1 de diciembre de 2012

Todo esto, dijiste

Lo escribes a tientas, aunque no haya razones para hacerlo así.

Pasas el dedo sobre las letras para encontrar los huecos que las definen, que dibujan sus límites, y poder leer ese mapa silencioso: los sonidos de las palabras escritas.

Prestas igual atención a la mirada de las plantas que a los ojos de las personas. Los pájaros, los lugares, las casas.

Lees el relato sobre una planta que al cabo de veinte años floreció. La yema de los dedos sobre el asombro de quien no sabía que esa planta encerraba su propia flor.

A veces solo es un cambio de luz. El cómo dejarlas estar cerca de su brillo es algo misterioso. La luz que percibes en la punta de los dedos mientras recorres la columna vertebral.

Durante el invierno, en este otoño, los cambios de estaciones, la lluvia, la luz, las vértebras son variaciones de la misma música.

La luz en el bosque.

Soñaste con un túnel. Para avanzar solo disponías del tacto y acariciabas las paredes de hojas y ramas para reconocer pequeños puntos brillantes, punzantes.

Piensas en identificar las flores antes de que se abran, conocer el silencio del braille, leer como lo hacen otros seres que no somos nosotros. Un trazo que va y viene.

Seres anónimos existiendo en lugares perdidos, en los bordes, al pie de la carretera.

Viajas y la música ya ha comenzado.