28 de octubre de 2011

Uno más

Voy a un lugar al que sé que volveré pasado un tiempo largo: meses, tal vez años. Se trata, en parte, de investigar sobre lo que ocurrirá en ese intervalo.

Sin una razón concreta para hacerlo, quiero anotar este pensamiento de Castilla del Pino:

Una fuente de error: la primacía del hombre sobre su contexto. El hombre es componente -uno más- de su contexto. O sea, el hombre es su contexto.

En la mesa tengo un papel con un nombre de un pueblo que me gustó y que leí al pie de la carretera: Vilar de peras. Lo pronuncio, y también sin saber porqué, pienso que ojalá todo fuera algo más sencillo.

Esperaré, otro día más, a que llegue la noche. Entonces escucharé una pieza de Bach que no estaba entre las que más me gustaban, Las Suites Inglesas, hasta que escuché la interpretación de Glenn Gould al piano. Algo de su marcha, entre serena, templada y rabiosa me permite concentrarme en lo que ocurre cuando ya casi no hay luz en los paisajes.

21 de octubre de 2011

Dos homenajes y un sueño

Vidago está a ciento siete kilómetros de donde partí. Exactos. Poco más de una hora viajando despacio. ¿Por qué no vine antes?

Observando el sol de la tarde a través de los cristales del coche, en silencio. Hasta la frontera y luego evitando la autoestrada para poder viajar por la pequeña nacional que llega hasta Vila Real. Al fin. 

Nunca nada debe considerarse concluido, escribe Carlos Castilla del Pino en el libro que leo.

Fue un viaje con dos homenajes, que para mi es cuando quieres con el pensamiento. Me cuesta diferenciarlo de la admiración, me gusta que se confundan. Es algo parecido a inclinar la cabeza en una pequeña ceremonia solo para dos personas. (El interior del mundo debería ser para dos personas).

Vidago fue un sueño. También fue en una época la principal villa termal y de vacaciones de Portugal. Ahora es un pueblo pequeño, en mitad de una carretera que lo atraviesa, que mantiene su esplendor a través del Palace Hotel, algo más que un hotel de lujo. Quería llegar a él caminado, tal y como hizo Llamazares en su viaje de Trás-os-Montes, el primer homenaje. Así que aparqué el coche en cuanto pude y lo busqué acercándome a la zona baja del pueblo, cerca de las grandes avenidas de árboles, cruzando el río.

Allí estaba. Entré, caminé durante horas en todas direcciones. Luego me tomé un café y un vaso de agua en la terraza. No había nadie más. De vez en cuando un empleado del hotel hablaba por el móvil sobre un negocio con millonarios rusos (eso decía).

Después salí a buscar. Encontré en el camino las ruinas del viejo Hotel Avenida y las de la estación de tren con los railes cegados. Y busqué hasta dar con el Gran Hotel de Vidago, también cerrado y en estado ruinoso. Un hombre me dijo que los propietarios lo habían vendido a un hombre cualquiera, es decir, a un rico cualquiera, nadie cercano a la melancolía y el calor de las aguas que manan de esas fuentes. (Llamazares tomó en él el primer café al llegar al pueblo en el año 1998).

Pero el viaje también fue una inclinación frente a Miguel Torga y su Trás-os-Montes. Un tipo admirable que escribió lo siguiente acerca de una chicharra en su libro Bichos:

Es difícil. Esto de empezar en un estercolero cualquiera y no parar hasta llegar a la copa de un castaño, tiene su misterio. Hay que recorrer un largo camino. Embrión, larva, crisálida... Todas las estaciones del escarpado calvario de la organización de la vida.

Después subí a lo alto del pueblo, a una gran roca que lo domina todo y en la que han hecho una especie de santuario. Me quedé mirando como anochecía sobre Vidago, el valle que ocupa y también el sueño en el que aquel y otro Vidago seguían palpitando. Bajé despacio, contento. Y regresé hacia la frontera.

En Chaves, muy cerca de la raia, inmensas bandadas de pájaros, seguramente estorninos, giraban y giraban en el cielo alrededor de un viejo edificio del centro. No parecía haber razón para ello pero con cada nueva vuelta la forma de aquel laberinto de alas cambiaba su forma y su composición. Casi era de noche. Me senté en una escalinata a verlos pasar. Y a escucharlos. Una y otra vez.

17 de octubre de 2011

La araña y Vidago


Un viajero (el escritor Julio Llamazares) que se dedica a recorrer la región de Trás-os-montes en el norte de Portugal se dice a si mismo: 

Como no se vaya pronto, nunca saldrá de Vidago.

Sé donde está Vidago en un mapa. Pero no lo conozco. Me gusta esa expresión: quedar atrapado en una tela de araña que uno mismo anudó. No salir de Vidago tras viajar allí con cuidado y decisión. Con determinación y también con libertad. Y solo pronunciar esa frase, aunque se vaya, ya es síntoma de que Vidago será inolvidable y de que habrá una red tejida por la memoria.

Llegó el momento. Iré a conocerlo.

15 de octubre de 2011

Plumas para pulsar las cuerdas

Pienso que esta noche por fin llegará la lluvia. Que dentro de muy poco caerá un agua mansa y cálida que no cesará hasta el día. Y que cuando la luz reaparezca habrá una neblina gris y suave que traerá todos los olores juntos. Y aunque habrá algún claro, seguirá lloviendo durante toda la mañana y puede que buena parte de la tarde.

Mientras me preparo, escucho Los Ympossibles, de Santiago de Murcia, interpretada por Jakob Lindberg en la guitarra española. He escuchado esta pieza una y otra vez desde hace meses y siempre me devuelve un ritmo sereno y alegre de buena conversación. Me reconstruye de una manera semejante a como una pluma acaricia la piel. Casi sin tocar. Pero la piel sabe lo que está pasando y si lo ha conocido le gusta recordarlo.

Al fin volvieron los conciertos en directo. Comenzó la temporada y el jueves pasado escuché al trío Forma Antiqua interpretar música, entre otros, de Santiago de Murcia. Pero también de Giovanni Girolamo Kapsberger y de Scarlatti.  Pablo Zapico a la guitarra, Daniel Zapico a la tiorba (que instrumento tan increíble!) y Aarón Zapico al clave. Tres hermanos.

Y una iniciativa que me parece excelente: un encuentro con los músicos de casi una hora antes de comenzar el concierto para hablar de la música que sonará, de los instrumentos y de lo que el público quiera saber. Mientras haya un acto organizado con este cariño y cuidado aún tenemos esperanza (no sé bien en qué, pero siento que un país que dedica algo de su dinero público a esto aún tiene algo que decir).

Casi nunca se escucha a los músicos hablar. Parapetados tras los atriles, la partitura y los instrumentos parecen recelar de su voz. Pero las veces que los escuché siempre hubo muy buen clima y todo el mundo pareció agradecerlo. Se aligeró la pose para la escucha, tal vez la concentración aumentó, y también en todas las ocasiones antes o después apareció el humor.

Los tres músicos hablaron de cuando la partitura es poco más que un guión, del sonido de la guitarra barroca, de cuando se prefería un sonido sutil, suave y dulce a cambio de no generar potencia, de ahí las dobles cuerdas y de ahí esa ligereza que tiene alguna música renacentista o barroca.

También de la construcción de la tiorba, a partir del laúd. Y de como el mayor tamaño de los instrumentos permite esos sonidos graves y densos que las cuerdas largas de la tiorba consigue de una manera misteriosa. El lamento.

Pero lo que más me impresionó fue cuando explicaron que hasta hace bien poco, lo que pulsaba las cuerdas tensas del clave era el final de una pluma de ave. Que ese sonido agudo e intenso era generado desde algo ligero y leve, hueco.

Otra vez los pájaros. Observarlos. Diferenciar el ángulo de visión con el que rastrean el suelo y las maneras tan distintas de avisar cuando lo extraño penetra en sus bosques. Siempre sonrío cuando el arrendajo, córvido al fin y al cabo, chilla y se muestra estridente pero también generoso: el mejor centinela. Y algo se silencia cuando se escuchan los chillidos altos, distantes, solitarios y grises de algunas rapaces. Ellas que tienen que rastrear el terreno grado a grado.

Instrumentos menudos y de cuerdas dobles. La conversación con unos sonidos ligeros como el vuelo.

Tal vez esta noche comience a llover. Entonces me despertaré durante unos momentos y pensaré que las gotas en el tejado se parecen al caminar rápido de algún pájaro sobre ese mismo tejado. Durante unos segundos no sabré si es agua o son pasos ágiles y livianos. Luego, aunque tenga alguna duda, querré seguir durmiendo para seguir ese ritmo desde el sueño.


2 de octubre de 2011

La sonrisa de Gary Snyder

Sus meditaciones consistían en hacer las cosas normales, a su debido tiempo.

(Lo escribe Jack Kerouac en Los vagabundos del Dharma, hablando de su amigo Japhy Ryder, en realidad el poeta Gary Snyder).

Algo que hoy en día supone una revolución: hacer las cosas de una en una, hasta las más pequeñas.