29 de abril de 2012

Radiografía de mi mente

En un libro al que acudo una y otra vez, aunque nunca lo consigo terminar, encuentro:

El héroe masculino de la narrativa (inspirado en la Odisea de Homero y la Eneida de Virgilio) representa a un personaje que afirma su individualidad y "se busca a si mismo" mediante la empresa de un viaje. Dicho periplo suele realizarse en solitario (aunque se disfruta de diversos compañeros de viaje temporales que se integran en la aventura o mueren asesinados). Tras el periplo, el héroe regresa al hogar convertido en un hombre maduro de personalidad realizada. Este mito en particular está muy arraigado en la civilización occidental.

(Es lo que a continuación denominan el modelo de llanero solitario).

Llevo un par de días pensando qué opino de todo esto. Al final, mirando de reojo la estantería vi la respuesta en el lomo de un libro:

Sin heroísmos, por favor de Raymond Carver

Solo ese título ya es suficiente. Pero busco en él alguna página con la esquina superior doblada (hay muchas). Y leo en una:

Cada poema que he escrito fue un momento único (...) Cuando veo uno estoy viendo la radiografía de mi mente en ese momento. Leyendo ahora estos poemas, tengo la sensación de estar ante un mapa aproximativo pero auténtico de mi pasado. me ayudan a hilvanar mi vida, a percibir su continuidad. Y me gusta la idea.

Mientras, la tormenta ha oscurecido la habitación. Pero esto no es la noche.

27 de abril de 2012

Ceguera

Una pequeña carta, sin nombre
escrita en el mismo tiempo que dura esta música

La música es el estado en que nos deja el alma,
algo así dijo Stendhal (se lo escucho a otra persona).

Una respiración

Mientras me alejaba decidí escribirte,
Versos del Magnificat

Y entre las imágenes de la montaña, mucho frío
este pequeño sobre

Un impulso por llegar a la isla de Farö,
siempre al final del día

La ceguera del autor de aquellos versos
resuena al final del Tiento, cuando el lugar queda resonando 

Unas palabras anotadas en la última literatura,
junto a tu ropa (¿recuerdas los versos?)

Los viajes de invierno cruzan el vagón,
Viajábamos en el tren

Mientras escucho a Antonio de Cabezón

26 de abril de 2012

Declaración de dependencia

En un intercambio de músicas me enfrento a una carpeta que decido copiar aunque no sé nada de lo que hay allí dentro.

La escucho y la música no me entusiasma (es de un grupo noruego que no conocía), pero el título del álbum sí: Declaración de dependencia.

(Y además me apetece escribirlo entero y sin sentirme obligado a ajustar los infinitos matices de las infinitas tonterías sobre la independencia y todo eso).

Me gustaría dedicar más tiempo a trazar los límites de una intensa, profunda (y muy personal) declaración de dependencia.

Uno no es hasta que el observador lo situa. Algo así dice la física cuántica. Pero también los estudiosos de la neurobiología. Claro que eso supone una dependencia y una igualdad en algo que nos constituye. Y es fácil que eso lleve añadido fragilidad y cambios en conceptos como originalidad, incertidumbre o simplemente entereza.

Un fragmento de un texto de Umberto Galimberti que llega a mi buzón:

Una especie de fractura de sí mismo para que el otro lo atraviese. Eso es el amor. No una búsqueda de uno mismo sino del otro, que sea capaz naturalmente bajo nuestra propia responsabilidad, de alterar nuestra identidad, desequilibrándola en sus defensas.

Sueño con poder escribir una larga lista de dependencias hecha solo a través de la experiencia. Con poder contar como cayeron las defensas, una tras otra, mientras ardían en contacto con el rayo que las atravesó.

La fortaleza de poder ser alterado, modificado, desequilibrado. La posibilidad de hacerse, de contarse el relato de otra manera, de contarnos a través de un relato que se hace cuando somos, cuando alguien, cuando algo, nos situa en un mapa infinito.

La posibilidad de depender de las fuentes, río arriba.

25 de abril de 2012

Debajo del viento

Empieza a contarme tu historia,
me gusta escuchar tu voz aunque no te conozco.
Es solo una manera de que existas

24 de abril de 2012

Ganar la partida

Gloria In Excelsis Deo
Dura 2:23 minutos. Y hoy sonó con tanta intensidad, que por momentos todo desapareció tras esa voz que entra desde una nada para agradecer, honrar, celebrar. La música sacra de Vivaldi.

Sonaba tan fuerte que la lluvia no existía, ni el motor del coche. Y en la esquina donde me giro a mirar, no miré. Subí la cuesta sobre el halo de celebración de la voz que adora. Avanzaba bajo la lluvia y no existía, ni el cristal la recogía, ni empapaba los árboles. Nada (o casi nada).

Sonó tan fuerte que el cansancio también desapareció. Y el ardor de ojos. Nada. Nada existe mientras la voz va creciendo hasta un lugar, en alguna altura, en que se calla porque roza con algo de su piel un cielo que, para los no creyentes, podría ser el silencio.

Pero, ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más (escribe Albert Camus).

A quien me recomendó leer este libro, gracias.

Sabían, ahora, que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene a veces: la ternura humana.

Gloria In Excelsis Deo y después el silencio. La secuencia del respeto y la ternura. El conocimiento: Un calor de vida y una imagen de muerte: esto era el conocimiento.

Y el recuerdo. La música se internó tan decidida en los oidos que se hizo con el control de muchas emociones. Emociones salvajes me gusta pensar. Recuerdos sin domesticar.

Tarrou había perdido la partida, como él decía, pero él, Rieux, ¿qué había ganado? Él había ganado únicamente el haber conocido la peste y acordarse de ella, haber conocido la amistad y acordarse de ella, conocer la ternura y tener que acordarse de ella algún día. Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo. ¡Es posible que fuera a eso a lo que Tarrou llamaba ganar la partida!

Tras la presentación de la orquesta, tras su avance poderoso se escucha la palabra Gloria. Y luego las otras palabras. En total las voces solo dicen cuatro palabras, situando la respiración, el acento en momentos distintos.

El conocimiento. El recuerdo. Los ojos mirando sin querer despegarse.

23 de abril de 2012

Cartas submarinas

En esta etapa me gustaría hacer algunos cambios.

El primero es que habrá entradas pensadas como cartas a personas que existen en algún lugar emocional, probablemente no en un lugar físico. Y desde ahí son importantes.

Aparecerán identificadas con la etiqueta Cartas submarinas (será la primera etiqueta que aplicaré a las entradas).

21 de abril de 2012

Abecedario de posibilidades

Veintiuno de abril de 2012.
Un aniversario, porque hace cuatro años que empecé a escribir en este blog. Y habría que celebrarlo.

Hace bastante tiempo (mucho más que este aniversario) hice una cosa que titulé Abecedario de Imposibilidades. Alabaron el título pero realmente detrás de aquello sí había una gran imposibilidad (y también una gran juventud). Esto también pasará, dice Chantal Maillard, unas palabras que se han convertido en un mantra particular. Y aquello también pasó.

Años después, en esta pantalla, he decidido modificar el título. Este blog solo me ha traido cosas buenas. Muchas y muy sorprendentes. Imposibles de prever y de calcular. En estos cuatro años se ha convertido para mi en un lugar de encuentro y de posibilidad.

Estas son algunas de las letras de ese abecedario de posibilidades. Alrededor de ellas no hay más que agradecimiento.

M. aún reinaba en la época en que abrí este blog. Cuido la planta que nos sacó de una mañana oscura. P. fue la primera persona que escribió un comentario (ocultos ahora), a las pocas horas de arrancar. A los pocos minutos I. dejó una reflexión y una foto preciosa, de rojo, declamando un texto en un teatro. Y O. enseguida me envió algunas sugerencias que con el tiempo se han ido convirtiendo en diálogos musicales más sugerentes.

En el viaje de invierno me encontré con personas excepcionales: el frío de B. atravesaba la piel de M. y algo de eso llegaba al correo. D. escribió el nombre del blog y eso lo sacó de una especie de clandestinidad íntima. L. hizo lo mismo (¡que elegante es L.!). Y A. aun no ha cumplido su primer aniversario.

Todo parecen emes, pero así es: M. dijo cosas sobre el Gran Norte que se incorporaron a la brújula. R. imaginé que me sujetaba la mano en el avión y de paso abrió algunas entradas del blog como se parte una sandía un día de verano, un día luminoso y cálido en el que no hay nada que hacer: solo ser feliz.

P. siempre identifica el murmullo de la corriente y me escribe sobre cómo limpiar el manantial. Con J. se recuperó un espacio perdido hace años y además escuchamos juntos un mal concierto (inolvidable ahora). Y con J. regresó todo con un abrazo entre algunas palabras. M. apareció con una intensidad increíble y con la misma contundencia desapareció: echo de menos ese encuentro.

Descubrí a S. hablar y escuchar con una gran calidad desde su silencio (¡y que bien hace el pan!). C... bueno, gracias a C. existe para mi mucha de la música que conozco y gracias a M. los Gurrelieder (eme... me sonrío pensando que podría extenderme un poco más pero me voy a contener).

A. me explicó con mucho detalle como cuidar los árboles y A. los tomates (y me recomendó lecturas, siempre confío en su criterio). Y por V. supe como era Japón, su Japón. Gracias a B. entré en el mundo interior que tiene tras de si un piano y a M. le regalé libros con portadas inventadas (...pero nada). C. escribió en alemán historias que no entendí. Y con J. reapareció la amistad.

E. me respondió de manera minuciosa y cálida a un montón de datos y sugerencias y F. envía pequeños detalles de sus viajes diarios que marcan con mucha nitidez mis días. D. calla mientras envía fotos de hoteles (me gustaría desarrollar esa amistad). Y con S. comparto las palabras y los gestos (gritos y susurros) sobre la lluvia en el tejado: cualquier lluvia, cualquier tejado.

Y en esto apareció B.: un ave, tal vez un pájaro: No creo que el primer deber del hombre sea definirse, si hay un deber primordial tendría mas que ver con la experiencia de profundizarse. Tragué saliva porque esta era la presentación.

Esto... y los encuentros que no existen en la bandeja de entrada del correo pero que igualmente existen y son poderosos. Con S. sobre el viaje al silencio, con A. sobre la caja negra que acumula datos sobre los viajes de nuestra vida, con R. sobre el cómo y el porqué hay que utilizarlo todo, siempre; con A. sobre como cada gesto es, en sus palabras, el último cigarrillo del condenado a muerte (fumado con placer).

Todas las historias que he escrito son autobiográficas, ninguna es una confesión. Son palabras de Amos Oz. También las agradezco porque así ocurre en este blog.

La ficción forma también parte de la autobiografía. Y la memoria, a la que me gusta acariciar como a un animal capaz de devorarte si se siente atacado, forma parte de esa misma ficción.

20 de abril de 2012


17 de abril de 2012

La Peste (a día de hoy)

Leo La Peste, de Albert Camus.
Y le pregunto a una persona cuya opinión valoro mucho cual puede ser La Peste hoy en día.

El individualismo feroz, responde sin pensárselo mucho. El continuo miramiento de ombligo (o como se diga), la actuación solo y en favor de uno mismo, la poderosa desaparición de los demás (los inmediatamente cercanos y los más lejanos), la sumisión a la dictadura de lo único, lo maravilloso, lo mío, lo poderoso (de poder) y unas cuantas cosas más.

Me deja en silencio, asiento a través del teléfono. El individualismo feroz.

Y el no querer ver el lado oscuro de la vida, añade luego. Y ahí ya no sé si estoy tan de acuerdo.

En el libro de Camus, la epidemia se extiende sin remedio por la ciudad entera. Las personas enferman una tras otra y en medio de grandes sufrimientos y dolores, con ganglios explotando de pus, se consumen y mueren. Es la peor de las enfermedades, la maldición.

Y apenas va quedando gente viva para intentar curar, acompañar y enterrar a los muertos. Muchos se parapetan en sus casas, otros intentan escapar. Pero algunos se quedan, presos de una ciudad sitiada. Y lo hacen desde la dignidad de ser personas.

La Peste también es el miedo. El miedo a lo que vendrá pero aún no ha llegado, como en El desierto de los tártaros. El miedo a la llegada de la barbarie, al galope, dispuesta a matar y violar, a saquear, a abrir el estómago con un cuchillo y a comer sobre lo arrasado. Eso es la barbarie y el miedo a la barbarie es la peste. Y aunque la barbarie puede ser hoy infinitamente más refinada, el miedo a ella sigue siendo la peste.

Camus dice que el mecanismo de esta maldición es recomenzar. La peste es infinita y continua, pertenece a todos los tiempos. Y precisamente por eso habría que atreverse a combatirla con el valor de mirar de frente el horror cotidiano y callado.

Es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad, dice uno de los protagonistas en el libro de Camus.

Y prosigue:

El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad.

La ignorancia también es la peste. El no saber y el no querer saber que vivimos a tientas y en la noche pero con ganas de luz, con muchas ganas de claridad. Y que por eso, tal vez, fabricamos cosas y queremos a gente y viajamos y todo lo que pueda ayudar (y por eso me parece tan deshonesto el oscurantismo calculado).

No hay inocencia posible en un estado así. No hay disculpa. No hay excusa para la ignorancia, para no escuchar, para no cuidar los alrededores y los límites, el centro. Tampoco se trata de protagonizar actos oraculares, pedagógicos. La peste nos iguala, no hay nada que enseñar.

A lo sumo habría que encontrar un lugar, digno, desde donde escuchar y querer el mundo. Y estudiar día y noche para averiguar que significa digno.

16 de abril de 2012

Un rompecabezas con dendroaspis angusticeps

Un puzle imposible de completar. Siempre es así.
Aunque dentro de la casa haya calor y sensación de protección, nadie sabe si la caja con las piezas cayó al suelo y alguna se perdió.

La vida humana es un misterio. Ayer, por casualidad, encontré y releí esta pieza del puzle, es decir, un artículo de Antonio Lobo Antunes. Llevaba días escuchando insistentemente los Gurrelieder de Arnold Schoenberg (al fin los tengo cerca), pero Lobo Antunes hizo que de repente se mezclaran con las músicas de Shubert que escuchaba, hace tiempo, al inicio de la noche.

De esos años la memoria recuerda lo que quiere. Pero junto a Schubert leía las Cartas de la guerra del mismo Lobo Antunes: la correspondencia que desde Angola le escribió a su mujer (estaban recién casados) que se había quedado en Lisboa. Cartas del día a día, cartas de amor, recuperadas hace unos años por sus hijas.

Y después mis dedos llegaron a otra pieza del puzle: las palabras Avenue Patrice Lumumba. Las leí y en la boca sentí los sabores del primer trago de un vino bueno, cuando todo se inunda y por unos momentos pierdes cualquier referencia, solo bebes y saboreas.

Crucé las palabras como se cruza a alguien en la calle, aparentemente sin darte cuenta. Pero las había reconocido. Regresé sobre mis pasos. Las había visto en unas imágenes del fotógrafo Guy Tillim, en un libro con fotos de Angola, Mozambique, Madagascar y la República Democrática del Congo: Avenue Patrice Lumumba se titula. Ni más ni menos.

Las miré una por una. Shubert y Schoenberg luchando en una parte del cerebro mientras otra área se dedicaba a saborear esa especie de vino imaginado. En cada esquina de las imágenes te escuchaba iniciar el relato: Volvíamos a casa...

El relato del horror, el de la memoria y la imaginación. El de quien ha visto morir en un combate. Ya no existía la posibilidad de volver. ni tan siquiera quedaba la casa en pie. Avenue Patrice Lumumba. Todo en ruinas.

Entré en internet para comprobar si esa Avenue existía en los cuatro paises que Guy Tillim fotografió. Y el puzle me devolvió, entre otras cosas, otro nombre: Dendroaspis angusticeps (está claro que en el medio se han perdido piezas). Es la letal mamba verde, que si habita en esos paises.

La vida humana es un rompecabezas misterioso. Imposible comprender. Pero necesario escuchar y cuidar la caja con las piezas que no se perdieron, que probablemente no son otras que todo lo que somos, todo lo que nos vamos haciendo.

Cerca de los Gurrelieder.


10 de abril de 2012

La oportunidad de elegir

Una habitación pequeña pero acogedora.
Casi todo lo que había en ella parecía tener un color ocre, terroso. Una cama amplia, tampoco muy grande, y una silla antigua. Una pequeña mesa de madera nueva. Y un balcón cerrado contra el frío. Varias luces. Cálidas. Y un rumor de gente charlando, bebiendo y cenando en la planta de abajo. Por lo demás, silencio.

La música unida por un vínculo con el momento en que se la escucha, en que se la ha escuchado. Un vínculo que es patrimonio individual. Y ser rico en ese tipo de patrimonio.

Temblaba. El aire circulaba por todos los espacios, entre las personas, entre los bancos y la cúpula, a través de los tubos. Desde el interior. La música de Antonio de Cabezón ofreciendo su versión de una respiración, de como suena el agradecimiento y cierta empatía con algo no terrenal. Un músico ciego.

Y anoté: sin el amor somos seres inertes.

Y también algo de lo que escribe Albert Camus en La peste: En el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad, es decir al silencio. Esperemos.

Covarrubias.

Antonio de Cabezón sonando en Covarrubias, en mitad de la noche cerrada y con un frío del invierno más duro. Conocía el pueblo pero cada visita era un viaje a lo desconocido y también a lo poderoso. Como los registros en los que puede sonar el órgano, uno de los instrumentos más completos y también más misteriosos. Tal vez porque todo en él se basa en la circulación del aire.

Invisible.

Los conciertos de órgano. Sentado por lo general en medio de una iglesia, o una gran catedral, fuera de la sala de conciertos habitual. Otros espacios. La mirada sin apenas detenerse en el intérprete, que está sentado cerca de la bombilla que alimenta la lectura de la partitura. Y los grandes tubos verticales con las aberturas para que el aire haga su trabajo. Zaragoza, los conciertos conmemorativos de la restauración del órgano de la Seo. La vida se estructuraba alrededor del viaje semanal para asistir a ellos.

El oído atento a los pequeños placeres, a los grandes también. Todos son grandes. Y todos ellos dibujan algún tipo de autorretrato, escucho en la radio del coche una mañana muy temprano. Cuando contemplamos uno de esos autorretratos nos llenamos, por arte de magia, de ganas de hacer el nuestro también. Solo se puede enseñar lo que uno ama.

Escuchar la música de órgano es reconciliarnos con el tiempo. Y no sé explicarlo.
Pero escucharlo a lo largo del tiempo, en varias piezas, en días distintos, con lluvia y con sol. Oir como nos rodea con ímpetu y luego nos abandona con cuidado. Escuchar sus cambios de registro, su infinito.

Y reconciliarnos con el tiempo, de una manera misteriosa, sedante, liberadora nos inyecta esa cura que ocurre cuando salimos a campo abierto y nos ofrecemos la oportunidad de elegir.

4 de abril de 2012

Donde debe estar

Escucho algunas canciones de Rodrigo Leao que estos últimos días llegan por caminos distintos.

Pocas veces me sentí cerca de su música, y aun menos cuando lideraba Madredeus (aunque ellos cantan en Lisboa Story de Win Wenders y solo por eso merece la pena volver a intentar escucharlo).

Y en una de sus canciones:

Mi corazón está ahí,
donde debe estar,
batiendo fuerte en el pecho

Justo ahí recordé la conversación con un buen amigo hace pocos días. Me contó que en la despedida de una persona a la que quería, ella le pidió las manos y también le pidió que cerrara los ojos. Fueron unos segundos en los que ella las sujetó entre las suyas, cerca de su ropa, cerca de su bolso.

E. me contó que no había notado más que ese contacto. Pero cuando se las devolvió, entre sus dedos venía el olor que ella había llevado durante toda la tarde. Le había traspasado su olor.