31 de diciembre de 2011

La belleza es una voz que cuida nuestro sueño

Último día del año.

Escucho la música del Shakuhachi, una flauta que se utilizaba como instrumento de meditación en algunas tradiciones japonesas. Empiezo a descubrirla, hace poco que conozco estos sonidos. A veces está sola, y es el correr del aire al través de sus pequeños agujeros, y a veces surge en la compañía de otros instrumentos tradicionales.

El Shakuhachi es lo más parecido a una voz, a palabras que algún viento apenas deja oir pero de las que percibimos su sonoridad y su sentido. Una voz que no habla por si sola, sino con quien la escucha, que toma su tono y su decir del viento que cruza todo nuestro cuerpo, un aire agitado por remolinos más o menos rítmicos.

El Shakuhachi es una música de la respiración. A veces se escucha el aire de un lamento. O el de la melancolía. A veces se siente en la piel el viento de la crueldad extrema. Su sentido es marcar el tono para que los otros sonidos del cuerpo se situen en su escala y, de alguna manera, se acallen.

Ayer escuchaba la radio. Alguien hablaba de que la única salvación podía venir por la belleza. Una opción para aportar un poco de sentido a la crueldad, a la sinrazón, a los trazos despiadados que pueden cortar a una persona en varias personas, a través de un filo frío.

El agradecimiento a quien te ha salvado es infinito. Vives gracias a ese ser, que se convierte en una existencia, en una presencia intensa y cierta como un árbol o una piedra. A pesar de su invisibilidad.

Cuidar la belleza es conquistar la belleza. Hacerla. Soplar con el ritmo de la respiración y hacer que el Shakuhachi emita su particular viento. Darle voz a una pequeña flauta. Atender a lo que está pero no se muestra y, a pesar de eso, sigue estando. Empeñándose en viajar con nosotros. Capaz de velar nuestro sueño sin rozarnos la piel, solo a base de voces pronunciadas en una noche y para una persona.


27 de diciembre de 2011

uno de los cuervos de Fukase, encontrado en una pantalla de proyección



26 de diciembre de 2011

Huesos huecos

Hace unos pocos años un buen amigo envió una felicitación de navidad. Había una fotografía en la que un pulpo intentaba sobrevivir en el fondo de un gran cubo de plástico, aunque en realidad parecía rendido. Y había un pequeño texto que, según lo recuerdo, decía

feliz no sé qué

A pesar de tanta queja sobre estas fechas, me sigue sorprendiendo que la bandeja de entrada del correo empiece a acumular felicitaciones de gente a la que jamás hubiera imaginado emocionarse por la presencia de un milagro bíblico...

Pero hoy me llegó una que me hizo detenerme en ella.
También había una foto, pero de un mirlo, solo, en mitad de un campo. Y había un texto con un poema de Rimbaud en francés y traducido al castellano. La traducción no me gustó pero el poema sí. Se titula Sensation y voy a copiarlo en su lengua original. Si se entienden las palabras tendrá un significado y si no se comprenden pero se lee con atención musical, también tendrá un sentido.

Par les soirs bleus d'été, j'irai dans les sentiers,
Picoté par les blés, fouler l'herbe menue:
Rêveur, j'en sentirai la fraîcheur à mes pieds.
Je laisserai le vent baigner ma tête nue.

Je ne parlerai pas, je ne penserai rien:
Mais l'amour infini me montera dans l'âme,
et j'irai loin, bien loin comme un bohémien,
par la Nature, -heureux comme avec une femme.

Ahora miro el mirlo. Merlo se dice aquí.
Cuando el fotógrafo japonés Masahisa Fukase se enfrentó a una de las etapas más negras de su vida se retiró a fotografiar cuervos en mitad del campo. Aves negras que antes fueron blancas.

Los pájaros. Todas las aves. Las plumas, huesos huecos para que puedan ser dueños de la ligereza.

Si hubiera que felicitar algo podría ser el que las aves vuelvan a volar.
Y eso ocurre todo el año. Pero es cierto que cuando se acerca la primavera se las puede ver con más decisión buscar lugares y viajes. Sus Grandes Rutas. Así que tal vez envíe una tarjeta de felicitación a las bandejas de entrada por el final del invierno.

24 de diciembre de 2011

en un viaje, 21 de Agosto de 2011

Mensajes cifrados

La realidad es un texto que hay que descifrar, como se hace con una inscripción. Lo malo es que estamos inscritos en la realidad, y eso es un obstáculo para el desciframiento, sobre todo si intuimos que no nos conviene.

(Carlos Castilla del Pino, en Aflorismos)

23 de diciembre de 2011

Un sol negro

Un sol negro a primera hora de la mañana.

El sol no iluminaba, apenas era un círculo oscuro, gris oscuro, casi negro.
Aunque había algo de luz pero no sabía de donde venía.

Un sol que no calentaba, una esfera fría tras los edificios y las pequeñas montañas. Demasiado frío para ser invierno.

Parece ser que es poco frecuente, es un fenómeno raro.

Me recordó el mundo paralelo de Murakami en 1Q84: un mundo con dos lunas. (Donde vivo existe la expresión bañarse con dos lunas).

Así fue el desayuno. Un sol negro y una vela diminuta encendida, para poder ver algo.

Puse la radio.

Y apareció la Sonata Waldstein de Beethoven, la sonata para piano 21 en Do Mayor, Op. 53, interpretada por Daniel Barenboim. La reconocía.

Había abierto un periódico. Tuve que cerrarlo y quedarme quieto, solo mirando la llama y el sol negro. Así durante los tres movimientos, a pesar de que se me hacía tarde.

Otra vez la misma parálisis, presa de la picadura de un insecto raro.

En el desayuno, solo aquella luz, solo aquel suave aire cálido.

Hasta bien entrada la noche.

19 de diciembre de 2011

La niebla de esta noche

Se acabó el día. Es tarde y hace horas que la luz se fue. Pero aún no quiero que llegue la noche. Me vienen a la memoria unas cantigas medievales que esta tarde escuché. Las busco. Busco unos sonidos para mostrar el agradecimiento.

Cesaria Evora. Se fue la cantante de las mornas, de la saudade de Cabo Verde que no es muy diferente de la portuguesa, de la del noroeste. Formas de la melancolía o, tal vez, de echar de menos la niebla. Pero si miro hacia fuera apenas se ven algunas luces amarillas, hoy la niebla lo cubre todo. Tuve la suerte de escucharla en directo, de verla cantar de pie y con los pies descalzos. Me gustaba el ritmo que había en sus pequeños movimientos. Hoy tenía 70 años.

El pasado veintitrés de noviembre murió Montserrat Figueras, tenía 69 años. Hice un largo viaje para escucharla cantar en directo, con su grupo Hespèrion XXI y junto a su pareja Jordi Savall. Tal vez ella habrá cantado también estas canciones medievales que ahora escucho. Tenía una gran voz y también una sensibilidad excepcional para entender los ritmos de la voz interior. Ella cantaba desde otro lugar. Me gustaba. Me gustaba mucho. Era una mujer elegante, llena de belleza. Escucharla era verla caminar.

Y hoy domingo dieciocho de diciembre se fue Václav Havel, el escritor checo que incluso fue presidente de Checoslovaquia. Pero yo lo conocía desde hace años por un libro rojo de tapas duras, con una pequeña foto en la portada, que guardo en una mesilla de noche: Cartas a Olga. Lo leí hace mucho, envuelto en el frío de una casa sin calefacción. Desde la prisión, entre 1979 y 1984, escribe cartas a su mujer que son un ensayo y también una confesión sobre el amor, la dignidad, la memoria, sobre la dificultad y la necesidad de ser una persona.

Ahora, una voz entona los cánticos medievales. A su lado una zanfoña, un pequeño tambor, otras voces. Así es la noche. De alguna manera quise y sigo queriendo a estas tres personas con las que jamás crucé una palabra. Agradezco el haber podido estar cerca de algo que hicieron y que creo que me hizo mejor.

Hoy leí una frase de Foucault, citada por Comte-Sponville, que sin el contexto queda algo extraña pero aún así me apetece copiarla:
Lo que se anuncia es que el hombre se ha "acabado", y que al llegar al final de toda palabra posible, no es al corazón de él mismo donde llegamos, sino al borde de lo que lo limita: en esta región en que merodea la muerte, en que el pensamiento se extingue, en que la promesa del origen retrocede indefinidamente.

En esa soledad y en esa desesperanza, con la promesa del origen retrocediendo indefinidamente, existe la alegría de compartir el espacio con quienes queremos, gente a la que desconocemos y a la que conocemos. Y escucharlos. Y permanecer en ese silencio.



14 de diciembre de 2011

Las flores eran de nieve, los ríos de hielo

El 14 de diciembre de 1911, hoy se cumplen cien años, el noruego Roald Amundsen llegó al Polo Sur. Fue el primero. Unos días después, el 16 de enero de 1912 lo hizo el inglés Robert Scott, aunque junto a todos sus hombres moriría en el regreso a la base. Sus cuerpos y sus escritos fueron encontrados en la nieve por otra expedición el 12 de noviembre de 1912.

El descubrimiento de los polos, los viajes al ártico y a la antártida me atraen igual que un imán. Son viajes literales y también metafóricos. Es el viaje al frío y a las tierras lejanas y perdidas, solitarias, imposibles de habitar. Salvo en la imaginación. Y son viajes que me gustan a pesar de su romanticismo y a pesar de la competitividad que había en esas expediciones.

Traté de leer los diarios de Scott, las notas que se encontraron junto a los cuerpos. Hay palabras duras que expresan una gran frustración por no haber sido los primeros, pero también hay una profunda humanidad y compañerismo. En un lugar imprevisto, un libro de poemas de Bernardo Atxaga, encontré esta misma admiración y una transcripción de lo último que Scott escribió:

Viernes 16 de Marzo o sábado 17
Así marchó a la muerte Titus Oates: anteayer entró en la tienda con la idea de no volver a despertarse. Sin embargo, ayer despertó vivo. Nos dijo: «Voy a salir. Quizá tarde algo en regresar». Fuera, la tempestad era espantosa. Se perdió en el blizard blanco y no lo hemos vuelto a ver.
Sólo puedo escribir mientras como, y a ratos. El frío es terrible. Cuarenta grados bajo cero. Mis compañeros intentan mostrarse animosos, pero todos tenemos algo congelado. Aunque nos decimos mutuamente que saldremos de ésta, nadie cree seriamente en tal posibilidad. 

Jueves 22 de Marzo
La tempestad no amaina. Wilson y Bowers no han podido salir hacia el depósito. Mañana haremos el último intento. Sólo tenemos combustible y comida para uno o dos turnos. El final se acerca. Hemos decidido que sea natural. Seguiremos hacia el depósito y moriremos en el camino.

(Un tiempo más tarde leí algo, no consigo recordar donde, sobre una traducción poco fiel de estas frases con el objeto de ensalzar, mitificar, la figura de Scott. Pero no tengo los datos).

Luego descubrí un libro: El peor viaje del mundo, escrito por Apsley Cherry-Garrard, uno de los compañeros de Scott que sobrevivió porque formó parte de los expedicionarios que permanecieron en la base. Miro la fecha: lo leí hace ahora once años, en medio de una montaña. Desde entonces ese ejemplar me acompaña físicamente, casa tras casa. Es un libro inolvidable porque en él está escrito, muy bien escrito (el título de esta entrada aparece al describir la primavera en la Antártida), uno de los viajes de invierno que una persona puede emprender.

Cuanto más horribles eran las condiciones en que dormíamos, más tranquilizadores y maravillosos eran los sueños que nos visitaban.

Si no estuviera escribiendo frente a una pantalla, ahora me gustaría preguntar por otros viajes de invierno.

13 de diciembre de 2011

Cum dederit

Escuchar una música no es escucharla, es seguirla.
Alguien evoca esa frase de María Zambrano.

Otra vez vuelvo a pensar en la idea del estar cerca, del situarse no lejos de la corriente. Atento a sus movimientos, a los pequeños cambios, a la superficie igual que a lo subterráneo.

Estar cerca de lo que uno quiere. Y en ese estar cerca lo que uno quiere se deja ver.

Se deja sentir: desde el abismo a las estrellas.

Cerca, por ejemplo, del Cum dederit que Antonio Vivaldi compuso en su Nisi Dominus. Una música que se eleva suave y obstinadamente hacia la noche.

6 de diciembre de 2011

Viaje nocturno

¿Qué decir para que decir sea ver? Cielo o piedra, viaje: todas las palabras se abren al infinito de las palabras. Memoria: la frase es transparente. (Jacques Ancet)

Llega el tren de la noche
tampoco hoy lo cogeré

4 de diciembre de 2011




3 de diciembre de 2011

Fugas

Una historia que no comienza, parece haber existido siempre, recorre un trayecto y llega a un punto imaginario que en nada se parece a un final.

Al mismo tiempo, con unos segundos de diferencia, otro camino pasa por esos mismos lugares pero centra su recorrido en puntos intermedios algo diferentes del anterior.

Y una tercera ruta se adentra de manera sinuosa en ese espacio oscuro e indeterminado, llegando en ocasiones a observar como las otras dos, o una sola de ellas, se desplazan.

Las tres historias parecen confluir a pesar de hacer viajes distintos. Coinciden en que pese a las dificultades su decisión de viajar es inquebrantable. Siempre avanzando, no siempre hacia delante, muchas veces en círculo o dando grandes rodeos para reunirse con quien permanece a su lado.

Llegadas a ese final imaginario nada termina. Es solo otro punto intermedio entre los infinitos puntos de anclaje a un territorio que se curva sobre sí y que pareciendo hablar de todo solo lo hace de el mismo. Lenguaje para explicar un lenguaje.

Pienso en esto mientras leo los últimos capítulos de 1Q84 de Haruki Murakami, es decir, el volumen dos (que se corresponde con el libro 3). En el volumen uno (libros uno y dos) se decía que la obra estaba estructurada como la música de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Y ahora, cuando va transcurrida buena parte de la escritura, lo percibo en cada párrafo. Pero hay diferencias entre los dos volúmenes. El primero parece corresponderse bien con esa estructura repetitiva de preludio y fuga. Pero este segundo volumen a mi me recuerda más a El arte de la fuga, también de Bach.

Tres voces. Tres historias. Dependientes unas de otras porque se dibujan entre ellas. Imposible fijarse solo en una porque una parte de su superficie depende de la voz que dialoga con ella. Un entramado complejo en mitad de una historia infinita, sin límites.

La soledad es otra fuga. Varias voces de uno mismo, separadas y dependientes como los colores de la luz, se adentran en un cuerpo negro, como el espacio, en un viaje sinuoso y sin final.

Es curioso, al citar la soledad en el blog he tenido en el correo más respuestas que nunca (!). Sí, a mi también me pasa: viajar cerca de esas voces es extrañamente reconfortante, algo así como esa afligida esperanza que una persona a la que aprecio escribió. Creo que se debe al bienestar que produce observar de cerca una luz que nos gusta, en lugar de prestar atención solo a lo que esa luz pudiera iluminar.

2 de diciembre de 2011




1 de diciembre de 2011

Maneras de decir la compañía

Flotar en el espacio, a través de la ingravidez.
Moverse con pasos lentos y pesados, viajar en medio una luz brillante y sin reflejos, con la sensación continua de adentrarse.
En lo desconocido, en el laberinto de las órbitas. En silencio. Al ritmo de una música que nos guía hasta algún mecanismo que enciende sus luces para señalar la posición. Igual que una nave espacial atraca en su puerto de destino.

Pienso en el baile de 2001: una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. El silencio y los pasos lentos de la tripulación, su soledad. El viaje de una nave.

Ser adulto es estar solo, declaraba Rousseau.
Leo a Manuel Cruz en un libro que nunca consigo terminar. Ayer di con este párrafo:

No queda más opción que el aprendizaje de la soledad, que el esforzado trabajo interior de no identificar soledad con abandono, de aceptar que la compañía de los demás se dice de muchas maneras.