31 de octubre de 2012


30 de octubre de 2012

Hermanos

Hay algo en quien es tu hermano que te puede destruir
con la brutalidad de una onda expansiva.
Intenta aprender a protegerte.

29 de octubre de 2012

Sin héroes

Viajando a través de una noche que se repite y que no te deja apreciar, por ejemplo, la fase en que está la luna. Y en mitad de esa ruta hay una música que no se repite cada vez que la escuchas.

El andantino de la sonata en La Mayor D 959 de Franz Schubert.

El hombre lleva siglos asociando la idea del heroísmo a la del sacrificio y la muerte, pero ¿y si el verdadero héroe fuera el que dispone apacible cada mañana para los que ama el pan reciente y el café oloroso del desayuno?

Mientras releías este texto de Gustavo Martín Garzo comenzó a llover. Y pensaste que las gotas, limpiando las calles, también ayudarían a definir esos otros trabajos del héroe, por ejemplo la tarea (heroica) de la disolución junto a los demás.

26 de octubre de 2012

Una voz como un espacio en blanco

Letras que bajo las gotas se deshacen
hacia los bordes 
y parecen no decir nada porque en unos segundos son solo tinta.
Cuanto más se expanden
antes desaparecen.

Unos pequeños buhos repiten su voz en cuanto anochece.

No muy lejos las voces del Ensemble Organum cantan el Kyrie Eleïson del Manuscrito del Santo Sepulcro de Jerusalén. Los sonidos más básicos, con el poder de la respiración, iluminan partes que a duras penas han conseguido antes ver un poco de luz.

Los judios jasidin solían decir que en el texto sagrado revelado por Dios a Moisés en su visita al monte Sinaí no sólo importaban las palabras y las letras, sino también los espacios en blanco que las separaban. Esos espacios eran símbolos de la enseñanza divina, aunque no fuéramos capaces de leer en ellos. En tiempos venideros, afirmaban, Dios revelará lo que la blancura de la Torá oculta. Toda vida debe tener momentos semejantes a tales espacios, que son la parte aún no dicha de sí misma. Se vive, en definitiva, con la esperanza de llegar a deletrear las palabras escritas en esa página en blanco.

Jerusalén, tal vez esa sea esa la razón por la que ese Kyrie me llevó hasta el texto de Gustavo Martín Garzo. Una ciudad con una luz cálida y terrosa no muy diferente de un lugar difícil de olvidar: Tsitsiki. Las voces tras la cortina blanca, una habitación en una ciudad con varias ciudades en su interior. Un lugar entre el desierto y el mar, tardes enteras intentando identificar olores. Y cuando hasta la ventana llegaba el atardecer cálido, y la luz era menos intensa, era el momento de fijar la atención en los espacios en blanco.

Aunque me di cuenta mucho más tarde de que todo eso estaba ocurriendo.

Una

Una construcción
hecha de nada definitivo, ni terminado, ni perfecto

24 de octubre de 2012

En el interior de un líquido

Ahora pienso que los motivos invisibles son los de verdad poderosos. Lo pienso mientras te escucho.

Viajo hacia dentro de algo que desconozco, no necesariamente hacia su interior, dijiste. Y parece un sueño: la voz diminuta de unas máquinas pulsa unas teclas muy finas que al golpear una pieza de metal hace vibrar algo que parece perderse en el interior de un líquido.

Eso ocurre mientras miro el desierto a primera hora de la mañana, escribiste. Viajo hacia dentro como en una hipnosis, sin ninguna sensación de control. Llegar aquí exige varias jornadas de viaje intenso, y llegar a decidir este viaje supuso soportar la indecisión durante un tiempo largo. Las danzas de la incertidumbre, no muy diferentes a la invisible agitación que el calor produce sobre los granos de arena del desierto y sobre los diminutos seres vivos que viven entre ellos.

Apenas hay huellas, la vida se refugia bajo tierra. Pero escuchaste tu nombre. Te giraste y no había nadie. Tampoco tenía sentido que tú pronunciases el nombre de alguien. La arena parecía estar transformándose en diminutos granos de sal y todo el horizonte fue adquiriendo un ligero tono blanquecino.

No fue fácil encontrar el camino de vuelta.

Cuando llegaste a tu habitación del otro lado del mundo me contaste todo esto. Tus palabras viajaron y comenzaron a ejecutar su danza en la memoria. Hasta que me pareció experimentar una sensación parecida a la que describias porque su sonido se perdía en el interior de un líquido.

Un líquido que se agitaba contra los lados del recipiente que lo contenía y del que no se veía el borde pero del que se sentía su resonancia. Imaginé la bodega vacía de un gran barco de metal. Y tuve que encender una luz.

23 de octubre de 2012

¿De qué trata?

¿dónde incuba sus huevos la  necesidad de destruir?

¿de qué trata la destrucción?

¿existe con la misma urgencia con la que, por ejemplo, los árboles crecen?

¿Y el miedo?

22 de octubre de 2012


16 de octubre de 2012

Algo

Algo que siempre es difícil
(o lo que más aprecio):

saber expresar, y luego desarrollar
una duda

escuchar
aceptar

y
¿qué hay que hacer entonces?

nada

(lo más difícil)

15 de octubre de 2012

This is the end, la letra de una canción

Por un camino imprevisible y largo vuelve una canción de The Doors que desde que la conocí en el cine siempre me ha conmovido, me ha dejado con silencio. Pocas veces una música de este estilo (que apenas conozco) vibra de una manera tan seca y cortante en el espacio de la memoria. Porque al final, un toro, un gran buey subido al altar del sacrificio cae en silencio mientras algo que lo atraviesa le arranca todo lo que era suyo. Todo. The end es de 1967.

Y mientras la escucho una y otra vez, los ojos oscurecidos, recuerdo una carta de estos últimos días. La escribió un buen amigo. Me gustaría copiar la parte central aquí. Sacaré los nombres.

En los últimos días se mostraba alegre. Era una alegría infantil y también profunda. Su voz se había aclarado algo, era una persona con veinte años menos, sabía a lo que se enfrentaba y hablaba de cómo los recuerdos conforman la vida y también de la soledad que lleva consigo la memoria.
Se sentaba al sol que ya calentaba menos y miraba para que los ojos se cegaran un poco. Entrecerraba, entreabría los párpados, fruncía toda la cara. Después sonreía.
Nunca hasta ahora se lo había dicho, pero me pasaba horas mirando esa especie de concentración solar, a solas los dos pero sin saber que lo observaba.
Al final, siempre sonreía.
En los últimos días, sin ninguna razón para ello, decía (me insistía): tienes que estar alegre, eso sobre todo.

Sobre todas las cosas. En lo alto de la montaña como en lo alto de una mirada. Arrodillarse, dejar caer el cuerpo hasta la tierra como el del gran buey, abatido, justo antes de que la sangre luche por salir. Y hacer una especie de oración: en lo alto de la montaña como en lo alto de la memoria. This is the end, así empieza la canción. No arranques nunca, nunca, flores salvajes. Caerás abatido sobre el altar. Las flores deben conocer el sol del otoño y el frío de la altura y deberían sobrevivir hasta la nieve. Morir y volver a nacer. No asustes a los niños, no arranques flores salvajes: dos de los mandamientos tibetanos. La noche sobre un animal con los ojos cegados, mirando al cielo, desplomándose, caído, abatido, queriendo mirar de frente el final. Poco que ver con las emociones.

Parece un sacrificio. Un poco antes del final los sonidos enloquecidos, los gritos del cantante. Después todo se va apagando, y como si fuera la luz del amanecer, comienza a aparecer la memoria.

12 de octubre de 2012

Barbaria también es un lugar

Imposible olvidar al ruido de fondo. Se mueve en nuestra dirección, viene con nosotros, forma parte de lo que nunca nos abandona. Los sonidos de fondo, aquellos que nadie parece construir, que existen de manera azarosa, que quitan limpieza a un sonido principal, y que pese a todo (o precisamente por eso), uno decide escuchar con atención.

Barbaria. El país de las manivelas del músico Germán Díaz.

Antes de iniciarse el concierto alguien de la organización propone un pequeño juego a la audiencia: hacer una grabación con los mismos medios técnicos que había en los primeros discos. Así que quienes quisieran participar debían levantarse, caminar hasta el micrófono (que en la reproducción era altavoz) del gramófono y decir en voz alta y clara su nombre y apellidos. Firmar con la voz. Y luego volver a su asiento para escuchar lo que una pequeña aguja habría tallado en un delicado cilindro de cera.

Y lo mejor fue la reproducción de los resultados. Porque el límite a aquellas voces, que parecían venir de un país muy lejano e irreal, era el ruido de fondo, el giro rítmico sobre la cera que luego se transformaba en un pequeño aleteo de insectos o en las huellas diminutas de un ser vivo sobre una circunferencia. Lo mejor era ese círculo que se dejaba atravesar de pronto por un nombre y un apellido que apenas se identificaba. Es posible que ese hilo no fuese muy diferente de los dos únicos sonidos de fondo que según John Cage son inevitables: el funcionamiento del sistema nervioso (un sonido alto) y la circulación de la sangre (un sonido bajo).

El fondo, lo que no está en primer término, lo que no es protagonista indiscutible, pero que ampara y señala los límites a todo lo demás. Pienso en el fondo como en el suelo húmedo y fértil de un bosque. También silencioso.

Barbaria es una palabra preciosa, seguro que también es un lugar y que existe en algún mapa. Germán Díaz toca un órgano de Barbaria, también cajitas de música, pero sobre todo toca una zanfoña. Recuerdo haber aprendido Romances de ciegos tocados y cantados por el zanfoñista Faustino Santalices. Pero nunca había oído a una zanfoña adentrarse en sonidos que no parecían los suyos: unos sonidos inciertos y renqueantes, difíciles a veces, probablemente en el límite de la barbaridad técnica para los ortodoxos. Pero intensos y eficaces en las emociones y en la búsqueda.

Puede que el mundo emocional, cualquier mundo poderoso, esté más cómodo rodeado de los círculos concéntricos del ruido de fondo. Hasta los neurólogos han descubierto que lo que hace unos años desechaban en sus investigaciones, el ruido de fondo cerebral, ahora se revela como uno de los grandes ingredientes de la vida mental.

Me pareció que el concierto de Germán Díaz en el ciclo Espazos Sonoros consistía en escuchar y dirigir muchísimos sonidos de fondo. También en dedicarles toda nuestra atención.

Pero la comprobación sobre aquella música que no conocía vino luego, al seguirla escuchando en situaciones muy diferentes y día tras día (un buen amigo me consiguió alguno de sus cedés, por ejemplo Música para manivelas, el subtítulo de uno de ellos).

Y entonces, en horas y momentos muy distintos, me encontré buscando las piezas que más se parecen a esas ragas indias: una improvisación que avanza como un paseo mientras escribe sobre una base compositiva en la que todo parece cíclico. Tal vez como dibujar letras sobre papel usado.

Letras, sonidos, sobre superficies que ya tienen memoria.

(No sé la razón, pero una y otra me viene a la cabeza el título de Cesare Pavese: El oficio de vivir, el oficio de poeta).


9 de octubre de 2012

Te aseguro

Te aseguro que es absurdo valorar las posibilidades que tienes en un lugar donde no estás, aunque desees encontrarte allí con todas tus fuerzas

2 de octubre de 2012

Sólo

Sólo puedes ir hacia lugares que existen en un espacio que tú has abierto.

Sólo te puedes desplazar por un espacio vacío.

Liberar un espacio es lo primero y lo último.