30 de diciembre de 2012

Contra la indiferencia

Sentado, observando algo que debería haber en el exterior pero que, conforme lo observas, desaparece. El exterior se diluye y solo parece quedar algo acuoso y blanquecino como la sustancia blanca que según parece tenemos en el cerebro. Ningún sonido ahora que te has quedado solo. Tampoco hace frío. Casi estás tentado de decir que esto, simplemente, es el terror.

La conversación ha separado tejido vivo y muy despacio se ha abierto un espacio a través del cual se puede observar el interior del organismo. Pero cuanto te fijas en eso también las formas de los líquidos y los tejidos se desenfocan y se diluyen y el interior también se vuelve opaco y traslúcido (algo imposible). Simplemente no ves.

La conversación trató, lo recuerdas bien, de todo lo que nos han enseñado y en realidad no sirve para nada, es más, produce un daño intenso porque tapona los poros que mejor respiran. Todo lo que nos dijeron que debía ser, cuando llegó el momento era pólvora mojada. Lo dijo él, tú lo confirmas: no pudimos disparar, las fieras nos devoraron. Toneladas de pólvora empapada por el salitre o por alguna forma de depuradora o simplemente por la lluvia: inservible.

Así que había que ponerse a diseñar gran parte del mundo, empezando por el propio cuerpo. Y por lo que queríamos hablar y escuchar. Mejor dicho, había que diseñar desde el inicio hasta el final la capacidad de escuchar y de ser conmovido. Y todo eso, a cada minuto, en cada lugar, todos los días. Algunas jornadas, dijiste, son agotadoras.

Pero eso no era el terror. Cuando él describía el ataque de las fieras a ti no te sonaba a terror, solo a barbarie, el único mundo que algunas fieras conocen: una especie de avispero en el suelo que parece succionar a su interior todo lo que vive a su alrededor.

Por eso te preguntó qué era para ti el verdadero terror. Respondiste con serenidad pero al instante: el verdadero terror es la indiferencia. Y añadiste que, a veces, viene teñida de muchas otras posibilidades, por ejemplo la educación y la corrección.

Por qué tanta radicalidad con la indiferencia, preguntó. Porque es el único método en el que con suavidad y hasta ternura aparente el ahogamiento consiste en vaciar la sangre de venas y arterias hasta que algo que estaba vivo deja de estarlo; pero cuando ese ser lo percibe ya es demasiado tarde. Y al instante, mientras hablabas, sentado y observando el exterior, los árboles, las casas, los coches y hasta pájaros comenzaron a diluirse en esa sustancia blanca: no se veía nada. Y te costaba escuchar.

Dijiste que todo aquello Amos Oz llevaba una vida investigándolo. Sacaste de la bolsa Conocer a una mujer y leíste un fragmento.

Ivriya Lublin era su único amor. Incluso cuando, con los años, el amor dejó paso, uno tras otro o alternativamente, a la compasión mutua, el compañerismo, el dolor, destellos de florecimiento sensual, amargura, celos e ira, y de nuevo su particular veranillo resplandeciendo con chispas de salvaje sexualidad, y de nuevo las venganzas, el odio y la piedad, una red de sentimientos alternos, cambiantes, contradictorios, tragados en extrañas combinaciones y mezclas inesperadas, como cócteles de un barman sonámbulo. Jamás se mezcló en todo eso ni una gota de indiferencia. Al contrario: según pasaban los años, Ivriya y él dependían cada vez más el uno del otro. También en las riñas. También en los días de repulsión mutuas, ofensas e ira.

Después de aquella conversación ¿habría que decir algo sobre la felicidad en el año próximo, pensaste, o solamente crear una bonita oración, un ruego, para eliminar cualquier forma de indiferencia?

29 de diciembre de 2012

Señales de vida

Mientras existía otra poderosa razón para mi viaje, acudía cada poco tiempo a una pequeña tienda de discos cerca del Café Comercial. Un espacio alargado, estrecho pero muy acogedor. Sólo algunas casas de discos, sólo algunos intérpretes (algo que fui averiguando con el tiempo). Pero siempre encontraba algo y luego, uno de los mayores placeres: en el café desenvolvía todo lo que me habían envuelto para mirarlo por dentro y por fuera y para impacientarme hasta llegar a un viaje largo en coche (una de las salas de audición que más disfruto).

En esa tienda conocí muchas grabaciones de Ton Koopman y supe que era uno de los grandes músicos actuales especializados en la música barroca. Pero yo buscaba a Nikolaus Harnoncourt, que no grababa con las casas de discos de la tienda acogedora, así que nunca me decidí a aceptar las versiones de Koopman (hasta que por una u otra razón me las crucé en el camino).

El viernes 22 de diciembre fui al concierto de la Orquesta y coro de la Sinfónica de Galicia dirigidos todos por Ton Koopman. No lo dudé: todo el programa era una música de celebración, sonidos para alabar el nacimiento de algo importante, para acompañar una fiesta que (en principio) surge en lugares internos. (Ojalá fuese creyente, porque entonces todavía se añadiría una dimensión a ese encuentro).

Tocaron y cantaron música de Arcangelo Corelli: el Concerto Grosso núm 8 op.6; de Bah: la Cantata núm 1; y de Mozart: el Ave Verum, K618 y la Misa de la Coronación en Do Mayor, KV 317.

Creo que estaba en la sala casi una hora antes, así que pude repetir el ritual que, en mi caso, acompaña a un concierto en directo: cerrar una a una las ventanas exteriores e ir prendiendo, una a una, las velas internas (pequeñas llamas que si te acercas te queman) para iluminar lo que, por una decisión, se ha quedado sin luz. Eso y liberar el espacio para que algo que va a venir pueda cruzarlo con la menor dificultad posible.

La orquesta y Koopman brillaron. Y en mi caso, hacía tanto tiempo que no estaba en el Auditorio que la impaciencia podía tanto como la música. Es difícil escuchar cuando las expectativas y las ganas pueden llegar a tapar parte de esas propias vías de entrada. En la escucha el vacío siempre es fértil, no hay duda.

Era música elaborada para ensalzar y Koopman me pareció que construía una arquitectura sobria con los sonidos: separó las partes, contuvo las emociones y dejó que de una manera seca y limpia cada apartado fluyera. Por momentos me parecía que intentaba acercar semejante orquesta a un pequeño conjunto de cámara, que intentaba que una sola voz, de una gran pureza, se encargase de conducir toda aquella emoción.

Corelli y Bach. Pero cuando llegó Mozart me pareció que algo cambiaba y todo fluía con mayor intensidad. El Ave Verum fue algo único, poco habitual, una luz intensa que se acercó, contenida, a cada uno de los que estábamos en la sala. Y algo parecido sucedió con la Misa en Do mayor.

Muchas cosas han cambiado, pero ahora tengo ganas de volver a entrar en aquella tienda, saludar a la mujer que conoce bien todo lo que hay en ella y dejar que un imán me acerque hasta Koopman.

Hoy, en el libro que leo un hombre le explica a su hija el momento en que está en la vida:
¿Recuerdas sus palabras? Decía, he venido a buscar señales de vida. Pues yo también he llegado a eso. Es lo que busco ahora. Pero nada apremia.

28 de diciembre de 2012

Desde hace tiempo, lo incompleto no tiene final

No habrá más entradas con la etiqueta Acostumbrando la vista.

Desde el final del verano hasta el final del año.

Les estoy agradecido: en su día me ayudaron (mucho) a conocer como funcionaban los polos de una brújula cuando uno se adentra en territorio nuevo, desértico también. Y me ha gustado compartirlas aquí.

Ayer mis manos se fueron hacia un libro de Peter Handke, Vivir sin poesía, y, al abrirlo al azar, apareció la explicación del lugar de donde surgieron esas pequeñas búsquedas:

Gracias a ti
me llevo bien
sin ti, 
desde hace tiempo.

26 de diciembre de 2012

El interior del mar

Durante algún tiempo aún quedará luz en la ventana.
Como si todo fuese mar y una sola luz, que situada en la frontera, tiene la obligación de indicar donde termina el mundo de la noche y empieza otro igual de desconocido.

Miras hacia esa luz y es como mirar hacia el interior del mar mientras es de noche: giros de seres vivos que cruzan los océanos en lo más profundo de las corrientes. Y sientes un movimiento gelatinoso y algo violento que no se sabe si quiere huir o atacar.

Hay luz y también gotas de lluvia sobre el cristal, pegado a él una planta y cerca de ella una respiración y más allá ese mar. Cada una de esas gotas de agua es un proceso terminado e incompleto, una paradoja. Un pequeño microscopio.

La luz y el mar, con sus seres que intentan vivir.

25 de diciembre de 2012

Inacabados

Una suma de procesos inacabados
(es casi seguro)

20 de diciembre de 2012

Un lugar

Los lugares eligen a las personas y no al contrario.
También los lugares emocionales.

18 de diciembre de 2012

Metamorfosis

Soportar las metamorfosis.

Caminar hacia el bosque que hay al final del pueblo.

(Me casé para poder salir de allí,
le pareció entender a su madre durante la cena)

14 de diciembre de 2012

Una alternativa

Vivir desde un lugar que no es mejor que otro, que solo es una elección o una alternativa.

Aquel sueño era un recuerdo: cuando había sacado una pequeña planta del tiesto y la tierra estaba envuelta en raices blanquecinas que la rodeaban como las órbitas a un planeta. Aquel color, su tacto, los círculos de luz, la sensación de que allí faltaba algo pero que todo estaba preparado.

Dijo que cuando despertó, aún de noche, quería comprender como aquel sueño le había acercado a ti.

11 de diciembre de 2012

Momento

Era un momento para caminar más despacio

9 de diciembre de 2012

Un día te vi

Un día te vi.

Había pasado mucho tiempo y en realidad tampoco me encontré contigo cara a cara. Ni siquiera te intuí a lo lejos en algún lugar.

Ocurrió que un día desapareció aquella neblina como lo hacen las nieblas del invierno cuando el sol quiere salir. Una capa, parecida a una finísima cascada de agua, se evaporó. Detrás estabas tú.

Fue justo cuando dejaste de agarrar el dolor como un preciado bien, cuando el dolor que había vivido en ti dejó de ser algo que te definia y marcaba tus límites.

Y era cierto: habías perdido tu forma externa. A cambio eras una persona más luminosa.

El deseo de luz produce luz, escribe Simone Weil.

Por eso me gustó tanto verte.

4 de diciembre de 2012

Ruego

(haces ese ruego)

Que los días le influyan

y que no lo oculte

1 de diciembre de 2012

Todo esto, dijiste

Lo escribes a tientas, aunque no haya razones para hacerlo así.

Pasas el dedo sobre las letras para encontrar los huecos que las definen, que dibujan sus límites, y poder leer ese mapa silencioso: los sonidos de las palabras escritas.

Prestas igual atención a la mirada de las plantas que a los ojos de las personas. Los pájaros, los lugares, las casas.

Lees el relato sobre una planta que al cabo de veinte años floreció. La yema de los dedos sobre el asombro de quien no sabía que esa planta encerraba su propia flor.

A veces solo es un cambio de luz. El cómo dejarlas estar cerca de su brillo es algo misterioso. La luz que percibes en la punta de los dedos mientras recorres la columna vertebral.

Durante el invierno, en este otoño, los cambios de estaciones, la lluvia, la luz, las vértebras son variaciones de la misma música.

La luz en el bosque.

Soñaste con un túnel. Para avanzar solo disponías del tacto y acariciabas las paredes de hojas y ramas para reconocer pequeños puntos brillantes, punzantes.

Piensas en identificar las flores antes de que se abran, conocer el silencio del braille, leer como lo hacen otros seres que no somos nosotros. Un trazo que va y viene.

Seres anónimos existiendo en lugares perdidos, en los bordes, al pie de la carretera.

Viajas y la música ya ha comenzado.

29 de noviembre de 2012

Mesa

La mesa que construyó mi padre

(Padre es quien te cree ,
de esta manera supe algo de ti)

27 de noviembre de 2012

Diálogo

El diálogo
una vez iniciado no se acaba nunca.

Esa es una de las caras de la incertidumbre

26 de noviembre de 2012

Una cena

Eran unos bosques oscuros que ofrecían quietud según se caminaba por ellos. Grandes extensiones de árboles muy altos que luchaban por un trozo de cielo. Cruzaban la llanura y las pequeñas elevaciones de tierra gris. En los límites de cada grupo de árboles, de cada bosque, una pradera resguardada del viento sin otra vegetación que una hierba rala del color de la tierra. Y en una de ellas había una casa.

Los días que pasaste allí existen con la nitidez y la quietud que ofrecía el lugar a quien quisiera escucharlo, algo que tampoco era fácil porque aquello no dejaba de ser un lugar inhóspito y aislado.

Había aves, y las recuerdas como si fuesen una luz en la oscuridad. Muchas eran blancas y esbeltas, de patas largas y pico afiladísimo que caminaban sobre las pequeñas corrientes de agua. Necesitaban tener el agua cerca, se parecían a la garza real o a las garcetas que viven aquí. Pero sus nombres eran otros y no los conocías. Les silbabas e intentabas imitar sus llamadas.

Tardes enteras buscando plumas.

Una noche, poco antes de seguir viaje, decidiste hacer una cena especial con los pocos ingredientes que aún había. La casa tenía una buena cocina de leña, toda la casa olía a madera. Decidiste hacer algo parecido a una empanada, aunque faltaban varios ingredientes.

Aquella noche hubo una tormenta. No era la época y por eso te extrañó, pero las tormentas no te asustaban. Mientras cocinabas la lluvia comenzó a caer, primero con mucha fuerza, una tromba de agua con algo de viento, luego una lluvia mansa, para después volver a comenzar el ciclo. Olía con la intensidad que generan las tormentas, más el calor de la masa de pan haciendose. Y en un lugar casi fuera del mundo.

Era un contraste que te hacía sonreir. Y te gustaba permanecer en ese umbral todo el tiempo que fuese soportable, en realidad de eso iba aquel viaje. Una ruta para observar algunos límites y sus continuas transformaciones.

23 de noviembre de 2012

Durante

Durante un instante
escribir algo que crezca hacia la belleza

y
puede ser una posibilidad,

esperar

22 de noviembre de 2012

Objetivo

El objetivo puede ser que tu mesa de trabajo esté limpia
y también con cosas bonitas sobre ella

21 de noviembre de 2012


Todos los nombres

Creiste ver un animal.
La parte de la noche que permanecía lejos se acercó. Y con ella un bosque.
Pensaste si aquello se podría llamar miedo.
Dijiste que hacía mucho frío, que era necesario seguir, que no podíamos detenernos. Y aunque era invierno tu cabeza imaginó una serpiente sobre el asfalto caliente, lenta, rapidísima.

En nosotros había una parte que no estaba allí pero que parecía operar desde la distancia. Había algo más. Apenas había luz.

Alargaste la mano esperando encontrar algo entre aquellas palabras y solo parecía existir el recuerdo de un ser huidizo, nada coherente.

Una radiación oscura e invisible. Hasta que pudimos escuchar, uno a uno, todos los nombres de las cosas.

20 de noviembre de 2012

Háblame de las tinieblas

Los perros parecían seres de otro mundo, ajenos, indiferentes a todo lo que tenía vida. Caminaban con la cabeza baja, solitarios y callados, como si ya hubieran consumido todas sus energías y ahora solo les quedase deambular mientras esperaban encontrar el camino de vuelta. Movían algo los ojos, imaginabas que olfateaban el aire, pero en realidad caminaban de manera errática en el barro.

Cada pueblo ocupaba el poco espacio que quedaba vacío entre un lago interior y otro. Un ajedrezado de agua con el color de la tierra y siempre cerca de ella inmesos depósitos de combustible, o de gas, o de nada. Más depósitos que personas y más perros que depósitos.

Aprendiste a caminar como aquellos perros, sin rumbo, cabizbajo, olisqueando algo que parecía no existir. Entre la llegada y la salida de aquellos pueblos podían pasar tres o cuatro días en los que había que convivir con aquel olvido. Ni rastro del sol y de vez en cuando oscuros lamparones de nieve también olvidada.

No sé como fuimos a parar allí. Algo de la limpieza del Ártico se debía colar hasta aquellas aguas, pero llegaba sucio y con un intenso olor a gas.

Después de horas caminando a la intemperie había que meterse en algún sitio y calentarse, o sencillamente recuperar no sé que energía que se había ido perdiendo en las profundidades de aquellos lagos. Lo único bueno de los interiores era que hacía calor: lugares inhóspitos a veinte grados y a los que a veces entraba alguna persona. Cuando eso ocurría, todo se desarrollaba en silencio.

Sentado, necesitabas mirar por la ventana como si nunca antes hubieses estado en el exterior, y minutos después comenzabas a leer un libro.

Soy toda tuya ahora, dime cosas tiernas, háblame de las tinieblas.
Recuerdas haber leído esa frase de Gao Xingjian en Severnyy, dentro de un lugar hecho con chapa y tapizado con madera de abedul y una moqueta roja seguramente arrancada de algún otro lugar. Una tarde entera leyendo La montaña del alma, mientras fuera no había más que distintos tonos de un color plateado que solo identificabas con la ausencia.

16 de noviembre de 2012

Mi Rusia

Muchas horas cerca de aquel río inmenso, en una primavera que casi era un invierno.

El tren no paraba de costear una ribera llena de hierba alta y casas muy a lo lejos, nadie en el horizonte. De vez en cuando, a veces pasaban horas, algunos árboles gigantescos y unas nubes densas y serenas que no sabíamos leer.

Tras muchas horas en aquellos asientos me gustaba ponerme de pie y apoyarme en el cristal de la ventana, frío y sucio, y esperar. Intentaba ver algo pero no tenía ninguna meta, eso era lo que estaba consiguiendo aquel viaje soñado desde la infancia. Al fin Rusia.

Sobre el agua volaban con cierta regularidad aves blancas que no conocía. El agua era de un color terroso, aunque podía deberse a las lluvias de días atrás. Y no era difícil ver los círculos concéntricos que dejan sobre su superficie los peces cuando suben a comer insectos y con su boca lamen el aire. Pero no sé si esto sería así, porque solo conseguía imaginar peces enlodados y grasientos, poco ágiles, girando bajo aquel paisaje abandonado.

Poco se podía hacer en el interior del vagón, nadie con quien hablar (imposible entendernos en aquellos lugares sin saber su idioma). Y sin embargo, cada minuto había una señal a la que había que atender y que en realidad no quería decir nada, solo que viajábamos a bordo de aquel convoy. Un tren que parecía ir a la deriva a pesar de viajar sobre railes.

Durante dos días seguimos el curso del río. Solo en una ocasión cambiamos de orilla, después de cruzar un puente construido con metal y madera. Me gustaba la ventanilla y también recorrer los pasillos, había diecinueve vagones. Los pasillos solían tener más gente que los compartimentos: había mineros que regresaban al trabajo, familias enteras que se habían subido en la última ciudad grande, unos pocos soldados, hombres solos que alternaban la mirada entre el suelo y el cielo, siempre a través de algún cristal.

Es difícil anotar los nombres escritos en un alfabeto que no conocemos. Pero ese día, al final de la tarde, toda la hierba amarillenta y unos bosques de pino en el horizonte, el tren se detuvo en Natara.

15 de noviembre de 2012

Tejos

La frialdad sólida del tronco del tejo.

Cuando piensas en los tejos sientes en la mano la resonancia de la piel fría del Hang,
un sonido girando entre las huellas de los dedos, creando su propio alrededor.

El caudal de un río.

Hablamos con total fluidez, y nos encontramos
con que la vida es un idioma extranjero

(recuerdas esos versos de Jeanette Winterson que encontraste en un blog)

Sustituir

Sustituir las palabras

en el mundo
por
en un mundo

pero
por
y

lo aprendí de ti
por
lo aprendí contigo

y

esperar


("No se es rápido como un águila
sino como una golondrina")

13 de noviembre de 2012

Tú, O homem da telegrafía

Había una flauta y era de noche.

Una flauta sola que emergía desde una luz que apenas dejaba ver la habitación. A veces casi se callaba, a veces se acercaba a tu voz como un animal asustado, jadeante. Como quien, exhausto, ha llegado a un lugar protegido, a una noche cálida. En algún lugar.

Eran variaciones sobre música de John Dowland. Como muchas otras veces.

Había una mariposa que se agitaba en un fluorescente del parking subterráneo. Tú giraste el volante, giró todo el coche, las ruedas crujieron, esperaste a ver qué pasaba. Y la mariposa, ya casi invierno, buscaba la salida cerca de aquella luz fría.

El coche se detuvo, apagaste el motor. Era muy tarde y aún estabas lejos de casa. Te paraste a verla volar sin poder hacer nada. Nadie. Ninguna persona a quien mirar a los ojos para mostrar ternura por aquel animal ya condenado de muerte, volaría mientras durase su noche iluminada.

Las palabras que no se pronuncian parecen vuelos verdosos y perdidos de antemano. No lo podías olvidar: aquel hombre cogió cada una de las letras, las palabras una a una, todas, y comenzó a guardarlas sin apartar la mirada. De pie, frente a quienes le mirábamos sin saber qué decir.

Muchos días las palabras no sirven.

Dijiste que había tantos yoes que tal vez cuando se hablase en primera persona habría que decir que hablaba la otra voz. La tuya, el reflejo que parece la tuya, solo se puede identificar al salir de tu mundo y mirar hacia los alrededores. Y entonces es posible que decir en lugar de yo sea más preciso. El tú gira frente a la luz y es capaz de viajar entre la luz brillante y la oscuridad que corta los dedos.

No pareces decidido a iniciar el viaje de vuelta. Piensas que la mariposa tal vez vivirá hasta el amanecer.

Vai ao fundo o navio,
Mas eu sou o homem da telegrafía.
escribe Miguel Torga.

La precisión en su acercamiento a la luz embrutecida, tanteando las distancias. El aire que desplaza al volar, una cortina de aire tan fina como la piel, invisible. Debajo, un complejo entramado de arterias y líquidos.

Tenho o oiro e nâo posso
Arrancá-lo do cerne da montanha!
dice Torga

Y muchos mensajes aún sin transmitir.

12 de noviembre de 2012

Mundo

El mundo se debe hacer diálogo

7 de noviembre de 2012


6 de noviembre de 2012

Saber

Saber permanecer en el silencio
como una forma de diálogo

31 de octubre de 2012


30 de octubre de 2012

Hermanos

Hay algo en quien es tu hermano que te puede destruir
con la brutalidad de una onda expansiva.
Intenta aprender a protegerte.

29 de octubre de 2012

Sin héroes

Viajando a través de una noche que se repite y que no te deja apreciar, por ejemplo, la fase en que está la luna. Y en mitad de esa ruta hay una música que no se repite cada vez que la escuchas.

El andantino de la sonata en La Mayor D 959 de Franz Schubert.

El hombre lleva siglos asociando la idea del heroísmo a la del sacrificio y la muerte, pero ¿y si el verdadero héroe fuera el que dispone apacible cada mañana para los que ama el pan reciente y el café oloroso del desayuno?

Mientras releías este texto de Gustavo Martín Garzo comenzó a llover. Y pensaste que las gotas, limpiando las calles, también ayudarían a definir esos otros trabajos del héroe, por ejemplo la tarea (heroica) de la disolución junto a los demás.

26 de octubre de 2012

Una voz como un espacio en blanco

Letras que bajo las gotas se deshacen
hacia los bordes 
y parecen no decir nada porque en unos segundos son solo tinta.
Cuanto más se expanden
antes desaparecen.

Unos pequeños buhos repiten su voz en cuanto anochece.

No muy lejos las voces del Ensemble Organum cantan el Kyrie Eleïson del Manuscrito del Santo Sepulcro de Jerusalén. Los sonidos más básicos, con el poder de la respiración, iluminan partes que a duras penas han conseguido antes ver un poco de luz.

Los judios jasidin solían decir que en el texto sagrado revelado por Dios a Moisés en su visita al monte Sinaí no sólo importaban las palabras y las letras, sino también los espacios en blanco que las separaban. Esos espacios eran símbolos de la enseñanza divina, aunque no fuéramos capaces de leer en ellos. En tiempos venideros, afirmaban, Dios revelará lo que la blancura de la Torá oculta. Toda vida debe tener momentos semejantes a tales espacios, que son la parte aún no dicha de sí misma. Se vive, en definitiva, con la esperanza de llegar a deletrear las palabras escritas en esa página en blanco.

Jerusalén, tal vez esa sea esa la razón por la que ese Kyrie me llevó hasta el texto de Gustavo Martín Garzo. Una ciudad con una luz cálida y terrosa no muy diferente de un lugar difícil de olvidar: Tsitsiki. Las voces tras la cortina blanca, una habitación en una ciudad con varias ciudades en su interior. Un lugar entre el desierto y el mar, tardes enteras intentando identificar olores. Y cuando hasta la ventana llegaba el atardecer cálido, y la luz era menos intensa, era el momento de fijar la atención en los espacios en blanco.

Aunque me di cuenta mucho más tarde de que todo eso estaba ocurriendo.

Una

Una construcción
hecha de nada definitivo, ni terminado, ni perfecto

24 de octubre de 2012

En el interior de un líquido

Ahora pienso que los motivos invisibles son los de verdad poderosos. Lo pienso mientras te escucho.

Viajo hacia dentro de algo que desconozco, no necesariamente hacia su interior, dijiste. Y parece un sueño: la voz diminuta de unas máquinas pulsa unas teclas muy finas que al golpear una pieza de metal hace vibrar algo que parece perderse en el interior de un líquido.

Eso ocurre mientras miro el desierto a primera hora de la mañana, escribiste. Viajo hacia dentro como en una hipnosis, sin ninguna sensación de control. Llegar aquí exige varias jornadas de viaje intenso, y llegar a decidir este viaje supuso soportar la indecisión durante un tiempo largo. Las danzas de la incertidumbre, no muy diferentes a la invisible agitación que el calor produce sobre los granos de arena del desierto y sobre los diminutos seres vivos que viven entre ellos.

Apenas hay huellas, la vida se refugia bajo tierra. Pero escuchaste tu nombre. Te giraste y no había nadie. Tampoco tenía sentido que tú pronunciases el nombre de alguien. La arena parecía estar transformándose en diminutos granos de sal y todo el horizonte fue adquiriendo un ligero tono blanquecino.

No fue fácil encontrar el camino de vuelta.

Cuando llegaste a tu habitación del otro lado del mundo me contaste todo esto. Tus palabras viajaron y comenzaron a ejecutar su danza en la memoria. Hasta que me pareció experimentar una sensación parecida a la que describias porque su sonido se perdía en el interior de un líquido.

Un líquido que se agitaba contra los lados del recipiente que lo contenía y del que no se veía el borde pero del que se sentía su resonancia. Imaginé la bodega vacía de un gran barco de metal. Y tuve que encender una luz.

23 de octubre de 2012

¿De qué trata?

¿dónde incuba sus huevos la  necesidad de destruir?

¿de qué trata la destrucción?

¿existe con la misma urgencia con la que, por ejemplo, los árboles crecen?

¿Y el miedo?

22 de octubre de 2012


16 de octubre de 2012

Algo

Algo que siempre es difícil
(o lo que más aprecio):

saber expresar, y luego desarrollar
una duda

escuchar
aceptar

y
¿qué hay que hacer entonces?

nada

(lo más difícil)

15 de octubre de 2012

This is the end, la letra de una canción

Por un camino imprevisible y largo vuelve una canción de The Doors que desde que la conocí en el cine siempre me ha conmovido, me ha dejado con silencio. Pocas veces una música de este estilo (que apenas conozco) vibra de una manera tan seca y cortante en el espacio de la memoria. Porque al final, un toro, un gran buey subido al altar del sacrificio cae en silencio mientras algo que lo atraviesa le arranca todo lo que era suyo. Todo. The end es de 1967.

Y mientras la escucho una y otra vez, los ojos oscurecidos, recuerdo una carta de estos últimos días. La escribió un buen amigo. Me gustaría copiar la parte central aquí. Sacaré los nombres.

En los últimos días se mostraba alegre. Era una alegría infantil y también profunda. Su voz se había aclarado algo, era una persona con veinte años menos, sabía a lo que se enfrentaba y hablaba de cómo los recuerdos conforman la vida y también de la soledad que lleva consigo la memoria.
Se sentaba al sol que ya calentaba menos y miraba para que los ojos se cegaran un poco. Entrecerraba, entreabría los párpados, fruncía toda la cara. Después sonreía.
Nunca hasta ahora se lo había dicho, pero me pasaba horas mirando esa especie de concentración solar, a solas los dos pero sin saber que lo observaba.
Al final, siempre sonreía.
En los últimos días, sin ninguna razón para ello, decía (me insistía): tienes que estar alegre, eso sobre todo.

Sobre todas las cosas. En lo alto de la montaña como en lo alto de una mirada. Arrodillarse, dejar caer el cuerpo hasta la tierra como el del gran buey, abatido, justo antes de que la sangre luche por salir. Y hacer una especie de oración: en lo alto de la montaña como en lo alto de la memoria. This is the end, así empieza la canción. No arranques nunca, nunca, flores salvajes. Caerás abatido sobre el altar. Las flores deben conocer el sol del otoño y el frío de la altura y deberían sobrevivir hasta la nieve. Morir y volver a nacer. No asustes a los niños, no arranques flores salvajes: dos de los mandamientos tibetanos. La noche sobre un animal con los ojos cegados, mirando al cielo, desplomándose, caído, abatido, queriendo mirar de frente el final. Poco que ver con las emociones.

Parece un sacrificio. Un poco antes del final los sonidos enloquecidos, los gritos del cantante. Después todo se va apagando, y como si fuera la luz del amanecer, comienza a aparecer la memoria.

12 de octubre de 2012

Barbaria también es un lugar

Imposible olvidar al ruido de fondo. Se mueve en nuestra dirección, viene con nosotros, forma parte de lo que nunca nos abandona. Los sonidos de fondo, aquellos que nadie parece construir, que existen de manera azarosa, que quitan limpieza a un sonido principal, y que pese a todo (o precisamente por eso), uno decide escuchar con atención.

Barbaria. El país de las manivelas del músico Germán Díaz.

Antes de iniciarse el concierto alguien de la organización propone un pequeño juego a la audiencia: hacer una grabación con los mismos medios técnicos que había en los primeros discos. Así que quienes quisieran participar debían levantarse, caminar hasta el micrófono (que en la reproducción era altavoz) del gramófono y decir en voz alta y clara su nombre y apellidos. Firmar con la voz. Y luego volver a su asiento para escuchar lo que una pequeña aguja habría tallado en un delicado cilindro de cera.

Y lo mejor fue la reproducción de los resultados. Porque el límite a aquellas voces, que parecían venir de un país muy lejano e irreal, era el ruido de fondo, el giro rítmico sobre la cera que luego se transformaba en un pequeño aleteo de insectos o en las huellas diminutas de un ser vivo sobre una circunferencia. Lo mejor era ese círculo que se dejaba atravesar de pronto por un nombre y un apellido que apenas se identificaba. Es posible que ese hilo no fuese muy diferente de los dos únicos sonidos de fondo que según John Cage son inevitables: el funcionamiento del sistema nervioso (un sonido alto) y la circulación de la sangre (un sonido bajo).

El fondo, lo que no está en primer término, lo que no es protagonista indiscutible, pero que ampara y señala los límites a todo lo demás. Pienso en el fondo como en el suelo húmedo y fértil de un bosque. También silencioso.

Barbaria es una palabra preciosa, seguro que también es un lugar y que existe en algún mapa. Germán Díaz toca un órgano de Barbaria, también cajitas de música, pero sobre todo toca una zanfoña. Recuerdo haber aprendido Romances de ciegos tocados y cantados por el zanfoñista Faustino Santalices. Pero nunca había oído a una zanfoña adentrarse en sonidos que no parecían los suyos: unos sonidos inciertos y renqueantes, difíciles a veces, probablemente en el límite de la barbaridad técnica para los ortodoxos. Pero intensos y eficaces en las emociones y en la búsqueda.

Puede que el mundo emocional, cualquier mundo poderoso, esté más cómodo rodeado de los círculos concéntricos del ruido de fondo. Hasta los neurólogos han descubierto que lo que hace unos años desechaban en sus investigaciones, el ruido de fondo cerebral, ahora se revela como uno de los grandes ingredientes de la vida mental.

Me pareció que el concierto de Germán Díaz en el ciclo Espazos Sonoros consistía en escuchar y dirigir muchísimos sonidos de fondo. También en dedicarles toda nuestra atención.

Pero la comprobación sobre aquella música que no conocía vino luego, al seguirla escuchando en situaciones muy diferentes y día tras día (un buen amigo me consiguió alguno de sus cedés, por ejemplo Música para manivelas, el subtítulo de uno de ellos).

Y entonces, en horas y momentos muy distintos, me encontré buscando las piezas que más se parecen a esas ragas indias: una improvisación que avanza como un paseo mientras escribe sobre una base compositiva en la que todo parece cíclico. Tal vez como dibujar letras sobre papel usado.

Letras, sonidos, sobre superficies que ya tienen memoria.

(No sé la razón, pero una y otra me viene a la cabeza el título de Cesare Pavese: El oficio de vivir, el oficio de poeta).


9 de octubre de 2012

Te aseguro

Te aseguro que es absurdo valorar las posibilidades que tienes en un lugar donde no estás, aunque desees encontrarte allí con todas tus fuerzas

2 de octubre de 2012

Sólo

Sólo puedes ir hacia lugares que existen en un espacio que tú has abierto.

Sólo te puedes desplazar por un espacio vacío.

Liberar un espacio es lo primero y lo último.

26 de septiembre de 2012

El color de la zona oscura

Un bosque
y de pronto los árboles parecen convertirse en plantas acuáticas, tal vez nenúfares.
O en una mano posada sobre el agua, sin hundirse en ella, sin apenas mojarse.
Apoyarse en estos árboles y sentir la respiración.

Pintar la luz sobre las hojas verdes y el laberinto sin oscuridad.

Estás mirando como varios ojos permanecen atentos a los giros del viento sobre los tallos finos, algunos sumergidos. Varias cosas pasan a la vez, solo puedes sentir que eso ocurre y respirar algo parecido a un color terroso, rojizo.

Entonces llegó el olor a tormenta. Y dijiste que querrías vivir en el color de algunos bosques (nunca había escuchado nada semejante). El color de la zona oscura.

A veces la nieve es oscura. Lo primero es su sonido, sabes que está nevando cuando poco a poco llega el silencio o las pisadas amortiguadas de los coches, muy amortiguadas, musicales casi. Es la nieve de un niño, el cielo como acero, limpio. Todo detenido.

Piensas en la noche y en la nieve. Cada noche es una variación más a partir de un tema que desconoces. Cuando lo dices, tiemblas porque no entiendes. Saber algo sobre los ciclos, alrededor de lo que no tiene fin y sobre lo que nada puedes decidir. Y que sin embargo te afecta.

Entonces, sin que nadie te escuche y mirando fijamente al hombre de Kiefer:
Espérame, volveré.

Dos palabras. Y entre una y otra el ciclo de la ausencia, que ocupa media vida.

25 de septiembre de 2012

Qué podemos

¿Qué podemos ver de una cosa cuando está calificada antes de ser nombrada?

Los adjetivos (antes de los sustantivos) arrojan arena a los ojos
y al corazón (que es el cerebro)
y a toda la emoción

24 de septiembre de 2012

Un sabor de día uno

Tengo la sensación de que este es el momento.

Y no quiero que pase una jornada más.
En lo alto de las montañas hoy seguirá el viento, los árboles se inclinarán sobre el camino y habrá niebla. El otoño es el momento de la destrucción en muchas culturas, en realidad en la naturaleza.
Esto es una continuación con extraño sabor de día uno.

Así que copiaré la reflexión que la fotógrafa Diane Arbus hizo en 1971 y que recuerdo casi de memoria desde que hace años la leí.

Una vez soñé que me encontraba en un magnífico transatlántico, pálido, plagado de dorados, con cupidos incrustados y tan rococó como un pastel de bodas. En él se respiraba humo. La gente bebía y apostaba. Yo sabía que el barco estaba en llamas y que nos hundíamos, lentamente. Los demás también lo sabían, pero se divertían, baibaban, cantaban, se besaban como arrastrados por una especie de delirio. No había esperanza. Me puse muy contenta. Podía fotografiar todo cuanto se me antojara.

18 de septiembre de 2012

No comprender (antes escribía no saber)
y aceptarlo

16 de septiembre de 2012

Aria quiere decir Aire

La historia es conocida
pero nunca la había sentido tan cercana

Una noche sin sueño y sin paz
busqué el Aria inicial de las Variaciones Goldberg de Bach

Tumbado en la cama, en un viaje, los ojos cerrados y concentrado en lo que estaba por venir: el inicio, con esos sonidos suspendidos que parecen no saber hacia dónde encaminarse

Al instante, todo el cuerpo se fue llenando con una resonancia aguda y penetrante: la música evoluciona por el interior de un espacio vibrante, pasa de un lugar a otro, regresa al primero

Gustav Leonhardt mantiene el pulso y la precisión, sólo música, no hay concesiones. Y los dos minutos veinticuatro segundos del Aria son suficientes para cortar el vínculo con la dificultad

Esa música de 1741, que parece haber sido compuesta para hacer soportables las noches de insomnio del conde Hermann Carl von Keyserlingk, curó como una medicina el mal de la impaciencia y el disgusto, o sencillamene la fiebre del sin sentido, cientos de años después.

También regresó el sueño, el aire del agradecimiento, la tierra roja.

15 de septiembre de 2012

Los riesgos del cara a cara

Al principio no tienes sensación de que haya principio. Y más adelante se pierde la noción de haber avanzado. Cualquier lugar del recorrido es una secuencia, lo es todo y a la vez desaparece entre todo lo que hay a su alrededor. La ilusión, perversa, de que existe un avance es posible que solo se pueda dar en la existencia de las máquinas, en la tecnología (y ni mucho menos en el sentido con el que se utilizan).

Seguir tiene que ver tanto con ir hacia delante (no sé bien lo que es) como con ir hacia atrás. Incluso en el día a día, para comprender algo de lo que ocurre puede ser más eficaz revisar los periódicos viejos que comprar el del día.

Dijiste que ya todo estaba en los griegos. Entonces, ¿a qué nos dedicamos?, ¿por qué tanta ilusión en que de verdad existe el progreso?, ¿como es el avance en todo lo que no es tecnológico?

Por algo del azar y por algo que es premeditado reviso periódicos, noticias, cajas de hace bastante tiempo.

El hambre lleva a los ganaderos a devorar las reses de sus propias granjas, era el subtítulo de una noticia el 16 de marzo de 1997. El título: Se hunde la Rusia profunda.

Podríamos ir al kiosko y comprar el periódico del día y el mes en que estamos pero de hace diez, quince o veinte años. Incluso deberíamos aceptarlo si nos lo entregan con la huella del paso del tiempo: deberíamos porque allí hay cosas a las que los años han aportado profundidad y entendimiento. Y eso, al menos, ofrece unas coordenadas, nos sitúa.

Algo parecido ocurre con los sms del móvil, incluso con los correos electrónicos. Abres un sms correspondiente al día de hoy pero de hace un año y encuentras que todo era actual, hasta podía seguir en pié la llamada de teléfono pendiente, el miedo pendiente, el viaje pendiente, todo estaba contenido en unos pocos caracteres.

Saber lo que está sucediendo no es lo mismo que comprender algo de lo que está sucediendo. Y se necesita entender algo para luego aceptar que siempre habrá áreas restringidas al misterio (no a la ocultación).

Un viaje portugués de Julio Llamazares se publicó en el periódico en Agosto de 1996. En él se habla de partes de la ciudad de Vidago de las que, cada vez que regreso, solo veo sus ruinas.

Y si piensas en la guerra de Yugoslavia, siempre ves las caras de tus familiares huyendo aterrorizados de la barbarie en la que casi todo el mundo tenía una parte. Tengo aquí delante una foto de cuando Mitterrand rompe el cerco de Sarajevo. Julio de 1992. Gran parte de los que aparecen en la foto ya han muerto.

El 4 de Enero de 1990, el jefe de Estado de la RDA, Manfred Gerlach dijo que Vamos a demoler el Muro de Berlín, porque ha perdido toda utilidad.

Berlín. Viajamos allí antes que a Rusia. El hotel nos ofreció una habitación como pocas veces volvimos a tener. Era invierno y parte del tiempo lo pasamos en aquel lugar blanco y cálido, envueltos en albornoces que parecían abrigos de piel. Aún existía el Checkpoint Charlie, y lo cruzamos.

B. pintaba con pasión. P. también, y además pensaba con mucha agudeza, un buen tipo. Ahora B. es fotógrafa (claro) y de P. solo sé por una foto en la que se le ve igual de serio y reflexivo tras veintitrés años.

Algo sobre el terror, por si piensas que solo existe en los países árabes. El terror es, también, ver llorar a través del skype y no poder traspasar la frontera de la pantalla, tan luminosa, tan oscura. Por eso en Junio de 1992 el periódico publicó: Los riesgos del cara a cara. La inmediata implantación del videoteléfono cambiará muchas actitudes de la sociedad, según los expertos.

Y en noviembre de ese mismo año un experto de verdad, Agustín García Calvo, escribía artículos para una serie larga que tituló El derrumbe del sistema.

Voy a contar cuantos años hace de aquello. Y ¿cuánto hace que los rusos devoraban sus propias reses? Hacia atrás es hacia delante, o es hacia ningún sitio, simplemente es con tanta fuerza, sentido y honestidad como está siendo la actualidad.

No sabría qué más decirte. Ayer activé un archivo con mis datos en una institución y para mi sorpresa aquella base de datos ya los poseía: a mi nombre y apellidos le correspondía una calle, una casa, un distrito y una ciudad del año 1989. Aletargados, los datos empezaron de pronto a explicar cosas con su silencio.

Ir hacia atrás puede ser una forma como cualquier otra de observar lo invisible, lo que ofrece sentido y comprensión al terror, al miedo a la oscuridad, a los sonidos de la casa cuando todos duermen. Si pudiéramos pedir un deseo por haber sobrevivido (desde una casa en paz) a la hambruna rusa y a la guerra yugoslava, yo pediría que el pasado nos concediese algo (solo algo) menos de miedo para avanzar en cualquier dirección, incluida la ruta hacia nuestra memoria.

12 de septiembre de 2012

Difícil saber

Lo recordaba desde esa memoria lejana: un parpadeo que apagaba y encendía una luz sin ninguna regularidad aparente.

Sabia que estaba en algún lugar y que seguía vivo, todo lo demás permanecía borroso. Ni un nombre, ni un lugar para localizar el origen del recuerdo, ni un hilo para tirar de él.

Era, estaba allí y no se dejaba ver del todo. Parpadeaba.

Y había a su alrededor una niebla como la que se ve en un puerto de montaña: sobre las antenas, en la piel del ganado que cruza, salvaje y manso, el monte.

Miré en la estanteria. Reparación de C.K. Williams lo recibí en un paquete en noviembre de 2007.

Difícil saber si el ser humano se muestra especialmente
inquieto
con las crisis, calamidades, desastres, o si los desea
inconscientemente.

Cinco años después, sentado frente a un buen amigo hablamos de Williams y ojeo el libro que ha comprado. El primer poema empieza así:

Al anochecer, ante un sendero, un arroyo,
nos detuvimos, yo nervioso y desanimado
por el sufrimiento de alguien a quien amaba,
la gama con su eterna alarma incipiente.

Durante un tiempo cuando escuchaba "Williams" pensaba en C.K. Williams y también en William Carlos Williams; mejor dicho, no sabía en quien pensaba porque los confundía. Recuerdo que busqué sus fechas de nacimiento, algo sobre cada uno de ellos.

De vuelta a la ciudad busco ese libro de C.K. Williams (Newark, Nueva Jersey, 1936) y en una buena librería solo encuentro Paterson de William Carlos Williams (Rutherford, Nueva Jersey, 1883-1963). Está en la estanteria de la uve doble, en una edición fea. Decido llevármelo, y entonces lo abro:

Y es que el comienzo es con seguridad
el final -ya que no conocemos nada, puro
y simple, más allá
de nuestras propias complejidades.

Y sin entrar en ninguna otra librería sigo buscando El Canto, de C.K. Williams.
Hasta que un día entro y allí está:

La mayor parte de lo que somos es memoria
y la anticipación de recuerdos por llegar.

Solo hay un ejemplar y tiene marcas de haber pasado por varias estanterías: las esquinas algo dobladas, ya nada es blanco en la portada. Me lo llevo.

Aquel parpadeo.

Ahora recuerdo un semáforo con una sola luz, amarilla, señalando algún peligro en mitad de la carretera de montaña: ni cerraba el paso ni lo abría, parecía advertir sobre algo invisible. Había niebla y era de noche, tarde. Creo que volvía a casa y al hacer una curva, pegado al borde de un gran precipicio, el río allá en el fondo, apareció aquella luz portátil. Era invierno y la lluvia había limpiado la nieve de la carretera. Nadie exigía nada.

Ahora, abro El Canto:

Cómo llegar a saber de verdad
cuánto de nuestra mente es memoria, y no menos
qué porción de uno mismo es de los demás
antes que de sí.

11 de septiembre de 2012

Jugar

Jugar a juegos que no conocemos
o jugar con reglas que ha propuesto el otro.

(Jugar es una razón grande para saber algo acerca de la realidad)

5 de septiembre de 2012

Justicia. No la fuerza bruta del derecho

No es esto compañeros, no es esto
por lo que murieron tantas flores,
por lo que lloramos tantos anhelos.
Quizás debamos ser valientes de nuevo
y decir no, amigos, no es esto.
 (...)
 No es esto compañeros, no es esto;
nos dirán que hace falta esperar.
Y esperaremos, bien es cierto que esperaremos.
Es la espera de los que no nos detendremos
hasta que no sea preciso decir, no es esto.

Durante toda la conversación escuché de fondo estos versos escritos por Luis Llach. Permanecí atento a aquella descripción de la imposibilidad, también de la dignidad, y la música de esta canción compuesta hace más de treinta años regresó, aunque hacía mucho que no la había escuchado. Dijo que el sesenta por cien de sus compañeros de trabajo no tendrian contrato este año. Y todavía desconocía de que lado de la balanza caería su caso particular.

He pensado durante un cierto tiempo en abrir una etiqueta con ese primer verso: no es esto compañeros, no es esto. Y lo voy a hacer. Me gustaría que tratara de las cosas que tienen que ver más con la justicia que con el derecho, tal y como lo escribe Simone Weil:

Los griegos no tenían la noción de derecho. No tenían palabras para expresarlo. Se contentaban con el nombre de la justicia. (...)
No es imaginable san Francisco de Asís hablando de derecho. (...)
Si se le dice a alguien capaz de escuchar: "Lo que usted me hace no es justo", se puede golpear y despertar, allí donde nace, al espíritu de atención y de amor. No sucede la mismo con palabras como: "Tengo derecho a...", "usted no tiene derecho a..."; encierran una guerra latente y despiertan un espíritu de guerra. La noción de derecho, puesta en el centro de los conflictos sociales, hace imposible desde todos los ángulos cualquier matiz de caridad.

¿Qué quedará de toda esta situación si solo acudimos al derecho?
No es esto compañeros, no es esto.

Así que volví a casa, busqué la canción, me coloqué unos cascos capaz de aislarme de algún tipo de soledad y puse, con todo el volumen soportable, la música de Llach. Y esperé que fuese penetrando en los dos hemisferios cerebrales, que llegara a las circunvoluciones internas, a las más oscuras, al cerebro también reptiliano, a todos los lugares, de lado a lado, con la confianza de que cuando las voces hacen los coros, entonces, el área encargada de la memoria también se activaria y aquello sería un proceso irreversible. Y me pareció un buen ejercicio.

4 de septiembre de 2012

Hacer

Hacerlo, y no juzgarlo mientras se está haciendo.
Para no distanciarme de él: de lo que hago, de lo que estoy haciendo.

1 de septiembre de 2012

Iré a verte

Iré a verte, le dijo.
Llevaré algo para pasar la tarde. Tal vez podamos leer juntos o recoger la última fruta.
Verás que todo es casi igual en todos los sitios, por eso estamos aquí, en cualquier lugar.
Podremos hablar sobre en qué consiste ser valiente, o que quiere decir internarse en los bosques: una vez entré en uno y permanecí en silencio hasta desaparecer. Ojalá nunca lo olvide.
Espérame, no tardaré en llegar. Y si sales a caminar, tal vez puedas ir por el camino por el que llegaré, así nos encontraremos como si fuese una casualidad.
Tendremos tiempo, no te preocupes, no tengo prisa: toda la casa está ya embalada. No queda nada por hacer.

(Tal vez hubiese preferido no estar allí y no escuchar la conversación de aquellos ojos, diminutos y líquidos, a través del teléfono. Salí fuera, busqué el camino de la tierra rojiza. Hacía calor y todo el mundo parecía dormir. Recuerdo haber hablado algo aunque no había nadie cerca. Quise pensar qué habría antes y después de aquella conversación).

31 de agosto de 2012

Una vida a la intemperie

Hay un grabado de Ernst Ludwig Kirchner que se titula Abetos a la intemperie.

Lo observo una y otra vez en la exposición. Los árboles son altos, poderosos, viven en una escena casi nocturna, y por debajo de ellos, diminutas, se intuyen algunas personas pasar. Ahora lo recuerdo lleno de un verde azulado muy oscuro, también con una luz blanquecina, como lunar.

Pienso en la escena, intento recordar el cuadro, también imaginar otras escenas posibles dentro de esa. Alguien camina bajo un árbol inmenso, tal vez dos personas hablan mientras avanzan por el bosque, a la intemperie. O simplemente alguien se interna cerca del silencio de los árboles. Pero sobre todo intento imaginar cómo es la intemperie en ese lugar.

Kirchner se refugiaba en Davos, en los Alpes suizos. Allí era capaz de generar colores y luces que no veía en las calles de Berlín. Ahora ese pueblo suizo es conocido sobre todo por la reunión anual de los poderosos. Si Davos fuera conocido por Kirchner y no por los banqueros estaríamos en otro mundo (mucho mejor).

Viendo las imágenes de su casa, de las montañas, de los grandes prados alpinos, y pensando en cómo ha cambiado ese lugar desde 1919, pienso en Henry David Thoreau y su apuesta por una vida en los bosques, su maravilloso Walden. Busco el libro y lo abro al azar, La laguna en invierno: La naturaleza no hace preguntas ni responde a ninguna de las que formulamos los mortales.

Una vida en los bosques. Una vida a la intemperie.
Sin refugio

30 de agosto de 2012

Má vlast

Desde el valle, depués de cruzar el río, se subía por una carretera de montaña. Vuelta tras vuelta se iba tomando altura y se apreciaba mejor qué bosques habían ardido y cuáles se habían salvado. Aún olía a humo.

Arriba del todo estaba la frontera. En esta parte del mundo todavía hay guardias uniformados (y aburridos) que la custodian. Paré el coche, apagué el motor, abrí las puertas, también la maleta, me situé a un lado, esperé que unos y otros entraran y salieran de él, ellos, los perros, el calor de la media mañana. Y como allí no había nada, con muy pocos gestos dijeron que podía atravesar la frontera y continuar el viaje. Muy poca gente cruzaba ya a través de aquel paso de montaña.

Sin decir una palabra me senté en el asiento, encendí el motor y me sentí a salvo durante unos segundos tras las puertas y los cristales. Arranqué y, no sé la razón, comencé a conducir más despacio de lo habitual y bajo la sensación de encontrarme perdido entre los primeros pinos del otro lado. Sabía donde estaba y sin embargo estaba perdido.

Lejos de la vista de los guardias, a varios kilómetros de su puesto, me detuve. Bajé y en silencio sentí el aire en todo el cuerpo. Los bosques parecían comerse la carretera estrecha: había pinos, pero también abetos y un árbol muy especial, el alerce. Pasado un tiempo decidí continuar, ya iría encontrando el ritmo de aquel descenso. Lo que me confundía no era la extraña escena de la frontera, sino la maldición de quien está en viaje: qué hacía yo en aquel momento y en aquel lugar.

Puse una música antes de arrancar. Lo pensé dos veces y elegí una pieza que contara una historia: Má vlast de Smetana, Mi tierra. Aquella sería la música que me ayudaría a alejarme de aquel país y a asumir la pérdida que ocurre siempre que se atraviesan fronteras. Hasta agradecí a aquellos guardias que hubieran marcado tan bien donde está la línea de separación. Identificar los países no es tan fácil.

Comenzó a sonar. La carretera estaba vacía, hacía mucho sol. Me concentré en escuchar, apenas en conducir. Algo que no era yo guiaba y me salvaba de los precipicios. En aquel lado de la montaña no había habido incendios.

Entonces llegó mi preferida: El moldava, Vltava. Una música sobre el recorrido de todo un río, desde su nacimiento. Y hecha de tal forma que a los pocos compases quien la escucha ya forma parte de ese descenso fluido e inevitable, también gozoso. Seguir los sonidos era la mejor manera de seguir, de no volver la vista atrás, de perder de vista la línea fronteriza hasta no saber en que parte de aquel continente, o de aquella isla, crecían aquellos árboles, había aquella carretera y un coche giraba y giraba con las ventanillas abiertas.

Escuché los seis poemas sinfónicos de Má vlast. Y entre tanto recorrí ciento treinta y cuatro kilómetros. Las cifras pueden ser más o menos opacas, pero cada vez confío más en ellas. Ciento treinta y cuatro son bastantes kilómetros, a pie serían varias jornadas. Me había alejado de la frontera y me había internado en aquel lugar al que me unian tan pocas cosas. Más de un siglo después de su composición, esa música me había ofrecido algo parecido a su fuerza a través de la descripción minuciosa de un río.

Estaba en otro país. El disco se terminó. Todo podía volver a empezar.
Había que esperar.

29 de agosto de 2012

A veces

A veces llego a hacer algo tan bien que no me doy cuenta de que empecé haciéndolo para escapar.
En ese momento es cuando vuelvo a empezar.

28 de agosto de 2012

Acostumbrando la vista

Ordenar y clasificar produce una extraña e ilusoria paz. Colocar en cajones, meter en botes, disponer en la estanteria, hacer etiquetas para las entradas de un blog...

Acostumbrando la vista será la segunda etiqueta que tendrán, a partir de mañana, algunas entradas de este blog.

Son textos muy cortos, escritos entre 2002 y 2007, en una época en la que tras un largo y costoso proceso en algo parecido a una mina, de vez en cuando y tras lavar toneladas de mineral en el río, brillaba una pepita de oro. Por entonces el oro no estaba tan caro, así que el proceso de demolición de la montaña no parecía justificar esos pequeñísimos tesoros: lo encontrado no valía tanto esfuerzo.

Aunque todo depende de como se mire. Pasado un poco de tiempo, y con los años más, descubrí que el brillo de aquel metal precioso era tan intenso que me obligaba a acostumbrar la vista cuando quería mirarlo. A cambio, su brillo generaba una especie de campo magnético que parecía proteger y hasta dirigir lo que de verdad era importante hacer.

Algunas de esas pepitas, en mi caso líneas de fuerza, estarán bajo esta nueva etiqueta, al tiempo que lucharán por salir de ella y por volver a perderse en el río.

As coisas aqui em baixo

Llevar una cuenta:
por ejemplo, tras 69 días y noches las orquídeas mantienen su flor
(Dicen que es una flor del invierno)

Mirando esos cambios pensé en el título de un libro de Lobo Antunes:
Buenas tardes a las cosas de aquí abajo



20 de agosto de 2012




19 de agosto de 2012




18 de agosto de 2012

Un cauce para una llama

A veces las cosas pueden ser más sencillas (e intensas).

Lo realmente decisivo es disponer de un cauce para aquello con lo que uno quiere dialogar. Algo, un dispositivo, un lugar, que permita encauzar lo que de otra forma se extendería sin límite y sin cesar por cualquier superficie que le ofrezcamos.

A partir de ahí hay que pensar que condiciones estamos dispuestos a asumir para ese cauce: cuáles son sus costes, su posible dependencia o independencia, su disponibilidad para las personas con las que nos gustaria hablar.

Y de no existir ese cauce, ¿cuál es el dispositivo que permite que la olla a presión no explote?, ¿cuáles son esos otros cauces que surgen y que ni tan siquiera elegimos?

Hace días que anoté parte de la presentación que Gustavo Martín Garzo hace en uno de sus libros, La habitación de al lado:

Pero se habla sobre todo del gozo humano, un gozo algo pesaroso, extraño. Como si fuéramos portadores de un mensaje, un mensaje que no comprendemos ni sabemos a quién llevar. Los mensajeros de un mundo desaparecido. Así es nuestra vida. Al dolor de no saber lo que somos se sobrepone el asombro de descubrirnos portadores de algo precioso. Algo que no debe perderse, parecido a una pequeña llama. Eso es vivir, llevar esa llama de un lado para otro, aunque no sepamos para qué.

10 de agosto de 2012

Arde la amapola amarilla

Hay que intentarlo.
Y reviso papeles de hace bastantes años. Encuentro un recorte de prensa con la referencia a un libro: El primer trato de cerveza y otros pequeños placeres de la vida, de Philippe Delerm. No llegué a leerlo ni a hacerme con él.

Once años después de aquel recorte, hace unos meses, en la radio del coche hablan de este libro y para mi es la primera noticia sobre él. Lo había olvidado por completo. En realidad le dedican un programa en el que intercalan fragmentos del texto con una selección de música especialmente cuidada. Anoto el título y el nombre del autor, me prometo buscarlo y lo hago, pero está agotado. A los pocos días también olvidé esa escena.

Hasta que di con el recorte de hace años.

Llegan los animales del silencio, pero debajo de tu piel
arde la amapola amarilla (...)

escribe Antonio Gamoneda

Intentarlo.
Una pequeña luna amarilla parece estar al final de la carretera, vacía a estas horas de la noche. Viajas (y yo también) despacio, porque es imposible viajar rápido. Hay música en el coche, una música que hace existir de otra manera la noche. Imagino los árboles oscuros que nos cruzamos, aunque apenas se ven.

Miras hacia fuera (yo también). Luego hacia el frente. Y ahí vamos, hasta la luna del final. Oscilando entre nuestro movimiento cíclico y nuestro movimiento impresivible. Esa es la diferencia entre el ritmo del corazón y una conversación.

8 de agosto de 2012

Hemavati y el miedo

Hasta hace muy poco era costumbre en China que los alfareros mandaran inscribir en el barro con que fabricaban sus vasijas palabras que tenían que ver con sus creencias y devociones. Era una escritura inaccesible, pues cuando la vasija estaba terminada el mensaje quedaba recluido en su fondo, sin que la luz o la mirada de hombre pudiera llegar a descifrarlo. Una escritura que no sería leída jamás, pero que todos sabían allí, haciendo de ese objeto no sólo un utensilio, sino un lugar de recogimiento y devoción. Un lugar de encuentro con el misterio del mundo.

Encuentro este texto de Gustavo Martín Garzo.

Escuchar una pieza infinita. Igual que parece serlo la respiración. Respirar al ritmo de algo que no tiene fin, cuando los sonidos sirven para ajustar la piel al aire que entra y sale con tanta suavidad como violencia. La Raga Hemavati interpretada por Subramaniam al violín, K. Shekar al Tavil y Veena Natarajan al Tampura es algo que impulsa a entender como funciona el aire en todo su recorrido.

Tres voces que mezclan lo que parecen pasajes fijos con un diálogo impredecible, tras lo cual todo vuelve a comenzar y luego todo llega a su fin en un bucle sin el cual no existiria la vida.

De pronto pienso que existir en el interior de una pieza infinita, sea esta cual sea, es el antídoto contra el único veneno capaz de paralizarnos: el miedo.


7 de agosto de 2012

Misterioso, no secreto

No sabría que decirle a esa voz si la escuchara ahora.

Cada día.
En cada jornada debería haber un espacio para quedarse con las voces que ya no están, incluida la de uno mismo (los días que desaparece). Quedarse a solas tal vez es abrirles un canal para que lo atraviesen a uno: una pequeña ruta navegable que no sale hasta el mar sino hasta el interior de la oscuridad. Pero sin miedo. Y sería maravilloso pensar que sin mentira.

Hablo con un buen amigo sobre la mentira. Cruzamos algunas ideas, algunas experiencias también. La noche pasada leí a Gustavo Martín Garzo:

La felicidad de las mentiras
Inquieta: "Allí, dentro de la mentira, estaba segura de que sería feliz, como lo eran los gusanitos que vivían en los frutos"

Un trabajo bonito: ayudar a un árbol cargado de fruta a sujetar su cosecha intentando evitar que no se rompan sus ramas llenas de ciruelas oscuras y pesadas. Ese árbol nunca ha dado fruta, vivía casi olvidado de todos (es literal), pero este año todo ha cambiado: estaba casi en estado salvaje y ahora está lleno de ciruelas.

Para poder encontrar la ruta navegable de hoy he necesito escuchar completa la sinfonía número 3, Op. 36 de Gorecki. Fueron necesarios todos sus movimientos para deshacer algo que impedía acceder a la noche, ahora que ya no hay luz.

Hablan los manantiales en la noche, hablan en los imanes del silencio
Siento la suavidad de las palabras olvidadas

escribe Antonio Gamoneda. Y un poco más atrás, o más adelante

Es la impureza y la piedad, el alimento de los cuerpos
abandonados por la esperanza

Agradezco la voz de Gorecki (no es la primera vez) para saber algo sobre el alimento más imprescindible, callado y misterioso que conozco.

Misterioso, no secreto.

1 de agosto de 2012

Hoy y siempre

Seguir no siempre es ir hacia delante.
Se parece más a viajar sobre un fluido que avanza y retrocede al mismo tiempo, mejor dicho, que se mueve sin tener consciencia de si es hacia delante o detrás porque esos conceptos que no le pertenecen.

Por una serie de casualidades cuyo origen fue un problema técnico, estos días reorganizo correos electrónicos de los últimos años. Son miles y voy pasando a través de ellos como si recorriera imágenes de una vida que al mismo tiempo es y no es pasada. Una sensación algo extraña.

A veces me gusta leer los títulos porque pienso que saltando de uno a otro se podría construir un precioso poema.

Hace poco me crucé con uno que decía: Hoy y siempre (y era un error, claro), Nieve y más nieve, Un sueño ligero, Todo en orden y el elefante, Me debes una, Cuarto oscuro, Desde Atacama, Poemas y plantas carnívoras...

A veces me atrevo a abrir alguno de hace bastantes años y de pronto algo de la historia parece tener algún sentido (puede que otro error, no lo sé). De vez en cuando borro algunos, muy pocos.

Miro estos correos y se me parecen a una bandada de aves migratorias volando en forma de flecha, intercambiándose quien va a la cabeza, transformándose de una manera eficaz y misteriosa. A algo así hoy se le llamaría un fractal. Si es así, hasta puede que las cartas sean fractales.

Las piedras creo que también lo son.

31 de julio de 2012

Algún día

Abro el libro y leo:

En los mandamientos vedas hay una norma que llama la atención por su rareza, que radica en la imposibilidad de transgedirla: "No matarás a las nubes". Parece que este mandamiento nace de la creencia del profeta Kervac en la evolución de las armas, y en la seguridad de que algún día una ballesta llegaría a alcanzar el cielo. Confirma esta creencia la redacción de la norma 26, que establece: "Las leyes y mandamientos se dictarán previendo el futuro posible".

Abro el paquete y leo su trayectoria:
Un día, una noche, escribí su nombre en una página y le dí al Ok. Quería tener cerca un ejemplar del libro de Rafael Pérez Estrada del que procede este fragmento. A la mañana siguiente ese ejemplar estaba en Milano, en Italia. Y solo unas horas después en Koeln, Alemania (creo que allí durmió). Al día siguiente, mientras desayunaba recordando ese Ok., el ejemplar voló hasta Maia, en Portugal. Y durante ese mismo día viajó hasta esta casa. Una pequeña etiqueta dice: entregado.

Aquí está.
Aquí y en más sitios.

Una vez leí en un libro de Peter Matthiessen que los dos grandes pecados (creo que en algún lugar de Asia) son asustar a los niños y arrancar flores silvestres. No matarás a las nubes podría ser el tercero.

Mientras lo pienso, una pequeña flauta intenta dibujar la música del agua. Supe de ella por las películas de Akira Kurosawa y busqué y anoté quien componía con tanta precisión para un sonido tan aéreo y por momentos imperceptible como un batir de pequeñas alas: era Toru Takemitsu.

No asustar a los niños, no arrancar flores silvestres, no matar a las nubes, no alejarse del agua. Aunque faltan algunos, creo que tiene mucho sentido empezar por estos mandamientos.

El primero: no asustar al niño que cuida de cada uno de nosotros, no asustarlo jamás.

30 de julio de 2012

Material preparatorio

Un hombre graba un despertador detenido en las siete y veintidós. La película dura varios minutos. Caminamos frente a ese reloj, vamos y venimos. Todo parpadea en la pequeña proyección sobre la pared: la estructura de la imagen, las rayaduras del celuloide, la vibración del proyector con una diminuta luz cálida que ilumina miles de fotogramas exactamente iguales.

El hombre precisa un silencio cálido, y se le da un tumulto glacial, escribe Simone Weil.

La película parece un koan: no hay solución racional (aunque existan interpretaciones artísticas más o menos contextualizadas). Son imágenes que hacen explotar en mil pedazos una idea, muchas ideas, tras lo cual dejan el espacio vacío (y limpio) sufiente para que cada uno reconstruya desde su lugar las piezas que sepa identificar.

Un silencio cálido puede ser el tiempo. Otro puede ser la libertad (sin contemplaciones). El tiempo exige de la libertad para existir (y no tiene nada que ver con los relojes).

Frente a una película de James Coleman nunca se pueden cerrar los ojos, porque desaparecemos. Dejamos de existir durante unos segundos y al no percibir la ausencia, la transformación, nos embrutecemos y hasta es posible que algo vil aflore a la superficie más racional. Y porque eso ocurre, existen los koan (o eso me gusta pensar): para romper la escucha de mala calidad o la no escucha. No conozco su ortodoxia pero sí su eficacia.

No, no cierres los ojos nunca parecen decir. Si lo haces todo el material preparatorio, todo lo que has trabajado para llegar aquí se podría perder. Y sería algo grave. No es fácil esto de mantener la mirada sobre un reloj que está detenido mientras toda la imagen avanza, se mueve, gira.

Sí, cierra los ojos y escucha parecen querer decir otras veces: si mantienes y cuidas la atención entonces podrás sentir la incoherencia y la imperfección como algo ajeno al tumulto glacial. Con los ojos cerrados tal vez se pueda sentir la perfección de lo incompleto.

Luego, en otra película, el sonido de la conversación entre dos personas se interrrumpió por un problema técnico. Pese a ello se podía continuar el diálogo.

25 de julio de 2012

No siempre en red

Un tren que atraviesa un bosque con árboles que no conozco, bordea un lago interior que parece un mar.

Fuera debe hacer frío, las ventanillas están sucias, el agua brilla con un gris que a veces es blanco. Los árboles, finos y altos, parecen crecer hacia arriba y hacia las profundidades del agua. De vez en cuando comienza a llover y las gotas, como arañas, suben y bajan por el cristal. La vía casi está pegada a la orilla.

Hay ruidos pero es más fuerte el silencio.

Estoy empezando a conocer a Zygmunt Bauman: La lógica de las categorías no se adecua bien a la diversidad y el desorden de las interacciones humanas.

Ahora, en esta zona del mundo es época de tormentas. Y por momentos el agua cae con furia sobre los restos de nieve. Todo es más gris que en otros veranos y en medio de ese cielo los rayos de la tormenta eléctrica. A una cierta distancia de la vía se intuyen pueblos no muy grandes y una extensa red de caminos de tierra.

Bauman habla en algún momento del cambio que supone entender el mundo como algo que está en red: 
Las redes solo son imaginables si ambas actividades no están habilitadas al mismo tiempo. En una red, conectarse y desconectarse son elecciones igualmente legítimas, gozan del mismo estatus y de igual importancia. ¡No tiene sentido preguntarse cuál de las dos actividades complementarias constituye "la esencia" de una red! "Red" sugiere momentos  de "estar en contacto" intercalados con  períodos de libre merodeo. En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad.

Para él esto es lo opuesto a modelos anteriores como las "relaciones", el "parentesco" o la "pareja".

En mitad del verano cruzar los restos del invierno. Y ver pasar algún cartel con palabras desconocidas y difíciles de pronunciar. Hace horas que no sé en que punto del paisaje estamos ni cuanto falta para llegar a la siguiente estación ni si aparecerán los límites de este lago. Viajar unido a esta máquina poderosa y sucia me parece más propio de una relación que de estar en red.

Otra vez el agua, ahora a ambos lados de la vía. Viajamos por un canal estrecho con una seguridad asombrosa. La confianza en los pasadizos del viaje.

19 de julio de 2012




Pensé en algo extraño,
sentí que no tenía tiempo de explicarlo.
En algún lugar, una sola vez, como si fuese siempre así

18 de julio de 2012





17 de julio de 2012

La higuera

Lo mejor del día es el olor de la higuera por la noche.

Me gusta su olor, dulce y verdoso. Cuando hoy lo sentí pensé que lo propio de los recuerdos es convivir con el olvido y el cambio. Transformaciones gigantescas sobre la cabeza de un alfiler. Un alfiler transformado en el ojo de un insecto. Un ojo constante que todo lo recuerda mientras nada permanece en su sitio.

El alfiler de la higuera me hizo olvidar durante unos segundos el imán de un pájaro cerca de un árbol desnudo. Los pájaros. Y también el olor del té recién abierto, con la menta comenzando a flotar. El olor del papel escrito, la tinta verde. El color de una caja sobre esta mesa.

Detrás de la higuera está lo que queda de hoy. Un niño que quiere ser Deep Purple mientras sus padres preparan café. Y un mensajero vestido de azul que trae un paquete de color verde. Y una cartera que cubrió ausente y se sorprendió cuando alguien respondió a su llamada (nadie está ausente, eso ya debería saberlo).

Salimos a la noche y entonces viene el olor de las grandes hojas de la higuera. Teníamos una detrás de la casa (siempre hay una detrás de las casas). Y alguna noche miraba sus hojas a través de la ventana iluminada: parecían pequeñas manos que querían alcanzar el cristal.

Algo bueno del día es cuando la higuera va soltando su silencio y muchos otros cambios.

12 de julio de 2012

Un amarillo poco frecuente

Tres escenas de algo que se parece al día de hoy.

La palabra terror.

Alguien dice en público: es necesario cuidar la soledad.

Un cocinero japonés cortando comida con un cuchillo que antes humedecía en un líquido transparente, y todo eso sobre una mesa grande y limpia de un amarillo poco frecuente.

(y la noche)

10 de julio de 2012

Aprender un poema

Durante unos días vivo junto a un edificio que se llama Orinoco.
Y paseando por una ciudad, que solo reconozco a medias, me encontré con un gran cartel: Reforma integral del hogar. Solo quise verlo desde lejos, ni cambié de acera.

Llueve y apenas hay luces en las casas. En algún barco sí. Paseando por esta mezcla de celda y camarote, sin cartas de navegación, recordé las palabras de Gadamer: aprender todos los días un poema.

Y pienso en los días en que no hay poema para aprender. Y en la distorsión que supone pensar que esto pueda ser así.

Sin experiencia nacemos
Sin rutina moriremos

(memorizo estos dos versos de Szymborska)

8 de julio de 2012

En el mundo de nada dos veces

Todo ha cambiado. Solo el ordenador recuerda la red.

Ahí fuera hay un mar con peces viajando en la oscuridad. Y una pequeña lengua de fuego en una chimenea y un puente sobre el agua señalado con pequeñas luces intermitentes (está bien que se apaguen y luego se enciendan). Y barcos.

Alguien ensayó con un violonchelo una pieza que no identifiqué. Y ahora parpadean unas luces verdes sobre el reflejo del agua. Una gran cúpula blanca brilla frente al cielo oscuro.

Ahí fuera está el mundo del Nada dos veces que describe Szymborska:
En esta escuela del mundo
ni siendo malos alumnos
repetiremos un año,
un invierno, un verano.

Leíste un poema, ese o algún otro. Me diste a leer un poema. Después vino la diferencia entre sueños y recuerdos: eso que sueñas por las noches no son sueños, ocurrió de verdad, pero tú has querido olvidarlo, dijiste. Y la memoria, ágil, limpiando las corrientes por donde fluye la corriente eléctrica de lo que está por venir.

Nada se parece a otras veces, ahora también parpadean las luces rojas. No parece haber segundas oportunidades, solo primeras. El mar a cada instante.

7 de julio de 2012







Lo que está y no se deja ver

Esta noche
lo que está alojado en lo que existe

lo que es capaz de desplegarse a partir de casi nada porque estaba contenido en ese espacio mínimo
en el que se mantiene la confianza

aquello que da forma a la noche.
Apreciar la diferencia entre los grandes hechos y cada hora del día, a favor de lo cotidiano

Y esta noche mantener la capacidad de asombro
como la única comprobación de que el pulso late y de que las cosas básicas

están en su sitio: un lugar desconocido
Una voz escribiendo

5 de julio de 2012

Estoy intentando perderme

Quise ver una imagen de Gidon Kremer. Porque hacía días que su música iba entrando en unos y otros espacios. Allí estaba, por ejemplo con una camiseta blanca y ensayando, una boca grande, poco pelo, unas gafas casi invisibles, difícil saber algo de él por esas fotos.

Por debajo de todo, o en la superficie del agua, corre algo semejante a la generosidad (no las entregas a cuenta que produce la pobreza). O no corre.

Y en esos giros del agua, como capas, corrientes más o menos submarinas aunque sea un torrente de montaña. La música de Astor Piazzola interpretada por Gidon Kremer se parece a ese burbujeo de capas vivas.

Hay un sonido de masa intensa, grande, que corre por debajo (casi un bajo continuo, aunque no tenga nada que ver con el clásico) sobre el que se escriben trazos apenas entrevistos. Olfateados tal vez.

Nunca antes me había sentido tan
en minoría
Fuera, frente a la ventana,
todo era superioridad
Primero trinaron un par de pájaros,
(escribe Peter Handke)

En Hommage a Piazzola hay una pieza titulada Celos que encierra esa minoría (tal vez frente a lo hostil, claro, porque ese título tenía que ser un tango). Escucharla se parece a una experiencia que se ralentiza y también se curva bajo el viento. O bajo la corriente de agua.

El cantar tiene sentido, el cantar tiene sentido, entendimiento y razón. Una canción que habla de lirios, de su perfume, del agua que fluye desde las fuentes o del hueco entre piedras donde nacen los ríos, hasta los más caudalosos, los que entran en el mar abriéndose en un gran delta con peces que parecen serpientes y que vienen a morir donde nacieron.

Miro un dibujo de alguien que pasa las horas cerca del agua, de las corrientes de agua. Observo a quien allí está y me sorprendo del tiempo que llevo atento a la escena. El dibujo es imperceptible pero parece moverse: las hojas de los árboles, la tona del agua, las piedras, los mosquitos y la tarde, todo se balancea de manera mínima e intensa, en tensión. Podría parecer también un tango, pero es un río. Al pie de esta escena me dijo: estoy intentando perderme.

28 de junio de 2012

Lavanda

Tuve que ir a pie por un lugar donde casi a diario paso en coche.
Y fue la única manera de saber que allí crecía lavanda en grandes matas. Al principio noté su olor. Las busqué y allí estaban, algo sucias porque el borde de una carretera transitada lo ensucia todo. Pero seguían creciendo y habían florecido.

Horas después, enciendo la radio del coche para un pequeño viaje de vuelta a casa, y escucho:

Quise contar una historia y la historia me contó a mi.

Hace mucho que anoté una frase de Víctor Erice: Ver es dejarse ver.

Pocas cosas hay que evidencien tanto nuestra fragilidad y dependencia.
Todos los que somos habitan en nuestra mirada: mestiza, siempre sucia por ser el borde de una carretera. Y en medio de la mirada, olor a lavanda limpísima (tal vez porque nos hemos dejado ver)

27 de junio de 2012

Carta

Aquí, en un día de muchísimo calor, en este año

Quería escribirte sobre algunas cosas que siempre están pendientes:
la cercanía y la distancia, el sonido de lo que se quiere, la memoria, lo que se cuida, lo que permanece, también lo que se va.

Ayer decidí al fin escribir esta carta porque en dos versos de Peter Handke encontré casi todo lo que quería decirte:

Lo que TODAVÍA soy:
Soy todavía uno de los presentes.

Así que aún estoy aquí, aunque no me veas (ni yo a ti).

Hay un tipo de araña que vive bajo el agua, sumergida. De una manera laboriosa, lenta, teje una burbuja de aire que asciende a la superficie: una esfera de aire construida de manera trabajosa. Me gusta pensar que un hilo de seda hace de cordón umbilical y le permite respirar en un medio que no es el suyo.

Escribir cartas no parece muy diferente de eso.

Soy todavía uno de los presentes. Y el árbol que podé en diciembre (días negros y helados) ha dado fruta en Junio. Es un cerezo, luego te envío una foto. Es un árbol alto y esbelto, elegante y da unas cerezas pequeñas con muy buen sabor. El sabor de las cerezas, ¿recuerdas?

Un hombre busca quien le ayude a terminar ya, a irse. En los alrededores polvorientos de una gran ciudad. Hasta que encuentra alguien que le habla del sabor de las cerezas.

Así que subí a una escalera muy ligera y fui arrancando cada pequeño racimo de esa fruta roja. No es fácil coger cerezas sin dañar el árbol. Y donde no llegaba con el brazo me ayudé de una vara larga para inclinar la rama (pola se dice en gallego) y traerla hacia mi.

Me volví a sorprender de lo flexible que es un árbol. Un cerezo es nuestro junco japonés: curvándose sin romperse.

Los mirlos son unos grandes comedores de cerezas, les encantan. Así que muchas veces mis dedos tocaban donde ellos ya habían estado. A veces hasta la fruta mantenía su jugo, acababan de pasar. Pájaros y personas disputándose el fruto.

Hace años mi padre me trajo madera de cerezo: quería que hiciera algo con ella. Y lo hice. Tal vez un día puedas verlo. La madera de cerezo es cálida, anaranjada, buena. Da gusto tocarla.

Una tarde, río arriba, te pasaste varias horas hablándome de como las hormigas corrían por tu mano y por el tronco de los árboles. Les ponías puentes y ellas cruzaban, cargadas, de un lugar a otro. Son trabajadoras, gregarias, diminutas y muy poderosas. Luego dibujaste un hormiguero que aún tengo en mi mesa (imagino que debajo hay infinitas galerías y todo un sistema paralelo al nuestro).

Solo con escuchar, se cuida. Y si se mira a las hormigas uno aprende a perderse. Que es ganarse. Pocas cosas hay más relativas que la cercanía y la distancia, a no ser que uno caiga en burdos engaños kilométricos: una cinta métrica no lo mide todo.

Y el sonido de lo que se quiere es el silencio. Cerca.

Y los olores, el tacto, no son muy diferentes de las vibraciones sonoras.

Y la memoria solo existe cuando viaja hacia delante y hacia atrás con igual velocidad (y necesidad).

Es posible que te gusten esos versos de Handke. Están en un poema que se titula:
Lo que no soy, no tengo, no quiero, no me gustaría. Y lo que me gustaría, lo que tengo y lo que soy.
El subtítulo es biografía de una oración.

Coger cerezas es una oración. Escuchar es una oración. Callar también lo es. Nada que ver con las religiones.

No sé donde estarás, ni si estarás. No sé nada. Por eso existen las oraciones de los no creyentes. Para eso dan fruta por ejemplo los cerezos. Y para eso los mirlos han desarrollado una maestria al comer la fruta. Existen tal vez sin razón ninguna.

Y todavía es emocionante ver que no hay razón ninguna ni posibilidad de entender nada.

Por eso alguien puede decir que soy todavía uno de los presentes.

(no hay despedida, sí una firma)


26 de junio de 2012




25 de junio de 2012

Una nota pegada en la nevera

Había oido la historia, siempre contada de una manera más o menos parecida: algo de la poesía moderna surgió cuando William Carlos Williams consideró como poema una breve nota dejada a su esposa acerca de las ciruelas que se había comido por la mañana. Era una nota de esas que se dejan encima de la cocina, o pegada a la nevera. Esta tarde de pronto lo recordé.

Y fuí a ver mi nevera. Pegada en su puerta una nota manuscrita: y mis besos. Más una inicial (ningún nombre completo, solo una letra). Escrito en un gran papel blanco. Y junto a eso una etiqueta de un queso de cabra que quería volver a comprar y una pegatina que dice Nunca Mais.

Si pienso en pequeñas notas sobre ciruelas, besos y nunca máis, siento cerca los poemas de Bernardo Atxaga. Abro al azar Nueva etiopía y encuentro Hi hintzena, Lo que tú eras. Atxaga es el que escribió esa preciosa nota para dejar sobre la mesa de la cocina, sobre la de la cena, sobre la cama, sobre cualquier lugar:

Necesito un largo día finlandés; 
tan largo 
como cuarenta días corrientes. 
Quiero un día finlandés 
para seguir hablando contigo.

Siempre tengo la sensación de que Atxaga sabe de qué van las cosas. Habla de los exploradores y de los viajeros que se adentran en lo desconocido:

Qué otra cosa podría ver un explorador cansado
dentro de los límites de un metro cuadrado de tristeza,
sino Caminos que los limoneros acompañan, sino Colinas
y ondulados Campos donde el vino ya se presiente.

A veces pienso que se está haciendo tarde para salir a caminar. A veces no.

Pero habrá que decidirlo pronto, mientras quede la luz del día, o la de la noche, todavía más luminosa. Y observar con la atención que solo la falta de metáforas permite. Por eso antes de nada estaría bien salir ahí fuera y romper sus vínculos, desajustarlas en lo más íntimo hasta hacerlas inservibles. Y si no hay metáforas solo queda aquello que podemos apreciar, una escucha sin jerarquías. Y entonces lo poético puede que tome otro rumbo, uno más propio en el que no se envían rutas ni trazados hacia otros lugares.

Así que esta noche voy a intentar escuchar con toda la precisión que pueda lo que dicen los tres poemas de la nevera. Lo que dicen y a qué saben.

6 de junio de 2012

Una parte del mundo que es habitable

Tres encuentros.

El primero es una conversación de teléfono. Hablo con un niño de cinco años, nunca nos hemos visto, y de pronto él se para y me pregunta: ¿a qué no sabes cómo es mi cara?

El segundo es con una frase que me vino a la cabeza y la anoté hace días. Desde entonces me observa: Caminar a lomos de una ola inquieta, por momentos violenta.

El tercero es el final de un artículo de Muñoz Molina: palabras que nacen de una soledad y parece que llegan sin mediación a otra.

Y hay una cuarta certeza: por las noches vuelve el invierno (aunque en algunos ríos es posible que, cuando hay luz, ya vuelen las libélulas). Un buen amigo me dijo que todas las noches, como un monje en su códice, dibuja alas de libélulas e intenta que brillen con todo su color. Lo hace como una ofrenda a quien se enfrenta a la muerte. Es duro. Pero si alguien dibuja alas de libélula brillantes para ti, y solo para ti, está dibujando un mapa de la parte del mundo que es habitable.

28 de mayo de 2012

Temblor

El viento
mientras las libélulas vuelan en círculo alrededor de los pies desnudos
Sin poder hacer nada, solo soñar con ese viento

Las virtudes del pájaro solitario
(uno de los mejores títulos que conozco, de Juan Goytisolo)

Atraidos por la noche, tal vez por la luna
en la época en que el fruto hunde sus pequeñas manos en la tierra

Y todo tiembla

27 de mayo de 2012

La piedra 609

Cerré los ojos.
Entonces te pude ver

A media mañana hacía fresco y algo de sol. Viajaba, me apetecía conducir y la autovía estaba casi vacía.

No sé como fue pero casi de repente encontré delante de mi una gran piedra que viajaba sobre el remolque de un camión, una piedra seguro que de varias toneladas. Reduje la velocidad y me puse tras ella, quería observarla con calma.

Era un gran bloque de granito con las huellas circulares de las perforadoras. Un cuadrado casi perfecto que llevaba inscrito con pintura roja: nº 609. Aquella era la piedra número seiscientos nueve, camino de no se sabe donde y procedente de alguna montaña.

Hace años hice un trabajo sobre esas grandes piedras. Y vi como inyectaban calor hasta el final de un minúsculo túnel que se internaba en las paredes de la cantera. Calor y frío hasta que algo allí dentro se rompía. 

Así que decidí viajar todo el tiempo que pudiera tras la piedra 609.

Hace unos días releí en mi libreta la despedida de una persona que aprecio tras haber compartido una pequeña ruta: Buen viaje y buenos recuerdos

Y hace muy poco, uno o dos días, escuché las tres Lecciones de tinieblas de Couperin. Y ese mismo día  encontré una persona desconocida que estaba viviendo la misma experiencia que alguien a quien quise mucho: una experiencia difícil aunque elegida con libertad. Y llevaban el mismo olor.

Entonces me di cuenta, mientras subía tras la 609 que la música había llegado al Macpherson's Lament interpretado por Jordi Savall. Fuego en el interior de la piedra, luego la presión del frío, más tarde otra vez fuego. Y la roca se desprende, se escucha un quejido sordo, parece un pequeño temblor, y con cierta suavidad se deja caer. Los hombres se apartan, alguno permanece encima del gran bloque, otros guardan las herramientas. Todo está preparado, todo ha terminado.

Apagué la música. Alguien me dijo: sin dramatismos.
Sin dramatismos. Todos los días nace y muere gente y todo sigue más o menos a buen ritmo. Vamos a los entierros, enterramos a quien sea, y luego nos tomamos un café para reconfortarnos, así que sin dramatismos: eso para la ópera.

Solo quería cerrar los ojos. Para poder ver.

Pero estaba conduciendo y como en una refinada tortura tuve que mantenerlos abiertos para seguir una ruta que podría parecer normal. Pero era anormal. Subir tras una gran piedra, luchando para que no ruede camino abajo siempre será una tarea perdida de antemano.

Ahora, después de un largo rodeo tras la piedra, regresé a un lugar que parece la casa. Y aquí busco algo parecido a la desaparición. Si lo consigo convertiré este lugar en mi casa. Escucho la Música callada de Mompou. El silencio, perderse en los silencios.

22 de mayo de 2012

Guardaré tu voz

John Donne. John Dowland. Muchas noches. En mitad de la nada. El tañido de las cuerdas. Bajo el influjo de lo que parece no existir, avanzas.

El domingo 13 de mayo algo importante me trajo a la memoria el Gutte Nach de Schubert. Después gente amiga lo volvió a escuchar y el viernes 18 de mayo leí un precioso correo en el que se decía que Dietrich Fischer-Dieskau estaba sonando con fuerza en alguna casa, al través de la mañana. Ese mismo día, lo supe hoy, Dietrich Fischer-Dieskau murió. 

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras,  pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve (escribe Tomas Tranströmer)

Tengo como una joya las tres colecciones de lieder de Shubert cantadas por el barítono alemán. Hoy escuché que no actuaba en público desde 1992 y que desde entonces se había dedicado sobre todo a estudiar precisamente la obra de Schubert. Tenía 87 años.

Tal vez el día deba terminar. ¿Cómo echar de menos a quien no se ha conocido pero de quien se han recibido tantas y tantas llamadas desde su voz?. Una voz pronunciando el paso del invierno hasta sus bosques más oscuros. Tenía un nombre bonito. Me gustaría saber pronunciarlo bien, con más ligereza.

Ahora, hasta John Dowland calla. Ya no se escucha el laúd, la guitarra antigua, una sola voz, sola, pronunciando frases que dibujan el mapa del día. Jornadas de las que se sabe poco, solo que existen. John Donne hace tiempo que ya no existe, aunque lo busque.

Guardaré tu voz.
Para que cuide esas canciones

Cuando partamos hacia la nieve

14 de mayo de 2012

Insectos y pétalos

Cerca de un río
debajo de la piel.
En mitad de un lugar
que hay que dibujar para que exista
sin mapa ni utensilios, con riesgo
en un lugar desconocido.

En otro continente
ahora que delante de la pantalla zumban insectos y pétalos de plantas que parecen hacer una muda nocturna. Una selva que llega hasta la ventana.

Este calor es otro.
A veces se escuchan voces
canciones muy a lo lejos. Antes de dormir me dijiste que algunas noches soñabas con piedras negras.