gustó pero el poema sí. Se titula Sensation y voy a copiarlo en su lengua original. Si se entienden las palabras tendrá un significado y si no se comprenden pero se lee con atención musical, también tendrá un sentido.

Par les soirs bleus d'été, j'irai dans les sentiers,
Picoté par les blés, fouler l'herbe menue:
Rêveur, j'en sentirai la fraîcheur à mes pieds.
Je laisserai le vent baigner ma tête nue.

Je ne parlerai pas, je ne penserai rien:
Mais l'amour infini me montera dans l'âme,
et j'irai loin, bien loin comme un bohémien,
par la Nature, -heureux comme avec une femme.

Ahora miro el mirlo. Merlo se dice aquí.
Cuando el fotógrafo japonés Masahisa Fukase se enfrentó a una de las etapas más negras de su vida se retiró a fotografiar cuervos en mitad del campo. Aves negras que antes fueron blancas.

Los pájaros. Todas las aves. Las plumas, huesos huecos para que puedan ser dueños de la ligereza.

Si hubiera que felicitar algo podría ser el que las aves vuelvan a volar.
Y eso ocurre todo el año. Pero es cierto que cuando se acerca la primavera se las puede ver con más decisión buscar lugares y viajes. Sus Grandes Rutas. Así que tal vez envíe una tarjeta de felicitación a las bandejas de entrada por el final del invierno.

24 de diciembre de 2011

en un viaje, 21 de Agosto de 2011

Mensajes cifrados

La realidad es un texto que hay que descifrar, como se hace con una inscripción. Lo malo es que estamos inscritos en la realidad, y eso es un obstáculo para el desciframiento, sobre todo si intuimos que no nos conviene.

(Carlos Castilla del Pino, en Aflorismos)

23 de diciembre de 2011

Un sol negro

Un sol negro a primera hora de la mañana.

El sol no iluminaba, apenas era un círculo oscuro, gris oscuro, casi negro.
Aunque había algo de luz pero no sabía de donde venía.

Un sol que no calentaba, una esfera fría tras los edificios y las pequeñas montañas. Demasiado frío para ser invierno.

Parece ser que es poco frecuente, es un fenómeno raro.

Me recordó el mundo paralelo de Murakami en 1Q84: un mundo con dos lunas. (Donde vivo existe la expresión bañarse con dos lunas).

Así fue el desayuno. Un sol negro y una vela diminuta encendida, para poder ver algo.

Puse la radio.

Y apareció la Sonata Waldstein de Beethoven, la sonata para piano 21 en Do Mayor, Op. 53, interpretada por Daniel Barenboim. La reconocía.

Había abierto un periódico. Tuve que cerrarlo y quedarme quieto, solo mirando la llama y el sol negro. Así durante los tres movimientos, a pesar de que se me hacía tarde.

Otra vez la misma parálisis, presa de la picadura de un insecto raro.

En el desayuno, solo aquella luz, solo aquel suave aire cálido.

Hasta bien entrada la noche.

19 de diciembre de 2011

La niebla de esta noche

Se acabó el día. Es tarde y hace horas que la luz se fue. Pero aún no quiero que llegue la noche. Me vienen a la memoria unas cantigas medievales que esta tarde escuché. Las busco. Busco unos sonidos para mostrar el agradecimiento.

Cesaria Evora. Se fue la cantante de las mornas, de la saudade de Cabo Verde que no es muy diferente de la portuguesa, de la del noroeste. Formas de la melancolía o, tal vez, de echar de menos la niebla. Pero si miro hacia fuera apenas se ven algunas luces amarillas, hoy la niebla lo cubre todo. Tuve la suerte de escucharla en directo, de verla cantar de pie y con los pies descalzos. Me gustaba el ritmo que había en sus pequeños movimientos. Hoy tenía 70 años.

El pasado veintitrés de noviembre murió Montserrat Figueras, tenía 69 años. Hice un largo viaje para escucharla cantar en directo, con su grupo Hespèrion XXI y junto a su pareja Jordi Savall. Tal vez ella habrá cantado también estas canciones medievales que ahora escucho. Tenía una gran voz y también una sensibilidad excepcional para entender los ritmos de la voz interior. Ella cantaba desde otro lugar. Me gustaba. Me gustaba mucho. Era una mujer elegante, llena de belleza. Escucharla era verla caminar.

Y hoy domingo dieciocho de diciembre se fue Václav Havel, el escritor checo que incluso fue presidente de Checoslovaquia. Pero yo lo conocía desde hace años por un libro rojo de tapas duras, con una pequeña foto en la portada, que guardo en una mesilla de noche: Cartas a Olga. Lo leí hace mucho, envuelto en el frío de una casa sin calefacción. Desde la prisión, entre 1979 y 1984, escribe cartas a su mujer que son un ensayo y también una confesión sobre el amor, la dignidad, la memoria, sobre la dificultad y la necesidad de ser una persona.

Ahora, una voz entona los cánticos medievales. A su lado una zanfoña, un pequeño tambor, otras voces. Así es la noche. De alguna manera quise y sigo queriendo a estas tres personas con las que jamás crucé una palabra. Agradezco el haber podido estar cerca de algo que hicieron y que creo que me hizo mejor.

Hoy leí una frase de Foucault, citada por Comte-Sponville, que sin el contexto queda algo extraña pero aún así me apetece copiarla:
Lo que se anuncia es que el hombre se ha "acabado", y que al llegar al final de toda palabra posible, no es al corazón de él mismo donde llegamos, sino al borde de lo que lo limita: en esta región en que merodea la muerte, en que el pensamiento se extingue, en que la promesa del origen retrocede indefinidamente.

En esa soledad y en esa desesperanza, con la promesa del origen retrocediendo indefinidamente, existe la alegría de compartir el espacio con quienes queremos, gente a la que desconocemos y a la que conocemos. Y escucharlos. Y permanecer en ese silencio.



14 de diciembre de 2011

Las flores eran de nieve, los ríos de hielo

El 14 de diciembre de 1911, hoy se cumplen cien años, el noruego Roald Amundsen llegó al Polo Sur. Fue el primero. Unos días después, el 16 de enero de 1912 lo hizo el inglés Robert Scott, aunque junto a todos sus hombres moriría en el regreso a la base. Sus cuerpos y sus escritos fueron encontrados en la nieve por otra expedición el 12 de noviembre de 1912.

El descubrimiento de los polos, los viajes al ártico y a la antártida me atraen igual que un imán. Son viajes literales y también metafóricos. Es el viaje al frío y a las tierras lejanas y perdidas, solitarias, imposibles de habitar. Salvo en la imaginación. Y son viajes que me gustan a pesar de su romanticismo y a pesar de la competitividad que había en esas expediciones.

Traté de leer los diarios de Scott, las notas que se encontraron junto a los cuerpos. Hay palabras duras que expresan una gran frustración por no haber sido los primeros, pero también hay una profunda humanidad y compañerismo. En un lugar imprevisto, un libro de poemas de Bernardo Atxaga, encontré esta misma admiración y una transcripción de lo último que Scott escribió:

Viernes 16 de Marzo o sábado 17
Así marchó a la muerte Titus Oates: anteayer entró en la tienda con la idea de no volver a despertarse. Sin embargo, ayer despertó vivo. Nos dijo: «Voy a salir. Quizá tarde algo en regresar». Fuera, la tempestad era espantosa. Se perdió en el blizard blanco y no lo hemos vuelto a ver.
Sólo puedo escribir mientras como, y a ratos. El frío es terrible. Cuarenta grados bajo cero. Mis compañeros intentan mostrarse animosos, pero todos tenemos algo congelado. Aunque nos decimos mutuamente que saldremos de ésta, nadie cree seriamente en tal posibilidad. 

Jueves 22 de Marzo
La tempestad no amaina. Wilson y Bowers no han podido salir hacia el depósito. Mañana haremos el último intento. Sólo tenemos combustible y comida para uno o dos turnos. El final se acerca. Hemos decidido que sea natural. Seguiremos hacia el depósito y moriremos en el camino.

(Un tiempo más tarde leí algo, no consigo recordar donde, sobre una traducción poco fiel de estas frases con el objeto de ensalzar, mitificar, la figura de Scott. Pero no tengo los datos).

Luego descubrí un libro: El peor viaje del mundo, escrito por Apsley Cherry-Garrard, uno de los compañeros de Scott que sobrevivió porque formó parte de los expedicionarios que permanecieron en la base. Miro la fecha: lo leí hace ahora once años, en medio de una montaña. Desde entonces ese ejemplar me acompaña físicamente, casa tras casa. Es un libro inolvidable porque en él está escrito, muy bien escrito (el título de esta entrada aparece al describir la primavera en la Antártida), uno de los viajes de invierno que una persona puede emprender.

Cuanto más horribles eran las condiciones en que dormíamos, más tranquilizadores y maravillosos eran los sueños que nos visitaban.

Si no estuviera escribiendo frente a una pantalla, ahora me gustaría preguntar por otros viajes de invierno.

13 de diciembre de 2011

Cum dederit

Escuchar una música no es escucharla, es seguirla.
Alguien evoca esa frase de María Zambrano.

Otra vez vuelvo a pensar en la idea del estar cerca, del situarse no lejos de la corriente. Atento a sus movimientos, a los pequeños cambios, a la superficie igual que a lo subterráneo.

Estar cerca de lo que uno quiere. Y en ese estar cerca lo que uno quiere se deja ver.

Se deja sentir: desde el abismo a las estrellas.

Cerca, por ejemplo, del Cum dederit que Antonio Vivaldi compuso en su Nisi Dominus. Una música que se eleva suave y obstinadamente hacia la noche.

6 de diciembre de 2011

Viaje nocturno

¿Qué decir para que decir sea ver? Cielo o piedra, viaje: todas las palabras se abren al infinito de las palabras. Memoria: la frase es transparente. (Jacques Ancet)

Llega el tren de la noche
tampoco hoy lo cogeré

4 de diciembre de 2011




3 de diciembre de 2011

Fugas

Una historia que no comienza, parece haber existido siempre, recorre un trayecto y llega a un punto imaginario que en nada se parece a un final.

Al mismo tiempo, con unos segundos de diferencia, otro camino pasa por esos mismos lugares pero centra su recorrido en puntos intermedios algo diferentes del anterior.

Y una tercera ruta se adentra de manera sinuosa en ese espacio oscuro e indeterminado, llegando en ocasiones a observar como las otras dos, o una sola de ellas, se desplazan.

Las tres historias parecen confluir a pesar de hacer viajes distintos. Coinciden en que pese a las dificultades su decisión de viajar es inquebrantable. Siempre avanzando, no siempre hacia delante, muchas veces en círculo o dando grandes rodeos para reunirse con quien permanece a su lado.

Llegadas a ese final imaginario nada termina. Es solo otro punto intermedio entre los infinitos puntos de anclaje a un territorio que se curva sobre sí y que pareciendo hablar de todo solo lo hace de el mismo. Lenguaje para explicar un lenguaje.

Pienso en esto mientras leo los últimos capítulos de 1Q84 de Haruki Murakami, es decir, el volumen dos (que se corresponde con el libro 3). En el volumen uno (libros uno y dos) se decía que la obra estaba estructurada como la música de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Y ahora, cuando va transcurrida buena parte de la escritura, lo percibo en cada párrafo. Pero hay diferencias entre los dos volúmenes. El primero parece corresponderse bien con esa estructura repetitiva de preludio y fuga. Pero este segundo volumen a mi me recuerda más a El arte de la fuga, también de Bach.

Tres voces. Tres historias. Dependientes unas de otras porque se dibujan entre ellas. Imposible fijarse solo en una porque una parte de su superficie depende de la voz que dialoga con ella. Un entramado complejo en mitad de una historia infinita, sin límites.

La soledad es otra fuga. Varias voces de uno mismo, separadas y dependientes como los colores de la luz, se adentran en un cuerpo negro, como el espacio, en un viaje sinuoso y sin final.

Es curioso, al citar la soledad en el blog he tenido en el correo más respuestas que nunca (!). Sí, a mi también me pasa: viajar cerca de esas voces es extrañamente reconfortante, algo así como esa afligida esperanza que una persona a la que aprecio escribió. Creo que se debe al bienestar que produce observar de cerca una luz que nos gusta, en lugar de prestar atención solo a lo que esa luz pudiera iluminar.

2 de diciembre de 2011




1 de diciembre de 2011

Maneras de decir la compañía

Flotar en el espacio, a través de la ingravidez.
Moverse con pasos lentos y pesados, viajar en medio una luz brillante y sin reflejos, con la sensación continua de adentrarse.
En lo desconocido, en el laberinto de las órbitas. En silencio. Al ritmo de una música que nos guía hasta algún mecanismo que enciende sus luces para señalar la posición. Igual que una nave espacial atraca en su puerto de destino.

Pienso en el baile de 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. El silencio y los pasos lentos de la tripulación, su soledad. El viaje de una nave.

Ser adulto es estar solo, declaraba Rousseau.
Leo a Manuel Cruz en un libro que nunca consigo terminar. Ayer di con este párrafo:

No queda más opción que el aprendizaje de la soledad, que el esforzado trabajo interior de no identificar soledad con abandono, de aceptar que la compañía de los demás se dice de muchas maneras.

24 de noviembre de 2011

Vidago, 18 de octubre de 2011

23 de noviembre de 2011

Un olor a ciprés y a café

Empezar por el final.

Cualquier final, porque en realidad es posible que no exista tal cosa.
Hacer ese recorrido para escribir un Elogio de los combates ordinarios (anoté este título pero no recuerdo donde lo encontré). O para comprobar lo que el poeta Joan Margarit escribió: No estaba lejos, no era difícil.

Pero a veces es imposible.

Uno de los finales es Antón Chéjov.
El que describe un aroma como un olor a ciprés y a café.
Leo por fin a Chéjov. Casi todo lo que llevo leyendo estos últimos años llevaba hacia él: Amos Oz, Raymond Carver, Haruki Murakami, incluso Peter Handke. Para todos ellos Chéjov es el maestro.

Comienzo una selección de sus cuentos. Se inicia un mundo de atmósferas y detalles, también de modernidad, que irradia un poder oscuro, secreto. Una descripción minuciosa y precisa de los alrededores de la manzana para hacernos sentir como es el invisible gusano que la corroe.

Empezar por el final.
Me está ocurriendo en varias cosas que inicio, también en varios viajes, pequeños y grandes. Sin habérmelo propuesto remonto el río desde el mar hasta las piedras donde surge un hilo de agua. Es la ilusión de los orígenes, del manantial. Una ilusión más de la imaginación que de la fantasía (por eso me gusta). Tal vez en algún lugar de esa ruta exista la posibilidad de identificar un aroma a ciprés y a café. Identicarlo y detenerse, para saber de donde viene.

Chéjov tiene que ver con la observación atenta. Y la observación, aunque signifique fijar la vista sobre realidades problemáticas, cura. La observación permite salir de uno y descansar. Y desde ahí regresar y revisitarse, recorrer a otro ritmo las arterias y los finales. Chéjov pone en movimiento un gran nivel de concentración, no vale la distración. Tener esa capacidad para construir una observación desde la ruina, desde lo fragmentario e incompleto, desde el desengaño y la pérdida. Y desde ahí desear llegar a casa para beber, escribe, aguardiente de serbal.

Tras leer varios de sus cuentos entiendo algo mejor los escritos de Amos Oz, en particular su Caja negra. Y la actitud de Lobo Antunes frente a la memoria. Y por que no consigo soltar de la mano algunos libros de Murakami, (mientras se deshace como la mantequilla al fuego el feísmo del llamado pensamiento positivo). Chéjov tiene la belleza de la dureza, de lo que no tiene vuelta atrás, aunque empecemos por el final. Nada es gratuito, todo es imprescindible, incluida la soledad, la incomprensión y la pérdida.

Pero Chéjov es el maestro, entre otras cosas, porque lucha (como Carver en toda su vida) por aprender a no deshauciarse nunca a uno mismo. Y eso siento que es algo más sutil de lo que pueda parecer a primera vista.


6 de noviembre de 2011

Un misterio que palpita

Escucho otra vez los cuatro últimos lieder de Richard Strauss en la primera versión que tuve, la de la soprano Jessye Norman con Kurt Masur al frente de la orquesta.

¿Cuántas veces he escuchado esta música?, ¿y en cuántas situaciones diferentes? Y una y otra vez el orden y la escritura de esta emoción en cuatro canciones existe y expulsa fuera de esa estructura todo lo que no es ella misma. Y ni asomo de poder entender la inmensidad y también la calma que hay en esa despedida: un misterio que permanece innombrable desde el primer día que escuché uno de los lieder en la radio y me detuve como si me hubieran hipnotizado. Luego supe que eran las canciones para despedirse de una vida.

Al final de La montaña del alma, Gao Xingjian, tras narrar en 651 páginas un viaje inolvidable, el de una vida también, concluye con una frase: En realidad no comprendo nada, pura y simplemente nada. Así es. Y no es cualquier incomprensión, es la de quien ha regresado a casa luego de dar la vuelta a varios mundos interiores.

Lo más complejo, y es posible que lo más enriquecedor, es cuidar por mantener cerca de nosotros el misterio, lo que no comprendemos. Y admitir que lo mejor que nos puede ocurrir es esa ignorancia: saber que la semilla, una esfera protectora, no se abre nunca.

El otro es un enigma para mí. Yo, para el otro. O se renuncia a descifrarlo o se entra en la desconfianza, escribe Castilla del Pino. Pero eso es difícil de aceptar, nadie nos ha enseñado, y por eso con una navajita afilada, como si nada fuese a ocurrir, a veces se abre la semilla para mirar dentro y, al instante, sentir el ácido que indica que no habrá vuelta atrás.

Tal vez la música pueda enseñar a disfrutar del enigma, a identificar lo que no se puede descifrar y a intentar convivir con él. Estas cuatro canciones hay que aceptarlas como cuatro misterios que palpitan, sin más, y sin creer saber nada de ellas cuando comienzan a sonar (puede que antes o justo después sea algo distinto, pero no cuando están sonando). Cuando están haciéndose solo queda callar y escuchar, porque nos están haciendo.

Inclinarse ante el enigma, ante la riqueza de lo que no podremos desentrañar (sacarle las entrañas). Y acariciarlo.



28 de octubre de 2011

Uno más

Voy a un lugar al que sé que volveré pasado un tiempo largo: meses, tal vez años. Se trata, en parte, de investigar sobre lo que ocurrirá en ese intervalo.

Sin una razón concreta para hacerlo, quiero anotar este pensamiento de Castilla del Pino:

Una fuente de error: la primacía del hombre sobre su contexto. El hombre es componente -uno más- de su contexto. O sea, el hombre es su contexto.

En la mesa tengo un papel con un nombre de un pueblo que me gustó y que leí al pie de la carretera: Vilar de peras. Lo pronuncio, y también sin saber porqué, pienso que ojalá todo fuera algo más sencillo.

Esperaré, otro día más, a que llegue la noche. Entonces escucharé una pieza de Bach que no estaba entre las que más me gustaban, Las Suites Inglesas, hasta que escuché la interpretación de Glenn Gould al piano. Algo de su marcha, entre serena, templada y rabiosa me permite concentrarme en lo que ocurre cuando ya casi no hay luz en los paisajes.

21 de octubre de 2011

Dos homenajes y un sueño

Vidago está a ciento siete kilómetros de donde partí. Exactos. Poco más de una hora viajando despacio. ¿Por qué no vine antes?

Observando el sol de la tarde a través de los cristales del coche, en silencio. Hasta la frontera y luego evitando la autoestrada para poder viajar por la pequeña nacional que llega hasta Vila Real. Al fin. 

Nunca nada debe considerarse concluido, escribe Carlos Castilla del Pino en el libro que leo.

Fue un viaje con dos homenajes, que para mi es cuando quieres con el pensamiento. Me cuesta diferenciarlo de la admiración, me gusta que se confundan. Es algo parecido a inclinar la cabeza en una pequeña ceremonia solo para dos personas. (El interior del mundo debería ser para dos personas).

Vidago fue un sueño. También fue en una época la principal villa termal y de vacaciones de Portugal. Ahora es un pueblo pequeño, en mitad de una carretera que lo atraviesa, que mantiene su esplendor a través del Palace Hotel, algo más que un hotel de lujo. Quería llegar a él caminado, tal y como hizo Llamazares en su viaje de Trás-os-Montes, el primer homenaje. Así que aparqué el coche en cuanto pude y lo busqué acercándome a la zona baja del pueblo, cerca de las grandes avenidas de árboles, cruzando el río.

Allí estaba. Entré, caminé durante horas en todas direcciones. Luego me tomé un café y un vaso de agua en la terraza. No había nadie más. De vez en cuando un empleado del hotel hablaba por el móvil sobre un negocio con millonarios rusos (eso decía).

Después salí a buscar. Encontré en el camino las ruinas del viejo Hotel Avenida y las de la estación de tren con los railes cegados. Y busqué hasta dar con el Gran Hotel de Vidago, también cerrado y en estado ruinoso. Un hombre me dijo que los propietarios lo habían vendido a un hombre cualquiera, es decir, a un rico cualquiera, nadie cercano a la melancolía y el calor de las aguas que manan de esas fuentes. (Llamazares tomó en él el primer café al llegar al pueblo en el año 1998).

Pero el viaje también fue una inclinación frente a Miguel Torga y su Trás-os-Montes. Un tipo admirable que escribió lo siguiente acerca de una chicharra en su libro Bichos:

Es difícil. Esto de empezar en un estercolero cualquiera y no parar hasta llegar a la copa de un castaño, tiene su misterio. Hay que recorrer un largo camino. Embrión, larva, crisálida... Todas las estaciones del escarpado calvario de la organización de la vida.

Después subí a lo alto del pueblo, a una gran roca que lo domina todo y en la que han hecho una especie de santuario. Me quedé mirando como anochecía sobre Vidago, el valle que ocupa y también el sueño en el que aquel y otro Vidago seguían palpitando. Bajé despacio, contento. Y regresé hacia la frontera.

En Chaves, muy cerca de la raia, inmensas bandadas de pájaros, seguramente estorninos, giraban y giraban en el cielo alrededor de un viejo edificio del centro. No parecía haber razón para ello pero con cada nueva vuelta la forma de aquel laberinto de alas cambiaba su forma y su composición. Casi era de noche. Me senté en una escalinata a verlos pasar. Y a escucharlos. Una y otra vez.

17 de octubre de 2011

La araña y Vidago


Un viajero (el escritor Julio Llamazares) que se dedica a recorrer la región de Trás-os-montes en el norte de Portugal se dice a si mismo: 

Como no se vaya pronto, nunca saldrá de Vidago.

Sé donde está Vidago en un mapa. Pero no lo conozco. Me gusta esa expresión: quedar atrapado en una tela de araña que uno mismo anudó. No salir de Vidago tras viajar allí con cuidado y decisión. Con determinación y también con libertad. Y solo pronunciar esa frase, aunque se vaya, ya es síntoma de que Vidago será inolvidable y de que habrá una red tejida por la memoria.

Llegó el momento. Iré a conocerlo.

15 de octubre de 2011

Plumas para pulsar las cuerdas

Pienso que esta noche por fin llegará la lluvia. Que dentro de muy poco caerá un agua mansa y cálida que no cesará hasta el día. Y que cuando la luz reaparezca habrá una neblina gris y suave que traerá todos los olores juntos. Y aunque habrá algún claro, seguirá lloviendo durante toda la mañana y puede que buena parte de la tarde.

Mientras me preparo, escucho Los Ympossibles, de Santiago de Murcia, interpretada por Jakob Lindberg en la guitarra española. He escuchado esta pieza una y otra vez desde hace meses y siempre me devuelve un ritmo sereno y alegre de buena conversación. Me reconstruye de una manera semejante a como una pluma acaricia la piel. Casi sin tocar. Pero la piel sabe lo que está pasando y si lo ha conocido le gusta recordarlo.

Al fin volvieron los conciertos en directo. Comenzó la temporada y el jueves pasado escuché al trío Forma Antiqua interpretar música, entre otros, de Santiago de Murcia. Pero también de Giovanni Girolamo Kapsberger y de Scarlatti.  Pablo Zapico a la guitarra, Daniel Zapico a la tiorba (que instrumento tan increíble!) y Aarón Zapico al clave. Tres hermanos.

Y una iniciativa que me parece excelente: un encuentro con los músicos de casi una hora antes de comenzar el concierto para hablar de la música que sonará, de los instrumentos y de lo que el público quiera saber. Mientras haya un acto organizado con este cariño y cuidado aún tenemos esperanza (no sé bien en qué, pero siento que un país que dedica algo de su dinero público a esto aún tiene algo que decir).

Casi nunca se escucha a los músicos hablar. Parapetados tras los atriles, la partitura y los instrumentos parecen recelar de su voz. Pero las veces que los escuché siempre hubo muy buen clima y todo el mundo pareció agradecerlo. Se aligeró la pose para la escucha, tal vez la concentración aumentó, y también en todas las ocasiones antes o después apareció el humor.

Los tres músicos hablaron de cuando la partitura es poco más que un guión, del sonido de la guitarra barroca, de cuando se prefería un sonido sutil, suave y dulce a cambio de no generar potencia, de ahí las dobles cuerdas y de ahí esa ligereza que tiene alguna música renacentista o barroca.

También de la construcción de la tiorba, a partir del laúd. Y de como el mayor tamaño de los instrumentos permite esos sonidos graves y densos que las cuerdas largas de la tiorba consigue de una manera misteriosa. El lamento.

Pero lo que más me impresionó fue cuando explicaron que hasta hace bien poco, lo que pulsaba las cuerdas tensas del clave era el final de una pluma de ave. Que ese sonido agudo e intenso era generado desde algo ligero y leve, hueco.

Otra vez los pájaros. Observarlos. Diferenciar el ángulo de visión con el que rastrean el suelo y las maneras tan distintas de avisar cuando lo extraño penetra en sus bosques. Siempre sonrío cuando el arrendajo, córvido al fin y al cabo, chilla y se muestra estridente pero también generoso: el mejor centinela. Y algo se silencia cuando se escuchan los chillidos altos, distantes, solitarios y grises de algunas rapaces. Ellas que tienen que rastrear el terreno grado a grado.

Instrumentos menudos y de cuerdas dobles. La conversación con unos sonidos ligeros como el vuelo.

Tal vez esta noche comience a llover. Entonces me despertaré durante unos momentos y pensaré que las gotas en el tejado se parecen al caminar rápido de algún pájaro sobre ese mismo tejado. Durante unos segundos no sabré si es agua o son pasos ágiles y livianos. Luego, aunque tenga alguna duda, querré seguir durmiendo para seguir ese ritmo desde el sueño.


2 de octubre de 2011

La sonrisa de Gary Snyder

Sus meditaciones consistían en hacer las cosas normales, a su debido tiempo.

(Lo escribe Jack Kerouac en Los vagabundos del Dharma, hablando de su amigo Japhy Ryder, en realidad el poeta Gary Snyder).

Algo que hoy en día supone una revolución: hacer las cosas de una en una, hasta las más pequeñas.

30 de septiembre de 2011

Si per les albes veieu passar un vaixell

Al día siguiente de recordar las palabras de Luis Llach fui a comprar el cedé en el que canta los versos que reproducía en la entrada anterior. No lo encontré. Pero a cambio di con otro, I si canto trist, lleno de canciones que, de pronto, las reescribió el recuerdo. En algún momento las tuve todas en cinta de casette, e igual que hice esa noche, me gustaba escucharlas con la ventanilla bajada mientras iba o volvía en coche. Vaixell de Grècia o Silenci, por ejemplo, escuchadas casi de manera obsesiva. Para recordar y para tener presente el olor de la amistad y también de la tristeza.

Ese mismo día, antes de ir tras la música, cuando abrí una página web que suelo visitar me encontré con una entrada empobrecida y sorprendente. Lo que estaba siendo un proyecto alternativo e interesante se tornaba, a la primera de cambio (a la primera de éxito) en un acercamiento descarado y feo a la parte más miserable del caciquismo cultural. Es difícil tener un proyecto alternativo y es triste que solo sea alternativo porque no le dejan tomar el café en el salón principal y escuchar el concierto desde el palco real.

Por eso tuve una doble razón para viajar tras mi cedé del recuerdo: No es esto compañeros, no es esto, volví a sentir. Me sentí enfadado y lleno de razón. Pero no dí con él.

Encontré, a cambio, el que contiene estos versos:

Si al amanecer veis salir una nave
besando las aguas del mar, cuna de los dioses,
hacedle señal, que quiere ver dónde nos hallamos
y navegar con nosotros hacia el norte.

Si no lleva red, ni orza, ni timón,
no penséis que se ha perdido el bote,
que siempre la gente podrá hinchar las velas
y ganar olas hechas de miedo y cansancio

Hoy leo otra página que me reconforta. Sigo desde hace meses los artículos de Antonio Muñoz Molina en la prensa. Siguiendo ese rastro llegué a su página web y buscando di con un artículo sobre Mozart en el que habla, entre otras cosas, de lo mal vistos que según la época están los autores que trabajan en el ejercicio obstinado y difícil de la transparencia. Y cita el aforismo de Nietzsche en el que el filósofo habla de esas personas que enturbian el agua para que parezca profunda.

Puse Vaixell de Grècia por tercera o cuarta vez, la canción de donde son los versos anteriores. Una extraña serenidad, una alegría callada viene con esas olas. Me da paz leer la ilusión y el coraje, el compromiso y el buen hacer.

Pensé en Luis Llach, que ahora se dedica a hacer vino. En la visita a Vérges, solo por conocer el pequeño pueblo al que dedicó uno de sus discos.

Los sonidos que contienen lo mejor de cada uno, aguas profundas, son sencillos.

27 de septiembre de 2011

No es esto compañeros, no es esto

Un correo electrónico. Abro la dirección a la que remite, contiene varios trabajos fotográficos personales. Alguien dice que es una fotonovela, alguien más habla de intimidad. Miro la primera imagen, y la segunda, luego un poco al azar, luego lo cierro. Siempre hay una mujer hermosa viviendo momentos de alegría, corriendo, sonriendo, probablemente al lado de quien se supone hace la foto. Casi siempre es verano y con mucha frecuencia lleva un vestido con más o menos flores. Siempre es una mujer elegante y entregada a ese juego de volar para una cámara. Y antes o después habrá una cama deshecha. Como casi siempre es así ahora miro la mariposa nocturna que esta noche no se despega de esta luz. Escucho a Arvo Pärt.

También me fijé en la mariposa porque junto a la mujer del verano había un texto que empezaba así: Intrínseco a la naturaleza humana (y seguía). ¿Intrínseco? Si algo empieza con esa palabra tal vez tenga ganas de abandonarlo con rapidez. Prefiero estas: Pero los caminos, como el que ya conocéis de casa a la estación, o de casa al lago, van llenándose de hojas y el jardín se va poniendo dorado y dorado.
Es otra cosa.

Puede ser que lo intrínseco, si existe, sea ahorrar energía y quedarse callado hasta que uno identifique y se enfrente a lo que no entiende, ni entenderá, y precisamente por eso quiera comunicarlo. Y disfrute con ello. Y salte de aquí hacia allá hasta extraviarse aun más y aun así sentir que está más cerca de un momento del día muy parecido a la noche.

Si no recuerdo mal Luis Llach cantaba en catalán No es esto compañeros, no es esto. Y si no es esto es porque en algún lugar se marca otra afinación para los instrumentos que quieren hacer música con las imágenes. Suelen hacerlo seres no demasiado ruidosos que luchan para que un desierto concreto no avance. Y aún así, a veces, hacen fotos a quienes viajan cerca. Pero es otra cosa. Admiro por eso a Denis Roche.

Y puestos a ser descarados e intensos prefiero otras imágenes, como cuando Kerouac habla de una mujer morena como las uvas. Y luego sigue viaje, siempre al Oeste, siempre al Sur, para regresar poco después al Norte, siempre al Este. Y volver a empezar.

23 de septiembre de 2011

Un ritmo furioso

A las diez apareció Shearing, que es ciego, y lo llevaron de la mano hasta el piano. Era un inglés de aspecto distinguido con cuello duro, ligeramente grueso, rubio, con un delicado aire de noche-inglesa-de-verano que se hizo patente con los primeros suaves escarceos que tocó en el piano mientras el bajista se inclinaba con respeto hacia él y marcaba el ritmo. El baterista, Denzil Best, estaba sentado inmóvil exceptuadas sus muñecas, que movían las escobillas. Y Shearing empezó a balancearse; una sonrisa recorrió su rostro extasiado; comenzó a balancearse en el taburete del piano, hacia delante y hacia atrás, al principio con lentitud, luego de acuerdo con el ritmo, cada vez más deprisa, mientras su pie izquierdo golpeaba el suelo marcando el compás, su cuello se balanceaba retorciéndose, bajaba el rostro hasta las teclas, se echaba el pelo hacia atrás; se despeinó y empezó a sudar. La música se hacía más potente. El bajista se encorvó y tocaba cada vez más fuerte, y cada vez más deprisa; eso era todo. Shearing empezó a tocar su solo; los acordes salían del piano como grandes chubascos, y se pensaba que el tipo no tendría tiempo de ordenarlos. Se agitaban como el mar. La gente le gritaba:
- ¡Sigue! ¡Sigue!

Esta descripción del pianista George Shearing, fallecido este mismo año, la escribió Jack Kerouac en En el camino. Un libro para conocer, entre otras muchas cosas, algo del jazz.

15 de septiembre de 2011

El mundo oscuro

Leo un pequeño texto escrito por el fotógrafo Antoine d'Agata:
Mi empatía con el mundo oscuro se paga al contado. Asumo el peligro de mis riesgos.

Me gusta esa frase. Sobre todo por lo que intuyo que puede haber ocurrido hasta que uno llega a escribir algo así. La percibo como el último cristal de hielo de un enorme iceberg que navega en una deriva secreta, personal.

Ayer vi un documental sobre una cueva llena de grandes cristales de yeso que crecían, según el científico que los estudiaba, al ritmo del grosor de un pelo por siglo. Y ahora mismo son moles de decenas de metros.

Leo En el camino, de Jack Kerouac. Llevaba años queriendo hacerlo y una extraña pereza hacia ciertas lecturas que parecen obligatorias me alejaba de él. Todo eso desapareció en las cinco primeras páginas. La otra noche, muy tarde, tuve que parar la lectura para levantarme a ver como era Kerouac físicamente. Murió a los 47 años. Escuché su voz en un archivo de internet.

En cada capítulo de su loco viaje del este al oeste para regresar al mismo punto siento una empatía con su oscuridad. Y la valentía de asumir el peligro, de asumir su mundo y borrar la queja. Eso y una intensidad llena de tristeza e imposibilidad. Leo y leo el viaje, aparentemente enloquecido y vibrante y la oscuridad parece atravesarlo y silenciarlo. Me deja callado.

Kerouac habla, por ejemplo, de una alfombra que su tía ha tejido con las ropas que la familia iba desechando a lo largo de los años. Ahora estaba terminada y extendida en el suelo de mi dormitorio, compleja y rica como el propio paso del tiempo.

Un buen amigo le llama a todo esto, con cierto aire irónico: el metatema

13 de septiembre de 2011

Infinity Mirror Room

Había anotado el título de una obra de Yayoi Kusama: Infinity Mirror Room. Recuerdo la experiencia de atravesar la habitación de los infinitos reflejos, con luces diminutas que iluminaban y también ocultaban.

Pienso en la música del Gran Norte. En un órgano de 1698 escuché la espiral ascendente del Passacaglia y fuga BWV 582 de Bach. Pero también a Buxtehude y Frescobaldi. Una iglesia al caer la tarde, una música que te sostiene el corazón, dijiste. Encendí una vela, sin la fe religiosa que podría llevar a encenderla, pero con la confianza en que su pequeña llama existiría hasta el final.

Los sonidos del mar. Había anotado una dirección web: listentothedeep, y entro en ella. Hace años escuché en la radio, en pleno invierno y lejos de aquí, un concierto que se iba haciendo en directo sobre una mesa de mezclas a partir de los sonidos que recogían varios micrófonos, situados bajo alguno de los principales puentes de ciudades europeas cruzadas por un río. Recuerdo voces lejanas mezcladas con el motor de algún barco o lo que parecía el batir del agua.

Escuchar las profundidades no es algo muy diferente, aunque su propósito sea científico. Sentado frente a una pantalla de ordenador se pueden seguir en tiempo real los sonidos que una boya submarina recoge y luego envía a quien quiera escuchar. En varios puntos del planeta. Y pienso que es otro Bach, otra espiral. Y me hace acordarme de la película de Pere Portabella El silencio antes de Bach y, entre otras cosas, del camionero que interpretaba a Bach en la cabina del camión.

9 de septiembre de 2011

tres de septiembre de 2011

8 de septiembre de 2011

Un día y tres minutos

Un día entero caminando en una montaña que siempre tiene casas cerca.
Recoges algún tesoro del suelo y lo escondes en el bolsillo. Crees que nadie se ha dado cuenta.

Cerca de un río, no muy ancho. Por momentos, muy cerca de él.
Voces conocidas, entre ellas la del arrendajo y sus advertencias a todo el bosque. Siempre hay perros, y una víbora pequeña, muerta, y el silencio de una garza real, gris, poderosa.

Aunque hay alguna conversación hay silencio. Los dos bastones con los que te gusta caminar baten contra el suelo, es un ritmo. Hay avellanos, nogales, muchos manzanos con la fruta sin recoger y cerca de las casas vides a punto de madurar. Al inicio y al final algo de lluvia, en medio de la jornada sol sin viento. Un día en calma.

Intento transcribir lo que recuerdo, me gusta verte caminar.

Luego querías bañarte en agua muy caliente, casi hirviendo. Querías cenar y beber vino. Y al llegar a casa pensaste que un día así había sido la mejor preparación para poder escuchar tres minutos de música. Querías el preludio de la primera Suite para chelo de Bach.

Solo esos pocos minutos, no es la primera vez.

Y después, hasta cansarte, solo escuchar la lluvia sobre el tejado

2 de septiembre de 2011

Penínsulas, océanos

Entro en una libreria buscando algo concreto y mientras busco en las estanterias doy con un libro de Amos Oz que no he leído. Son tres pequeños textos y casi al azar leo el inicio del tercero:
"Haz la paz, no el amor" es un dicho acuñado por mí que quiero aclarar desde el principio para que no haya malentendidos. No estoy en contra de hacer el amor, estoy en contra de confundir amor y paz, lo que es siempre una confusión sentimental.
Compro el libro, Contra el fanatismo se titula, y sigo leyendo.

Ningún hombre es una isla, dice John Donne. Me atrevo humildemente a añadir a esta maravillosa sentencia que ningún hombre ni ninguna mujer es una isla, pero que cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firma y la otra mitad mirando el océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje ya muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano.

Ser una península. Estar unido a tierra firme junto a la experiencia de estar en el extremo último de esa misma tierra, frente a lo desconocido y a lo poderoso. Reclamar el derecho a ser una península.

Me gusta John Donne desde hace tiempo, desde antes de saber quien era o en que época vivió. Hace años que he ido encontrando sus citas en autores a los que admiro.

La escucha puede ser un modo de habitar esa península. La escucha musical tiene mucho de esto porque avanza a través nuestro mediante la cultura y la tradición, al tiempo que supone un querer quedarse solo y vulnerable en la última roca antes de las olas de un mar bravo.

Ya de noche, escucho en la radio una parte de la suite Iberia de Isaac Albéniz. Los sonidos atraviesan tierra firme hasta llegar a esas últimas rocas, me sorprenden por lo novedosos que me resultan, no estoy acostumbrado a ellos, parecen acompañarme hasta la última tierra antes del océano. Espero al final para saber de qué se trata y me encuentro con la sorpresa de que está interpretada por el pianista Esteban Sánchez. Esa puede ser la razón.

No es la primera ocasión en que me cruzo con el nombre y con la interpretación de este pianista. A lo espléndido de su música se suma lo poco y cautivador que se de él. En la cima de su carrera, cuando Daniel Barenboim le reconocía como un músico excepcional, él se retira cerca de Badajoz porque no quiere vivir instalado en la frenética vida de un concertista (al menos esta es la versión que conozco) y se dedica a su familia y a dar clase en el conservatorio de la ciudad.

Quiero conseguir el disco con su interpretación de la Iberia de Albéniz. Le admiro también antes de conocerlo algo más, (probablemente todos construimos personajes, yo desde luego lo hago).

Me viene a la cabeza una frase de Joseph Brodsky:
la creatividad es el comentario de una vasta playa cuando un grano de arena es engullido por el océano.

18 de julio de 2011

Futuro pasado

Escucho hablar de un concepto que para mi es nuevo: el futuro pasado. Se trata, más o menos, de con que pasado queremos jugar en el futuro, es decir, que pasado vamos a construir para que nos sirva en el futuro y servir es, entre otras cosas, que nos pueda ofrecer continuidad sobre nuestros episodios vitales (algo no muy lejano, tal vez, a la duración de Peter Handke).

Es la primera vez que escucho diseccionar una idea así. Pero intuitivamente siempre he sentido cerca esta forma de tratar con el tiempo y con las construcciones más personales. Y durante años esta idea la he ido tejiendo, conformando, junto a la música de Franz Schubert. Ahora creo que no.

17 de julio de 2011

Oro no

Frente a mi ventana de esta noche hay una palmera delgada, muy alta y las luces de la ciudad. Esta tarde viajé escuchando en mi admirado programa Juego de Espejos de R2 la selección musical hecha por el poeta Vicente Gallego. A lo largo de una carretera que va paralela al mar escuché la primera pieza que eligió: un motete de Tomás Luis de Victoria. Y me alegré porque fue un encuentro con una música que casi parecía necesitar, un acompañamiento en el recogerse como solo disfruto con la música de Victoria. Es un caso único, o eso me parece, porque hasta sus piezas fúnebres son un recorrido por las áreas más luminosas de lo invisible. Me parece la música de una entrega.

Bajé todavía más la marcha, acompasé las curvas de la ruta a la voz que viajaba de ventanilla a ventanilla. Un coche silencioso, viajando solo, es uno de los auditorios que más disfruto. Además iba por una carretera curiosa porque en los arcenes, en los balcones de las casas, en los portalones y en cualquier lugar hay pancartas que dicen Oro No. Me gusta ese mensaje, en realidad contra la instalación de una mina de oro a cielo abierto, porque me hace pensar en la plata de los días, un brillo que prefiero.

En el programa, Vicente Gallego decía que a veces escuchar una pieza le llevaba a escribir un poema, pero que era porque una emoción llevaba a otra y luego a algo que estaba más allá de uno mismo. A mi el viaje y su música me hizo sentir claramente por qué me gustan tanto algunos personajes de Haruki Murakami, y es que cuando las cosas se ponen difíciles y estoy extraviado pienso en qué haría uno de sus personajes en mi situación. Y me sereno, porque sus hombres en momentos delicados hacen un té, o conducen por la noche, o preparan una comida con todo detalle, o escuchan una música concreta o tal vez beben algo poderoso. Sus personajes trocean el mundo en pequeñas porciones de cosas necesarias, cosas tan pequeñas que se llega hasta la escala de lo diminuto. Y en esos tamaños todo es relativo, al tiempo que se hace necesario y está dotado de un fuerte sentido. Una lucha pasa a ser un diálogo con algunos átomos de la plata diaria y puede ser el inicio para llegar a algo más allá de uno mismo. A algunos de esos encuentros les debo bastante y eso no se olvida.

17 de junio de 2011

La agitación del mundo celular

Sentado a la mesa, escuchando las idas y venidas de la voz en el canto gregoriano, copiando un texto leído, copiando textos de un libro en una libreta sin tener una razón concreta para hacerlo, solo por la necesidad de recorrer esas palabras de otra manera, con todo el cuerpo. Es tarde, hay mosquitos, hace calor. Algunas imágenes mentales se superponen a las físicas, o al revés. No están claras las fronteras.

Hace días que no consigo asistir a conciertos que me hubiera gustado escuchar, a veces porque no puedo, otras porque no hay entradas (nunca hay entradas para la programación del Xacobeo Classics, siempre está lleno pero nadie sabe como poder asistir. Uno siente algo parecido a la vergüenza ante ese uso del dinero público). Por supuesto fue imposible escuchar a Mischa Maisky tocas las suites para chelo de Bach y mucho más será a Daniel Barenboim dirigir a la Staatskapelle de Berlín.

A cambio pude oir las imágenes, en silencio, de Nathaniel Dorsky. Me lo habían recomendado, no lo conocía. Fue una experiencia inolvidable. Películas de cine, mediometrajes, que nada tienen que ver con el cine habitual. Solo imágenes que crean la propia película, que la van creando mientras surgen en la pantalla. En muchas el mundo misterioso, envolvente, de los organismos vivos, mundos hechos a base de partes diminutas, como panales de abeja. O la agitación del mundo celular, su temblor. Organismos celulares emitiendo un mensaje hipnótico, del que es posible que no haya código. Solo hay su escucha, el proceso de sentirse uno mismo esa agitación.

Nathaniel Dorsky estaba presente en la proyección, decía unas palabras antes de cada película. Hablaba, por ejemplo, de la arquitectura del refugio, de la película como un lugar o de como unas imágenes se acercan al umbral de la solidez. También de como desde un punto de vista poético todo es más real, naturaleza y artificio apenas se diferencian, igual que un pájaro y su nido.

Y ahora recuerdo lo que dice Chantal Maillard de por qué escribe poesía: escribo para que el agua envenenada pueda beberse.

9 de junio de 2011

Reciprocidad

Un hermoso acuerdo de reciprocidad, dice J.D. Salinger.
En algunas ocasiones ese acuerdo se produce con una persona, un lugar, un tiempo. También con los sonidos. Tal vez con la música a la que se está agradecido exista esa reciprocidad, porque tras el momento en que quien escucha le dedica toda su atención, ella devuelve en buena reciprocidad toda esa intensidad, en un circuito que no se sabe donde comenzó.

25 de mayo de 2011

Un misterio

Lo poco que sabemos de las piedras

¿Qué es un día logrado?

De pronto, un día (una noche) una voz silenciosa va atravesando, sin esfuerzo, las horas. Y el tiempo tiene otra duración.  

Toda la realidad es sagrada cuando la contemplamos con piedad, escucho en la radio del coche. Nunca entiendo bien el significado de piedad, pero me gusta sustituir esa palabra por atención, por concentración. O por silencio. Toda la realidad es sagrada cuando la escuchamos. Por eso la charlataneria no tiene disculpa.

Me hubiera gustado mucho escribir aquí sobre mi experiencia en un concierto al que no pude ir: el domingo tocaba el pianista Aldo Ciccolini. Esperaba ese concierto desde hace semanas, pero no pudo ser. Así que pienso en como sonaria esa música. Solo puedo recrear ese tiempo.

Hoy, de pronto, tuve que estar cerca de mis libros de Peter Handke, para buscar un título precioso: Ensayo sobre el día logrado. Un libro de texto.

Y después, como en un acto reflejo, pensé en el final de un libro inaccesible para mi (pero del que recibo destellos poderosos cada vez que vuelvo a él): el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein.
Su última proposición es:

De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.

21 de mayo de 2011

Vernos en la penumbra

Recuerdo bastante bien como son los pisos en los que transcurren las películas de Woody Allen. Casi todos me gustan, y en especial las habitaciones para dormir, las camas, los cabeceros de las camas, los colores. Y la iluminación, las lámparas puntuales, las zonas en penumbra. La calidez de un ambiente. Siempre me parecen espacios cargados de erotismo.

Ayer recordé todo esto escuchando en un café precioso, El Latino, al grupo de jazz The Swing Serenaders, de Barcelona. Aquello fue una fiesta. Un clarinete, un trombón, una guitarra y un contrabajo sobre el pequeño altillo del escenario. Y piezas de jazz clásico más algunas propias tocadas a la manera, como ellos decían, de New Orleans. Una auténtica fiesta. Cuatro músicos que emitían la felicidad de tocar en directo, dirigiendo hacia nosotros una música que te levantaba de la silla. Y un público que no paraba de sonreir, tocado por aquel ritmo, por el buen ambiente. En un café, por la noche. A todo el mundo allí parecía habérsele transformado la cara. Un instante en el que la atención consistía en seguir aquel río.

En la singularidad de su ser siendo cualquier cosa es infinita, dice Chantal Maillard. Escuchar es infinito. Porque exige atención, dirigir la atención, elegir los canales por los que va a circular una especie de energía, también de vacío, invisible. Escuchar es ofrecer ese cauce. Pero saber centrar la atención no es fácil, aunque tal vez se pueda practicar: Entrenarse en la temporalidad del suceder, dice Maillard, aprender a transformar lo real en un suceder, las cosas en una vibración. Por ejemplo quedándose cerca de la música, dedicándole un tiempo, aceptando que ese tiempo se alarga y se expande cuanto más nos concentramos.

Algo de esto ocurrió ayer durante el concierto, algo parecido a una complicidad entre músicos y espectadores, una especie de iluminación que recorría la madera del café, circulaba por entre las mesas y nos iba dibujando a todos en aquella sesión de jazz. Gracias a los sonidos tuvimos una forma nítida durante unos pocos segundos, y pudimos vernos, reconocernos, en la penumbra. 

Tal vez nos volvamos a encontrar.

19 de mayo de 2011

Phoebe

Algunas veces, una pocas veces canta Atahualpa Yupanqui, me gustaría copiar aquí casi un libro entero. Es un ansia extraña de volver a leer mientra se transcriben unas palabras sin final, infinitas.

Hace tres días entré en una librería buscando un libro que no tenían. Pero antes de salir decidí llevarme, llevaba tiempo queriendo hacerlo, El guardian entre el centeno de J.D. Salinger.

Hacía tiempo que no tenía una experiencia tan intensa con un libro: una lectura que lo suspende todo y al tiempo todo lo reactiva, que exige tanto que desaparecen todos los actos, todas las citas, hasta el sueño. Porque aparece la sensación de que tienes que acabar con esas páginas (malditas páginas diría el protagonista) antes de que ellas acaben contigo. Y cuando llegas al final ya están demasiado dentro para que aquello acabe fácilmente. Imposible.

Phoebe es la hermanita pequeña de Holden, su protagonista. Y casi su única unión firme con el mundo.

Empecé a darle el resto de la pasta que me había prestado, pero no me dejó.
- Guárdalo tú. Guárdamelo -dijo. Y luego dijo enseguida -: Por favor.
Me deprime mucho que alguien me diga "por favor". Quiero decir, si se trata de Phoebe o alguien así. me deprimió muchísimo. Pero volví a meterme la pasta en el bolsillo.
- No vas a montar tú también? -me preguntó. Me miraba de una forma rara. Se le notaba que ya no estaba demasiado enfadada.
- Quizá la próxima vuelta. Te miraré -le dije-. ¿Tienes tu tiquet?
- Sí.
- Entonces, ve. Estaré en ese banco de ahí. Te miraré.
Fui al banco y me senté y ella subió al tiovivo.


Es cierto que el mito creado alrededor de J.D. Salinger puede dificultar esta lectura. No es lo que más me interesa y me alegro de que no haya dificultado demasiado leer por primera vez este texto (o eso creo). Siento que es un libro único, una lectura que se quedará durante mucho tiempo. Al terminar las páginas solo ha empezado a salir al aire un poco de su olor. Y de su misterio (empezando por el título). Pienso en Thoreau (Holden dice que se irá a una cabaña y que se convertirá en sordomudo), pero también en las imágenes que vi estos días de Jacques Henry Lartigue sobre cómo percibía desde dentro la vida de las clases ricas. No hay nada en el libro del gusto de Lartigue por vivir, pero no puedo evitar pensar que detrás de ellos hay un ajuste de cuentas sobre cuando la última palabra es un , y sobre lo que eso cuesta. 

Lo que distingue al hombre inmaduro es que aspira a morir noblemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir humildemente por ella. Son las palabras del señor Antolini a Holden. 

Pero lo que quiero decir es que montones de veces no sabes qué es lo que te interesa más hasta que empiezas a hablar de algo que no es lo que más te interesa. Es parte del diálogo de Holden con el señor Antolini. 

El guardian entre el centeno. Leo y releo el título. En mi edición son letras rojizas sobre fondo blanco. Es un proceso casi hipnótico. Y a largo plazo.

30 de abril de 2011

Una música y una ciudad

Cuando en una historia aparece un arma de fuego, ésta deberá ser disparada, (encuentro esta cita de Chéjov). Recuerdo que hace pocos meses, en el tren, el hombre que ocupaba el asiento de al lado leyó los cuentos de Chéjov durante un trayecto de varias horas. Me encanta saber qué está leyendo la gente con la que me cruzo. A veces, no puedo evitarlo, el libro abierto me parece un pasaporte: allí también está la identidad de quien le está prestando toda su atención.

Hace días cumplí un pequeño sueño: asistir a la Semana de Música Religiosa de Cuenca (he seguido muchos de sus conciertos por la radio estos años pasados). Es una ciudad a la que, por unas u otras razones, he ido y venido con frecuencia. Y me gusta. Pero el festival, al menos los conciertos a los que pude asistir no me entusiasmaron. Ni la organización ni el propio concierto. Se me hacía raro esa percepción en un lugar que formaba parte casi de un sueño.

Me hubiera gustado poder asistir al concierto de Gustav Leonhardt interpretando cantatas de Bach. Pero sí pude escuchar a Fabio Bonizzoni tocando a Bach en el clave, junto a su grupo, La Risonanza. Y no sentí que allí se creara ese bucle de sonido que es la Ofrenda musical. Me pareció música sin demasiado hilván, salvo en el clave y en el chelo. Ritmos y tiempos que sonaban extraños, poco intensos, secos y hasta desajustados por momentos. Extraño también percibir eso, pero así me lo pareció.

Hoy me crucé en la televisión con un reportaje sobre la Semana de este año. Y me gustó escuchar las opiniones de Nathalie Stutzmann hablando de la dificultad de dirigir una pequeña orquesta y de cantar a la vez.

Tengo cerca un disco con madrigales de Claudio Monteverdi, interpretados por el grupo La Venexiana, en el que Fabio Bonizzoni vuelve a tocar el clave. Me quedo con esa interpretación, por ejemplo con la intensidad y el vaivén desgarrador del dolor con el que suena el precioso Lamento de Arianna.

29 de abril de 2011

Valparaisos

Hace días, leyendo a Comte-Sponville (creo que esto va a durar), encontré lo que él considera una declaración de amor, mejor dicho, una declaración de amor profunda porque no nos pide nada: Me alegra la idea de que existas o Cuando pienso que existes, me da alegría.

Marqué la página. No conozco otra manera mejor de expresarlo.

En un largo viaje en coche, de pronto me dio por escuchar una música de hace muchos años. Es la banda sonora que Nino Rota compuso para la película Amarcord de Fellini. Amarcord. Unos días antes había recuperado ese cedé del fondo de una estantería.

Recuerdo que en la carretera, despacio, me adelantaban unos camiones portugueses de una empresa que se llama Joao Pires. No es la primera vez, y siempre que los veo me hacen pensar en la pianista María Joao Pires. Y en mitad de una recta encuentro Valparaíso de abajo y Valparaíso de arriba. Mientras sigo hacia delante pienso en el Valparaíso de Chile, que solo conozco por las fotos de Sergio Larrain.

Un mapa con rutas no escritas. De aquí hasta allí para poder perderse. Siguiendo la línea invisible.

Aunque parezca mentira, ahora tengo ganas de que llegue el invierno. Puede que ahí empiece todo, más que en la primavera. En la oscuridad que llega pronto y que obliga a encender alguna luz.

30 de marzo de 2011

El hallazgo de unas palabras

Algunas veces, en algún lugar, uno encuentra las palabras que sabía que existían pero que no lograba dar con ellas. De una manera más o menos difusa intenté referirme en otras entradas del blog a una experiencia, una percepción, que no sabía nombrar bien. Estos días, al empezar un libro de Comte-Sponville dí con esas palabras. Son estas:

En relación con la moral hay muchas formas de ser religioso y muchas formas de creer. Pero quizás haya sólo una creencia: la de que el Bien "existe". Con eso les basta. Todas las religiones coinciden en lo siguiente: como el Bien "existe" (en Dios) no se debe "hacer" el mal. En eso consiste la moral de todas las religiones. La cuestión radica en saber si toda moral es religiosa. Una moral verdaderamente atea diría exactamente lo contrario: puesto que el bien "no existe" es preciso "hacerlo". Moral de la desesperanza. Trataremos de pensar su posibilidad.

Me parece que desde ahí se puede hacer algo. El bien, como la realidad, es algo que hay construir, elaborar, sobre la base de que lo propio es su ausencia o el caos sin forma que a veces constituye lo real.

Pienso en los poemas de Raymond Carver y en su conquista de un Sendero nuevo a la cascada.

25 de marzo de 2011

Pequeñas marcas hechas con un lápiz

Mañana tengo que devolver un libro a la biblioteca sin haber tenido tiempo para leerlo. Lo hojeo, leo algunos fragmentos. Y encuentro marcas, a lápiz y muy pequeñas, que un lector anterior ha dejado. Salto de marca en marca, hay una persona con unos intereses tras esas pequeñas señales. Quiero copiar aquí algunas de ellas.

La oración, decía Wittgenstein, "es el pensamiento del sentido de la vida". Pero si la vida tuviera un sentido, no habría necesidad de orar.

¿Quién puede jactarse de haber suprimido todo el miedo?

Vivir consiste siempre en soñar la vida (la vida nunca nos es dada, excepto en algunos momentos de gracia o de eternidad, más que como vivida o por vivir).

La verdad de vivir es vivir. Desesperanza y plenitud: la verdadera vida está presente.

"La clave del enigma", decía Wittgenstein, "es que no hay enigma". La vida no está para interpretarla, sino para vivirla. Lo real no está para comprenderlo sino para conocerlo. Y tanto una como el otro están para amarlos alegremente. Ésta es la sabiduría misma: amor y simplicidad.

Todo reside en la ética (desilusionarse de sí, del futuro y de todo), la moral (dejar de mentir) y la metafísica o la ontología (la eternidad de lo real y de lo verdadero).

Palabra del que vive: "Mientras la vida no nos abandone, no aullaremos a la muerte".
Desesperación y coraje, confianza y paz: lo real se toma o se deja.
Tómalo.

Este es el círculo vicioso del yo: hago lo que yo quiero, quiero lo que soy, soy lo que hago... Como el sujeto no es algo distinto de sus actos, el círculo vicioso se resuelve, como siempre, en la identidad donde él nos retiene. Soy lo que soy porque hago lo que hago; hago lo que hago porque soy lo que soy. Pero el ser es anterior al actuar (no eliges tu cuerpo), y siempre se está "hecho" antes de "hacer" (no eliges tu infancia). Cada cual es así culpable de sus actos (en la medida en que son voluntarios), pero inocente de sí.

(son fragmentos que otro lector señaló en "Vivir", del filósofo André Comte-Sponville)

23 de marzo de 2011

Racalmuto

Recorrió la isla en tren. Había llegado a Sicilia en barco. Se quedó un tiempo en Palermo. Me lo contó con detalle: como iba por las mañanas al mercado que quedaba cerca de las ruinas de los bombardeos de la gran guerra, el asombro frente a los cristales antibala del palacio de justicia, acristalado, un bunker traslúcido (opaco en muchos lados), para intentar juzgar a los mafiosos; Racalmuto, a donde fue y volvió en homenaje a su admirado Leonardo Sciascia, la habitación en un hotel de una calle principal, con una mesa pintada de verde y un balcón desde el que podría haber fotografiado Cartier-Bresson. Debajo, la calle. Y al cabo de un tiempo, se compró una chaqueta negra, una especie de americana, como la mayoría de los hombres de la isla. No salía a caminar sin ella.

No se por qué, mientras cenábamos me lo fue contando. Mejor dicho, sí me lo dijo: fue porque en aquel restaurante, de pronto, sonó una música que le recordó a Sicilia (tan cerca de Libia). Le miré fijamente, con toda mi concentración, porque me gustaba como me lo contaba. Vivió allí una buena temporada. Y unos acordes en un restaurante fueron suficiente para regresar.

Cuando volví a casa, escuché por casualidad en la televisión una música preciosa, una banda sonora de Gustavo Santaolalla. De él también era la pieza que había sonado durante la cena.

20 de marzo de 2011

Citas, un fado

En la letra de una canción sefardí: Pescaría mis penas con palabras de amor.
El título de un fado que canta Amalia Rodrigues: Extraña forma de vida.
Una opinión que escucho en la radio: No vale nada si no tiene swing.
Y un título de Tony Judd: Algo va mal.
Y otra opinión que escucho hoy sobre la música sacra de Vivaldi: La pasión por existir.
Me dejo llevar, pero conozco la corriente que he elegido. De una entrevista al pintor Anselm Kiefer.

Anotaciones de un día

19 de marzo de 2011

36 opciones

Anoto una frase de Wordsworth: El niño es el padre del hombre. Lleva conmigo varias semanas.

Hace un tiempo me regalaron una botella de vino de Emilio Rojo. Es una pequeña (o gran) joya que guardé con esmero, con mucho cuidado. Así me lo habían pedido y así lo hice. Ocupaba un lugar tan importante que nunca era el momento de beber ese vino, tenía que venir algo todavía más especial. Cuando al final llegó el día, con una buena comida acabada de preparar, al abrir la botella comprobé que el vino se había estropeado. Había pasado su tiempo.

Hace días que me acuerdo de esto. Porque también hace semanas que guardo con todo cuidado el recuerdo de dos de los mejores conciertos que escuché este año. Y porque me parecía tan difícil decir algo sobre ellos que nunca fue, tal vez hasta ahora, el momento.Y así me fuí quedando en silencio sin en realidad pretenderlo.

El 24 de febrero escuché a la RFG, dirigida por Helmuth Rilling, interpretar un concierto completo dedicado a Bach: la Suite núm. 2, la cantata núm. 202, el concierto para tres violines BWV 1064 y la cantata núm. 51. En mitad de días muy difíciles, recuerdo ese concierto como un momento en el que recuperé por unos instantes el control de la respiración. Y aquellos sonidos me acompañaron, a ellos les estoy agradecido como lo estaría con una persona a la que le debo mucho.

La música no debería ser meramente cómoda, nunca fosilizada, nunca calmante. Debería sorprender a la gente y llegarles muy dentro, obligándolos a reflexionar, dice Helmuth Rilling, uno de los grandes estudiosos de Bach.

Días más tarde, el 27 de febrero, con ese recuerdo en la piel, acudí a la Iglesia de Santa Eufemia a Real do Centro a escuchar a un violonchelista que no conocía, Pieter Wispelwey, interpretar dos de las seis suites para chelo de Bach, la núm. 1 y la 2, y otras dos suites para chelo que dialogaban con estas: la Suite n1 º op. 72 de Benjamin Britten y la Suite núm. 1 de Joseph Maximilian Reger. Y fue un encuentro inolvidable. Llegué con tiempo, pude sentarme en uno de los primeros bancos de la iglesia y disfrutar de una sonoridad semejante a la mejor sala de conciertos.

Es imposible agotar la escucha de las suites para chelo de Bach. Y es una experiencia que no se olvida escucharlas interpretar en directo. Pieter Wispelwey aportó vibración, colorido y también una ligereza llena de precisión en los seis movimientos de cada suite: desde la fantasía que parece dominar el Preludio hasta la organización rigurosa de la Allemande, la alegria de la Courante y la serenidad y madurez que hay en la Sarabande (así se titula la última película de Bergman, siempre me acuerdo de ella en ese movimiento), justo antes de las danzas casi de corte que parecen los dos Menuet y el lazo final, más suelto, de la Gigue. Y todo con esa especie de polifonía que en unos momentos parece venir de varios instrumentos y en otros se asemeja a un diálogo de varias voces. Seis suites con seis movimientos cada una: 36 combinaciones a las que volver una y otra vez.

En esos días, mientras intentaba averiguar por donde seguia la senda, me llegó un precioso correo que hablaba de algunos viajes interiores parecidos a un gran elefante que nos lleva. Y de saber balancearse sobre él, con la confianza que da abrazarlo más que agarrarlo.

Ahora releo una frase de Rilke que cita Comte-Sponville: Debemos mantenernos en lo difícil. Todo lo que vive se mantiene ahí... Es bueno estar solo porque la soledad es difícil. También es bueno amar, pues el amor es difícil.

Leo sin parar, sin tregua, 1Q84 de Haruki Murakami. Escrito con la misma estructura que El clave bien temperado de Bach. A veces, algunas tardes, alterno una pieza de esa música con un capítulo del libro, como un homenaje a no se sabe bien qué, a algo invisible que simplemente le gusta estar cerca de nosotros, sin esperar nada.

23 de febrero de 2011

Los demonios y la noche

A los demonios no les gusta el aire libre, dice Ingmar Bergman. Por eso salgo a caminar por la mañanas (él dice que los demonios le asaltan por la noche). Admiro a este hombre, al menos a la construcción que voy haciendo de él desde hace años. En otro lugar, lejos de aquí, leí sus tres libros traducidos. Luego, poco a poco, algunas de sus películas. Y no hace mucho, Fresas salvajes.

Ingmar Bergman se parece físicamente a mi tío Andrés. Son casi idénticos. En su aspecto físico ninguno de los dos me inspira confianza. Pero cuando Bergman comienza a hablar, o cuando escribe, tengo la sensación, la certeza, de estar delante de alguien que sabe de qué va la raza humana. Sobre todo porque identifica muy bien las miserias y los miedos y aun así sigue adelante con sus proyectos. Siempre me lo he imaginado como un tipo valiente.

En el último documental que rodaron sobre él, la presentadora le pide que describa cuáles son sus demonios. Y él aparece con una pequeña lista manuscrita y comienza, uno por uno, a describirlos. Con más de ochenta años y ante una cámara. Sensible e implacable. Consciente. Pero lo mejor de todo es que, al terminar (y había unos cuantos) le dio la vuelta a la hoja y dijo que quería añadir cuáles eran los demonios que no tenía. El orgullo de no haber sido engullido por unos cuantos agujeros negros.
Admiro a alguien con ese conocimiento.

20 de febrero de 2011

Sobre la intuición, tal vez

La intuición nunca falla.
Si falla no es intuición
(le leí estos días, pero no recuerdo donde)

19 de febrero de 2011

Una luz blanca

Salí a caminar por las calles, tal vez a buscar un libro. Ya era de noche, llovía un agua mansa, como blanquecina, triste, que el paraguas no detenía. Caminé en silencio, hablé, seguí andando. Daba igual. Y al llegar frente a la catedral escuché el ruido de un generador y más gente de lo normal en el pórtico. Me detuve y entonces recordé que había un concierto, anunciado desde hace semanas, y que la lluvia me había hecho olvidar.

Entré al Pórtico do Paraíso. En la música antigua aparece continuamente la palabra paraíso. ¿Qué significará? Cantaba el grupo vocal The Tallis Scholars, dirigido por su fundador Peter Phillips. Once músicos cantando a cappella en una catedral, música sacra, sagrada. Pero con un añadido que es la primera vez que veo: la mezcla de música renacentista (Palestrina o William Byrd entre otros) con un músico vivo, Arvo Pärt.

Es la primera vez que escucho un programa tan valiente y tan bien escogido, que además el público reconoce y valora por el hilo espiritual que une el siglo XVI con el XXI. Una de las pocas veces en que la clasificación no juega malas pasadas y como resultado la música contemporánea se relega a ser la primera pieza de un concierto, como teloneros de lujo del clasicismo.

Arvo Pärt es una maravilla. Podría comparar mi música con una luz blanca en la que están contenidos todos los colores. Solo un prisma puede separar estos colores y hacerlos visibles, este prisma podría ser el espíritu de quien escucha, dice el compositor.

Una luz blanca. A mi me gusta escuchar la gran dedicatoria al piano que es Für Aline. Y el cedé verde con Tábula Rasa que me regaló L. y con el que descubrí a este músico estonio. Años más tarde, la pareja de L. me regaló la sinfonía nº 3, op. 36  de Henryk Górecki. Músicas muy diferentes pero cercanas en el tratamiento espiritual, en lo sagrado, también en el dolor de una nota que se instala en nosotros y va creciendo, zigzagueando, de la memoria a lo que está por venir.

No es una música triste (lo pienso mientras suena Für Aline). Es el silencio que precede al recogimiento. Aquel en el que uno respira más hondo porque sabe que se enfrenta a lo que no tiene fondo ni final, a algo infinito. Y necesita coger fuerza y seguridad, coger silencio.

Los antiguos asociaban lo sacro, lo sagrado con un hueso central en nuestro cuerpo, el hueso sacro. El centro del cuerpo es el centro del silencio, del recogimiento.

Y eso flotó ayer en el concierto de la catedral. Magnificat, Miserere y Nunc Dimitis de músicos renacentistas y de Arvo Pärt. Y el hilo del agradecimiento y de la entrega no se había roto en todos esos siglos.

Era de noche pero se podían ver algunos colores.

14 de febrero de 2011

Amnesia

Leo el testimonio que el neurólogo Oliver Sacks escribió sobre Clive Wearing, un hombre joven que tras una enfermedad perdió, entre otras cosas, la capacidad de recordar más allá de unos pocos segundos.

Un fragmento del diario de Clive:
2.10 pm: esta vez estoy perfectamente despierto (...) 2.14 pm: esta vez estoy por fin despierto (...) 2.35 pm: esta vez absolutamente despierto (...) A las 9.40 pm me desperté por primera vez, a pesar de lo que he dicho antes (...) A las 10.35 pm estaba plenamente consciente, y depierto por primera vez en muchas, muchas semanas.

Deborah, su mujer (con una historia de amor maravillosa con Clive) dice que es como si él sintiese que No he oído nada, ni visto nada, ni tocado nada ni olido nada. Es como estar muerto.

Fuera llueve despacio, escucho el agua sobre el tejado, cae sin ninguna violencia, el viento cesó. Solo queda la noche que comienza a avanzar. Pienso sobre esa forma de "estar muerto". Me parece que los recuerdos exigen ser cultivados, tal como haríamos con un buena huerta. Sin ellos solo existe un presente que no puede significar nada. Solo una inmensa amnesia.

Y, al mismo tiempo, sé que no hay nada más cierto que las palabras de Antonio Lobo Antunes cuando dice que lo que de verdad es difícil de predecir no es el futuro, es el pasado.

13 de febrero de 2011

Sin atajos

Hace unos días recibí un correo con un texto atribuido a Jorge Luis Borges. Y el caso es que ya es la segunda vez que, desde diferentes lugares, me llega el mismo texto. Es ese en el que un supuesto Borges de 85 años (tengo hasta dudas de que sea suyo) se lamenta de haber vivido la vida entera de manera tan correcta e "higiénica" y escribe sobre todo lo bueno que haría si volviera a vivir, y que dice haberse perdido (habla de tomarse las cosas con menos seriedad, de caminar descalzo, de contemplar más amaneceres...).

Hace tiempo también circulaba por muchos lugares una larga carta atribuida a Gabriel García Márquez en la que reflexionaba sobre su vida en un momento en el que una supuesta enfermedad terminal le había hecho ver la vida de otra manera.
Parecen textos con buenas intenciones y aire seudopoético que se me caen de las manos en las primeras palabras. Sean o no de ellos no me merecen mucho interés (ni aprecio). Ahí no está la valentía ni el gusto por correr "riesgos" que dice el supuesto Borges.

Cuando la cosa se pone difícil a mi no me sirven de nada esos supuestos atajos bienintencionados, que incluyen buena parte de lo que se debería hacer y además cómo hay que hacerlo. Parecen recetas de cocina dedicadas a explicar la elaboración en unos pocos minutos de un plato que tarda horas en cocinarse. Y además horas de dedicación plena (y gustosa). Creo que hay que vivir al límite, pero eso no tiene nada que ver con la apariencia de vivir al límite. Es otra cosa. En realidad es algo que solo sirve para cada persona, es una trayectoria que está pendiente de ser trazada.

Hace unos días escuché a Amancio Prada interpretar el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en una antigua abadía. En ese poema maravilloso es donde se habla de la noche sosegada, de la soledad sonora, de la cena que recrea y enamora. Y por supuesto de la música callada.

Durante mucho tiempo, y sigue ocurriendo con igual intensidad, cuando no busco un atajo necesito estar cerca de la Música callada de Federico Mompou. Sencillamente porque tiene la cualidad de señalar, por algo parecido a la decantación (el silencio), lo que es importante de verdad. Separa las emociones y al final te deja a solas con lo que de manera cierta está contigo. Y entonces, por fin, puedes escuchar algo.

11 de febrero de 2011

Los recuerdos son el combustible

Las personas diminutas, la luz brillante.
Encuentro esta frase en una libreta de notas y quiero tenerla cerca.

Para las personas, los recuerdos son el combustible que les permite continuar viviendo. Y para el mantenimiento de la vida no importa que esos recuerdos valgan la pena o no. Son simple combustible. Lo escribe Haruki Murakami en "After Dark"

Hace unos días me crucé con un poema de un autor que no conocía, el polaco Vladimír Holan, que me llevó hasta una gran reserva de combustible, intacta en algún lugar no lejos de aquí. Voy a copiar el poema:

¿Qué después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,
lo anunciará el simple canto de un gallo...
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento...
La primera en levantarse
será mamá... La oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo del café.
Estaremos de nuevo en casa.

Viví durante mucho tiempo una resurrección así. Conocí el silencio de la casa cuando el fuego de la cocina comenzaba a calentar. El olor de la lumbre, la confianza que ofrecía. Las piñas secas prendiendo en la madera. Los pasos sigilosos. Un silencio cuidadoso para no despertar a quien todavía quería dormir.

Cuando comencé a vivir fuera de la casa y volvía a ella en invierno, en las vacaciones, llegaba de madrugada. Cerca de la estación, el tren cruzaba el río a través de una densa niebla y mucho frío. Toda una noche de viaje, sin poder dormir apenas. Desde la ventanilla de aquella especie de camarote veía pasar los árboles desnudos y entonces sabía cuanto los había echado de menos. Aún estaba amaneciendo.

Por eso llegaba a la casa cuando el fuego empezaba a calentar la cocina y el resto de la casa permanecía congelada.

Ahora leo "Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro" de Oliver Sacks. En uno de sus capítulos, habla de lo que denomina conciertos involuntarios, una especie de sonidos que de pronto comienzan a acompañarnos a todas horas y en todo momento y que pueden llegar a ser difíciles de controlar. Y siento que los recuerdos se parecen mucho a esa idea de concierto involuntario, de sonidos y silencios que viajan a nuestro alrededor.

2 de febrero de 2011

Un lápiz

Durante mucho tiempo lleve este viejo lápiz sobre el salpicadero de mi coche. Cada vez que lo veía me sentía incómodo al observar su punta desgastada y sucia. Siempre quise afilarlo hasta que un día ya no pude más y por fin lo hice. No estoy seguro, pero creo que esto tiene que ver algo con el arte.

Hace tiempo que conservo este pequeño texto de John Baldessari, que él montó con dos fotos del lápiz, antes y después de afilarlo. Me lo envió un amigo hace algunos años y, de una u otra manera, cada vez que lo leo siento que mucho de lo que se puede decir sobre el trabajo artístico y creativo está ahí.

30 de enero de 2011

No, no tardaré mucho

Últimamente, de pronto,
en medio de algo cotidiano y pequeño
me llegan voces perdidas de hace tanto,
acentos, sonidos,
expresiones y gestos
aquellas voces de niños
y de tardes de infancia, de subir
a ciruelos y cruzar sigilosos a la huerta de al lado
para robar la fruta y salir volando.

¿Y por qué llegan de pronto las voces del pasado?
Inconexas, como aves perdidas del grupo migratorio
¿Cuántos años han pasado de la infancia de los setos, sorbas,
los manzanos y el sauce llorón?
Aventuras infantiles al lado del caudal,
conquistando rocas como si fueran islas.

Me fui hace mucho tiempo
pero sin previo aviso llegan a veces voces

Éstas y otras voces del pasado

Me rozan con sus alas


Hace unos meses, en el otoño, una persona a la que aprecio de verdad y a quien conozco desde hace años escribió este poema y me lo envió (me pidió que le guardara el anonimato de una manera ingeniosa y ahora no se me ocurre otra). Hoy, mediante uno de esos procesos incontrolables y que obedecen a una corriente desconocida, lo sentí cerca y dialogando con unos versos de Robert Frost que tengo copiados en no sé cuantas libretas, porque siempre que me los encuentro me parecen únicos:

Voy a limpiar el arroyo, en los pastos...
Sólo rastrillaré las hojas secas.
(Y quizás me detenga hasta ver clara el agua)
No, no tardaré mucho. -Ven también

28 de enero de 2011

Como un iris

Ayer fue tarde de concierto.
Ahora llueve con suavidad y hace menos frio.

La RFG tocó el concierto para piano núm. 1 op. 15 de Brahms y la Sinfonía núm. 1 de Kurt Weill.

Y algo extraño me sucede con la música de Weill, de quien ya había escuchado alguna otra pieza en el auditorio. No identifico lo que es, pero ayer me volvió a suceder.

Esta sinfonía se desarrolla en un solo acto: grave, allegro vivace, andante religioso y larghetto se suceden sin ningún silencio intermedio. Al inicio no parece fácil de escuchar, se pasa por tramos en que los sonidos parecen discutir entre si y recuerdo una especie de continuos toboganes por los que se deslizan de una manera poco predecible. Cuando escucho algo así, sé por qué me gusta este tipo de música y por qué me aburro, o pierdo interés, frente a otro tipo de sonidos.

Pero la música avanzaba girando cada vez más cerca. A veces pasaba rozándote. Cuando llega al andante religioso todo parece estar decidido: estás dentro de un viaje y estás empezando a internarte en un territorio que existe según lo vas atravesando. Como abrir un fruto y ver las pepitas, algo circular y generoso en la mano.

El larghetto parecía avanzar en esa nebulosa (que no sabría si me gusta o no), como una nave se interna en espacios oscuros y lejanos. Fue la experiencia de atravesar umbrales, de ir a través de planos que se abren como un iris cuando intuyen que ya estás cerca.

Ese es el extraño viaje, en un bucle a veces desasosegante, con el que asocio una parte de la música de Weill. Y algo de eso creo que quedó en su etapa de Nueva York, cuando trabajó en lo que sería el musical americano. Algunas piezas de George Gershwin me lo recuerdan.

Durante el regreso escuché en la radio como leían un relato de Ambrose Bierce: En el código militar el silencio y la inmovilidad son formas de deferencia. Pensé en la frase sobre el placer de la entrada anterior.

Y hoy, en cuanto pude, volví a escuchar el Viaje de invierno de Schubert.

26 de enero de 2011

Diccionario

"Abstinente, adj.: persona de carácter débil que cede a la tentación de privarse de un placer"

(Sentencia que Ambrose Bierce escribió en El diccionario del diablo y que encontré en un escrito de Fernando Savater)

16 de enero de 2011

Lontano

Si supieras cada día lo que va a pasar no te levantarias de la cama, dice uno de los personajes de "Todo o nada", la película de Mike Leigh (a mi me deslumbró con "Secretos y mentiras").

Y ¿cómo se relaciona esto con el ansia de control, férrea a veces, sobre ese mismo día a día?

Amanecemos para estar expuestos a la incertidumbre, y eso parece ser lo bueno. Pero al mismo tiempo queremos reducir las opciones de imprevistos, de incertidumbre.

Puede que esto sea casi inevitable, el asunto es el cómo lo aceptamos y gestionamos.

Y esta es una enseñanza que procura la música: la aceptación de lo desconocido, lo imprevisible, el caminar en la cresta de una ola de la que no se sabe su evolución, el evitar lo obvio. Un buen maestro de todo esto es György Ligeti.

15 de enero de 2011

La explicación del relámpago

"El primer deber del hombre es definirse", dice Atahualpa Yupanqui.
Tengo conmigo esta frase desde que la escuché hace un par de días. De alguna forma estoy cerca de ella, observándola, intentando saber qué pienso sobre ella y en qué consiste eso de definirse.

Tal vez definirse tiene que ver con trazar unos contornos, unos límites, unos miedos también. Con dibujarse, con lograr una identidad y con aceptar su reforma inmediata. Definirse lo entiendo como la valentía de permanecer en silencio y, en ocasiones, hablar. Y aceptar que las dos cosas son nuestra expresión. Definirse puede tener que ver con expresarse, en un mundo en el que probablemente vale todo menos la ingenuidad de pensar que si no nos dibujamos nadie lo hará por nosotros.

Tengo ganas de decir que vale todo menos la mentira. Pero la verdad, o como se llame, hay que decirla indirectamente, "Así como el relámpago / se explica amablemente al niño" decía Emily Dickinson.

Y tampoco vale la humillación, hacer perder la dignidad a alguien. Creo que esto es especialmente delicado cuando estamos cerca de personas mayores o muy mayores. Pero entre iguales, muchas veces la humillación sobrevive a maneras que podrían parecer hasta lo contrario. Puede ser una especie de virus que se reproduce desde dentro de la ayuda o el juicio o la tutela incluso, desde dentro de la piel. No lo sé, pienso algo alrededor de todo esto.

Y ayer, en el concierto semanal, asocié la escucha del concierto para violín núm. 2 de Béla Bartók, con el recuerdo vibrante de la música popular gitana de Kalyi Jag saliéndose, a todo volumen, por las ventanillas del coche, lleno de amigos, mientras íbamos y veníamos por el desierto hace ya bastante tiempo.

Johannes Brahms, un compositor que apenas he escuchado, me devolvió con su Sinfonía núm. 2 en Re mayor a la paz y a la luz necesaria para volver a casa por la noche.

9 de enero de 2011

Música de danza y una idea obsesiva

Hace tiempo escuché en la radio una pieza para violonchelo llena de intensidad y fuerzas contradictorias. Como otras veces (no demasiadas) tuve que parar lo que estaba haciendo y escuchar. Era un diálogo de un instrumento consigo mismo: varias voces conversaban alrededor de una melodía endiablada, que por momentos tenía aires populares, (zíngaros o algo parecido). Parecían los ecos de una fiesta en el campo mezclados con una línea obsesiva que iba y venía. Una música que casi invitaba a bailar y a su alrededor una obsesión dramática, dura, sin contemplaciones.

No tenía ni idea de qué se trataba, hasta que al final dieron la referencia: la Sonata para violochelo solo op.8 de Zoltán Kodály. Y estos días conseguí el disco, en una interpretación de Xavier y Jean-Marc Phillips (porque además del Op. 8 hay el duo de la Op.7).

Escuché los tres movimientos, "Allegro maestoso ma appassionato", "Adagio" y "Allegro molto vivace" mientras cruzaba los campos bajo una tormenta que no muy lejos debía ser de nieve. Recuperé cosas de la primera vez que la escuché, una línea de atención, de sorpresa y de intensidad parecida a aquella vez. Y descubrí otras emociones. Son sonidos que mezclan la música más popular con el presagio, ya una realidad, de la música del siglo XX. Kodály era un aficionado a las "excursiones etnomusicográficas" y esos aires se dejan sentir.

Pienso en esa música y me gusta la luz de esos países, aunque no haya estado. Pienso en Béla Bártok, su amigo, y también en Josef Sudek. Y en las nubes de hoy.

¿Puede ser que los días hayan crecido algo?.

5 de enero de 2011

Es la conmoción, no lo bonito

Sea cual sea su remoto origen, probablemente vinculado a pautas de cohesión comunitaria, la música sigue marcando nuestro destino a través de las emociones, tan intensas como efímeras, como ocurre con todo lo que se desenvuelve mediante un régimen temporal
(Francisco Calvo Serraller)

En la barra de un café, escucho una conversación en la que él se interesa por el nuevo novio de ella, y lo hace preguntándole, con un tono suave, equilibrado, sonriente, si es “sano, tranquilo... y todo eso”. “Sí, super lindo” le responde ella.

Recordé entonces como un oyente explicaba el otro día en la radio lo que le unía a las interpretaciones pianísticas de Glenn Gould: “sus problemas, enfermedades y rarezas”.

Prefiero esta segunda manera de relacionarse con los afectos, también con la admiración. Sobre todo porque es más real y porque reserva más espacios para que nos podamos conmover. Es la conmoción lo que importa, no lo bonito, como dice Harnoncourt hablando de ciertos sonidos. Igual siento con las personas, con las ausencias y con las presencias.

Cada vez que encaramos los problemas, enfermedades y rarezas, rascamos alguna de las capas que esconden el oro. Me siento lejos de lo “super lindo”, del “buen rollo” que escucho en la calle a cada momento (mientras el mundo avanza a dentelladas, algo extraño). No creo que haya nadie sano y tranquilo, pero si puede haber ganas y esfuerzo por sanear, por entender, por aceptar y por comunicarse desde el respeto. También hay música que me recuerda esto a diario.