25 de mayo de 2011

Un misterio

Lo poco que sabemos de las piedras

¿Qué es un día logrado?

De pronto, un día (una noche) una voz silenciosa va atravesando, sin esfuerzo, las horas. Y el tiempo tiene otra duración.  

Toda la realidad es sagrada cuando la contemplamos con piedad, escucho en la radio del coche. Nunca entiendo bien el significado de piedad, pero me gusta sustituir esa palabra por atención, por concentración. O por silencio. Toda la realidad es sagrada cuando la escuchamos. Por eso la charlataneria no tiene disculpa.

Me hubiera gustado mucho escribir aquí sobre mi experiencia en un concierto al que no pude ir: el domingo tocaba el pianista Aldo Ciccolini. Esperaba ese concierto desde hace semanas, pero no pudo ser. Así que pienso en como sonaria esa música. Solo puedo recrear ese tiempo.

Hoy, de pronto, tuve que estar cerca de mis libros de Peter Handke, para buscar un título precioso: Ensayo sobre el día logrado. Un libro de texto.

Y después, como en un acto reflejo, pensé en el final de un libro inaccesible para mi (pero del que recibo destellos poderosos cada vez que vuelvo a él): el Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein.
Su última proposición es:

De lo que no se puede hablar, hay que callar la boca.

21 de mayo de 2011

Vernos en la penumbra

Recuerdo bastante bien como son los pisos en los que transcurren las películas de Woody Allen. Casi todos me gustan, y en especial las habitaciones para dormir, las camas, los cabeceros de las camas, los colores. Y la iluminación, las lámparas puntuales, las zonas en penumbra. La calidez de un ambiente. Siempre me parecen espacios cargados de erotismo.

Ayer recordé todo esto escuchando en un café precioso, El Latino, al grupo de jazz The Swing Serenaders, de Barcelona. Aquello fue una fiesta. Un clarinete, un trombón, una guitarra y un contrabajo sobre el pequeño altillo del escenario. Y piezas de jazz clásico más algunas propias tocadas a la manera, como ellos decían, de New Orleans. Una auténtica fiesta. Cuatro músicos que emitían la felicidad de tocar en directo, dirigiendo hacia nosotros una música que te levantaba de la silla. Y un público que no paraba de sonreir, tocado por aquel ritmo, por el buen ambiente. En un café, por la noche. A todo el mundo allí parecía habérsele transformado la cara. Un instante en el que la atención consistía en seguir aquel río.

En la singularidad de su ser siendo cualquier cosa es infinita, dice Chantal Maillard. Escuchar es infinito. Porque exige atención, dirigir la atención, elegir los canales por los que va a circular una especie de energía, también de vacío, invisible. Escuchar es ofrecer ese cauce. Pero saber centrar la atención no es fácil, aunque tal vez se pueda practicar: Entrenarse en la temporalidad del suceder, dice Maillard, aprender a transformar lo real en un suceder, las cosas en una vibración. Por ejemplo quedándose cerca de la música, dedicándole un tiempo, aceptando que ese tiempo se alarga y se expande cuanto más nos concentramos.

Algo de esto ocurrió ayer durante el concierto, algo parecido a una complicidad entre músicos y espectadores, una especie de iluminación que recorría la madera del café, circulaba por entre las mesas y nos iba dibujando a todos en aquella sesión de jazz. Gracias a los sonidos tuvimos una forma nítida durante unos pocos segundos, y pudimos vernos, reconocernos, en la penumbra. 

Tal vez nos volvamos a encontrar.

19 de mayo de 2011

Phoebe

Algunas veces, una pocas veces canta Atahualpa Yupanqui, me gustaría copiar aquí casi un libro entero. Es un ansia extraña de volver a leer mientra se transcriben unas palabras sin final, infinitas.

Hace tres días entré en una librería buscando un libro que no tenían. Pero antes de salir decidí llevarme, llevaba tiempo queriendo hacerlo, El guardian entre el centeno de J.D. Salinger.

Hacía tiempo que no tenía una experiencia tan intensa con un libro: una lectura que lo suspende todo y al tiempo todo lo reactiva, que exige tanto que desaparecen todos los actos, todas las citas, hasta el sueño. Porque aparece la sensación de que tienes que acabar con esas páginas (malditas páginas diría el protagonista) antes de que ellas acaben contigo. Y cuando llegas al final ya están demasiado dentro para que aquello acabe fácilmente. Imposible.

Phoebe es la hermanita pequeña de Holden, su protagonista. Y casi su única unión firme con el mundo.

Empecé a darle el resto de la pasta que me había prestado, pero no me dejó.
- Guárdalo tú. Guárdamelo -dijo. Y luego dijo enseguida -: Por favor.
Me deprime mucho que alguien me diga "por favor". Quiero decir, si se trata de Phoebe o alguien así. me deprimió muchísimo. Pero volví a meterme la pasta en el bolsillo.
- No vas a montar tú también? -me preguntó. Me miraba de una forma rara. Se le notaba que ya no estaba demasiado enfadada.
- Quizá la próxima vuelta. Te miraré -le dije-. ¿Tienes tu tiquet?
- Sí.
- Entonces, ve. Estaré en ese banco de ahí. Te miraré.
Fui al banco y me senté y ella subió al tiovivo.


Es cierto que el mito creado alrededor de J.D. Salinger puede dificultar esta lectura. No es lo que más me interesa y me alegro de que no haya dificultado demasiado leer por primera vez este texto (o eso creo). Siento que es un libro único, una lectura que se quedará durante mucho tiempo. Al terminar las páginas solo ha empezado a salir al aire un poco de su olor. Y de su misterio (empezando por el título). Pienso en Thoreau (Holden dice que se irá a una cabaña y que se convertirá en sordomudo), pero también en las imágenes que vi estos días de Jacques Henry Lartigue sobre cómo percibía desde dentro la vida de las clases ricas. No hay nada en el libro del gusto de Lartigue por vivir, pero no puedo evitar pensar que detrás de ellos hay un ajuste de cuentas sobre cuando la última palabra es un , y sobre lo que eso cuesta. 

Lo que distingue al hombre inmaduro es que aspira a morir noblemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir humildemente por ella. Son las palabras del señor Antolini a Holden. 

Pero lo que quiero decir es que montones de veces no sabes qué es lo que te interesa más hasta que empiezas a hablar de algo que no es lo que más te interesa. Es parte del diálogo de Holden con el señor Antolini. 

El guardian entre el centeno. Leo y releo el título. En mi edición son letras rojizas sobre fondo blanco. Es un proceso casi hipnótico. Y a largo plazo.