9 de diciembre de 2012

Un día te vi

Un día te vi.

Había pasado mucho tiempo y en realidad tampoco me encontré contigo cara a cara. Ni siquiera te intuí a lo lejos en algún lugar.

Ocurrió que un día desapareció aquella neblina como lo hacen las nieblas del invierno cuando el sol quiere salir. Una capa, parecida a una finísima cascada de agua, se evaporó. Detrás estabas tú.

Fue justo cuando dejaste de agarrar el dolor como un preciado bien, cuando el dolor que había vivido en ti dejó de ser algo que te definia y marcaba tus límites.

Y era cierto: habías perdido tu forma externa. A cambio eras una persona más luminosa.

El deseo de luz produce luz, escribe Simone Weil.

Por eso me gustó tanto verte.