20 de noviembre de 2012

Háblame de las tinieblas

Los perros parecían seres de otro mundo, ajenos, indiferentes a todo lo que tenía vida. Caminaban con la cabeza baja, solitarios y callados, como si ya hubieran consumido todas sus energías y ahora solo les quedase deambular mientras esperaban encontrar el camino de vuelta. Movían algo los ojos, imaginabas que olfateaban el aire, pero en realidad caminaban de manera errática en el barro.

Cada pueblo ocupaba el poco espacio que quedaba vacío entre un lago interior y otro. Un ajedrezado de agua con el color de la tierra y siempre cerca de ella inmesos depósitos de combustible, o de gas, o de nada. Más depósitos que personas y más perros que depósitos.

Aprendiste a caminar como aquellos perros, sin rumbo, cabizbajo, olisqueando algo que parecía no existir. Entre la llegada y la salida de aquellos pueblos podían pasar tres o cuatro días en los que había que convivir con aquel olvido. Ni rastro del sol y de vez en cuando oscuros lamparones de nieve también olvidada.

No sé como fuimos a parar allí. Algo de la limpieza del Ártico se debía colar hasta aquellas aguas, pero llegaba sucio y con un intenso olor a gas.

Después de horas caminando a la intemperie había que meterse en algún sitio y calentarse, o sencillamente recuperar no sé que energía que se había ido perdiendo en las profundidades de aquellos lagos. Lo único bueno de los interiores era que hacía calor: lugares inhóspitos a veinte grados y a los que a veces entraba alguna persona. Cuando eso ocurría, todo se desarrollaba en silencio.

Sentado, necesitabas mirar por la ventana como si nunca antes hubieses estado en el exterior, y minutos después comenzabas a leer un libro.

Soy toda tuya ahora, dime cosas tiernas, háblame de las tinieblas.
Recuerdas haber leído esa frase de Gao Xingjian en Severnyy, dentro de un lugar hecho con chapa y tapizado con madera de abedul y una moqueta roja seguramente arrancada de algún otro lugar. Una tarde entera leyendo La montaña del alma, mientras fuera no había más que distintos tonos de un color plateado que solo identificabas con la ausencia.