26 de septiembre de 2012

El color de la zona oscura

Un bosque
y de pronto los árboles parecen convertirse en plantas acuáticas, tal vez nenúfares.
O en una mano posada sobre el agua, sin hundirse en ella, sin apenas mojarse.
Apoyarse en estos árboles y sentir la respiración.

Pintar la luz sobre las hojas verdes y el laberinto sin oscuridad.

Estás mirando como varios ojos permanecen atentos a los giros del viento sobre los tallos finos, algunos sumergidos. Varias cosas pasan a la vez, solo puedes sentir que eso ocurre y respirar algo parecido a un color terroso, rojizo.

Entonces llegó el olor a tormenta. Y dijiste que querrías vivir en el color de algunos bosques (nunca había escuchado nada semejante). El color de la zona oscura.

A veces la nieve es oscura. Lo primero es su sonido, sabes que está nevando cuando poco a poco llega el silencio o las pisadas amortiguadas de los coches, muy amortiguadas, musicales casi. Es la nieve de un niño, el cielo como acero, limpio. Todo detenido.

Piensas en la noche y en la nieve. Cada noche es una variación más a partir de un tema que desconoces. Cuando lo dices, tiemblas porque no entiendes. Saber algo sobre los ciclos, alrededor de lo que no tiene fin y sobre lo que nada puedes decidir. Y que sin embargo te afecta.

Entonces, sin que nadie te escuche y mirando fijamente al hombre de Kiefer:
Espérame, volveré.

Dos palabras. Y entre una y otra el ciclo de la ausencia, que ocupa media vida.

25 de septiembre de 2012

Qué podemos

¿Qué podemos ver de una cosa cuando está calificada antes de ser nombrada?

Los adjetivos (antes de los sustantivos) arrojan arena a los ojos
y al corazón (que es el cerebro)
y a toda la emoción

24 de septiembre de 2012

Un sabor de día uno

Tengo la sensación de que este es el momento.

Y no quiero que pase una jornada más.
En lo alto de las montañas hoy seguirá el viento, los árboles se inclinarán sobre el camino y habrá niebla. El otoño es el momento de la destrucción en muchas culturas, en realidad en la naturaleza.
Esto es una continuación con extraño sabor de día uno.

Así que copiaré la reflexión que la fotógrafa Diane Arbus hizo en 1971 y que recuerdo casi de memoria desde que hace años la leí.

Una vez soñé que me encontraba en un magnífico transatlántico, pálido, plagado de dorados, con cupidos incrustados y tan rococó como un pastel de bodas. En él se respiraba humo. La gente bebía y apostaba. Yo sabía que el barco estaba en llamas y que nos hundíamos, lentamente. Los demás también lo sabían, pero se divertían, baibaban, cantaban, se besaban como arrastrados por una especie de delirio. No había esperanza. Me puse muy contenta. Podía fotografiar todo cuanto se me antojara.

18 de septiembre de 2012

No comprender (antes escribía no saber)
y aceptarlo

16 de septiembre de 2012

Aria quiere decir Aire

La historia es conocida
pero nunca la había sentido tan cercana

Una noche sin sueño y sin paz
busqué el Aria inicial de las Variaciones Goldberg de Bach

Tumbado en la cama, en un viaje, los ojos cerrados y concentrado en lo que estaba por venir: el inicio, con esos sonidos suspendidos que parecen no saber hacia dónde encaminarse

Al instante, todo el cuerpo se fue llenando con una resonancia aguda y penetrante: la música evoluciona por el interior de un espacio vibrante, pasa de un lugar a otro, regresa al primero

Gustav Leonhardt mantiene el pulso y la precisión, sólo música, no hay concesiones. Y los dos minutos veinticuatro segundos del Aria son suficientes para cortar el vínculo con la dificultad

Esa música de 1741, que parece haber sido compuesta para hacer soportables las noches de insomnio del conde Hermann Carl von Keyserlingk, curó como una medicina el mal de la impaciencia y el disgusto, o sencillamene la fiebre del sin sentido, cientos de años después.

También regresó el sueño, el aire del agradecimiento, la tierra roja.

15 de septiembre de 2012

Los riesgos del cara a cara

Al principio no tienes sensación de que haya principio. Y más adelante se pierde la noción de haber avanzado. Cualquier lugar del recorrido es una secuencia, lo es todo y a la vez desaparece entre todo lo que hay a su alrededor. La ilusión, perversa, de que existe un avance es posible que solo se pueda dar en la existencia de las máquinas, en la tecnología (y ni mucho menos en el sentido con el que se utilizan).

Seguir tiene que ver tanto con ir hacia delante (no sé bien lo que es) como con ir hacia atrás. Incluso en el día a día, para comprender algo de lo que ocurre puede ser más eficaz revisar los periódicos viejos que comprar el del día.

Dijiste que ya todo estaba en los griegos. Entonces, ¿a qué nos dedicamos?, ¿por qué tanta ilusión en que de verdad existe el progreso?, ¿como es el avance en todo lo que no es tecnológico?

Por algo del azar y por algo que es premeditado reviso periódicos, noticias, cajas de hace bastante tiempo.

El hambre lleva a los ganaderos a devorar las reses de sus propias granjas, era el subtítulo de una noticia el 16 de marzo de 1997. El título: Se hunde la Rusia profunda.

Podríamos ir al kiosko y comprar el periódico del día y el mes en que estamos pero de hace diez, quince o veinte años. Incluso deberíamos aceptarlo si nos lo entregan con la huella del paso del tiempo: deberíamos porque allí hay cosas a las que los años han aportado profundidad y entendimiento. Y eso, al menos, ofrece unas coordenadas, nos sitúa.

Algo parecido ocurre con los sms del móvil, incluso con los correos electrónicos. Abres un sms correspondiente al día de hoy pero de hace un año y encuentras que todo era actual, hasta podía seguir en pié la llamada de teléfono pendiente, el miedo pendiente, el viaje pendiente, todo estaba contenido en unos pocos caracteres.

Saber lo que está sucediendo no es lo mismo que comprender algo de lo que está sucediendo. Y se necesita entender algo para luego aceptar que siempre habrá áreas restringidas al misterio (no a la ocultación).

Un viaje portugués de Julio Llamazares se publicó en el periódico en Agosto de 1996. En él se habla de partes de la ciudad de Vidago de las que, cada vez que regreso, solo veo sus ruinas.

Y si piensas en la guerra de Yugoslavia, siempre ves las caras de tus familiares huyendo aterrorizados de la barbarie en la que casi todo el mundo tenía una parte. Tengo aquí delante una foto de cuando Mitterrand rompe el cerco de Sarajevo. Julio de 1992. Gran parte de los que aparecen en la foto ya han muerto.

El 4 de Enero de 1990, el jefe de Estado de la RDA, Manfred Gerlach dijo que Vamos a demoler el Muro de Berlín, porque ha perdido toda utilidad.

Berlín. Viajamos allí antes que a Rusia. El hotel nos ofreció una habitación como pocas veces volvimos a tener. Era invierno y parte del tiempo lo pasamos en aquel lugar blanco y cálido, envueltos en albornoces que parecían abrigos de piel. Aún existía el Checkpoint Charlie, y lo cruzamos.

B. pintaba con pasión. P. también, y además pensaba con mucha agudeza, un buen tipo. Ahora B. es fotógrafa (claro) y de P. solo sé por una foto en la que se le ve igual de serio y reflexivo tras veintitrés años.

Algo sobre el terror, por si piensas que solo existe en los países árabes. El terror es, también, ver llorar a través del skype y no poder traspasar la frontera de la pantalla, tan luminosa, tan oscura. Por eso en Junio de 1992 el periódico publicó: Los riesgos del cara a cara. La inmediata implantación del videoteléfono cambiará muchas actitudes de la sociedad, según los expertos.

Y en noviembre de ese mismo año un experto de verdad, Agustín García Calvo, escribía artículos para una serie larga que tituló El derrumbe del sistema.

Voy a contar cuantos años hace de aquello. Y ¿cuánto hace que los rusos devoraban sus propias reses? Hacia atrás es hacia delante, o es hacia ningún sitio, simplemente es con tanta fuerza, sentido y honestidad como está siendo la actualidad.

No sabría qué más decirte. Ayer activé un archivo con mis datos en una institución y para mi sorpresa aquella base de datos ya los poseía: a mi nombre y apellidos le correspondía una calle, una casa, un distrito y una ciudad del año 1989. Aletargados, los datos empezaron de pronto a explicar cosas con su silencio.

Ir hacia atrás puede ser una forma como cualquier otra de observar lo invisible, lo que ofrece sentido y comprensión al terror, al miedo a la oscuridad, a los sonidos de la casa cuando todos duermen. Si pudiéramos pedir un deseo por haber sobrevivido (desde una casa en paz) a la hambruna rusa y a la guerra yugoslava, yo pediría que el pasado nos concediese algo (solo algo) menos de miedo para avanzar en cualquier dirección, incluida la ruta hacia nuestra memoria.

12 de septiembre de 2012

Difícil saber

Lo recordaba desde esa memoria lejana: un parpadeo que apagaba y encendía una luz sin ninguna regularidad aparente.

Sabia que estaba en algún lugar y que seguía vivo, todo lo demás permanecía borroso. Ni un nombre, ni un lugar para localizar el origen del recuerdo, ni un hilo para tirar de él.

Era, estaba allí y no se dejaba ver del todo. Parpadeaba.

Y había a su alrededor una niebla como la que se ve en un puerto de montaña: sobre las antenas, en la piel del ganado que cruza, salvaje y manso, el monte.

Miré en la estanteria. Reparación de C.K. Williams lo recibí en un paquete en noviembre de 2007.

Difícil saber si el ser humano se muestra especialmente
inquieto
con las crisis, calamidades, desastres, o si los desea
inconscientemente.

Cinco años después, sentado frente a un buen amigo hablamos de Williams y ojeo el libro que ha comprado. El primer poema empieza así:

Al anochecer, ante un sendero, un arroyo,
nos detuvimos, yo nervioso y desanimado
por el sufrimiento de alguien a quien amaba,
la gama con su eterna alarma incipiente.

Durante un tiempo cuando escuchaba "Williams" pensaba en C.K. Williams y también en William Carlos Williams; mejor dicho, no sabía en quien pensaba porque los confundía. Recuerdo que busqué sus fechas de nacimiento, algo sobre cada uno de ellos.

De vuelta a la ciudad busco ese libro de C.K. Williams (Newark, Nueva Jersey, 1936) y en una buena librería solo encuentro Paterson de William Carlos Williams (Rutherford, Nueva Jersey, 1883-1963). Está en la estanteria de la uve doble, en una edición fea. Decido llevármelo, y entonces lo abro:

Y es que el comienzo es con seguridad
el final -ya que no conocemos nada, puro
y simple, más allá
de nuestras propias complejidades.

Y sin entrar en ninguna otra librería sigo buscando El Canto, de C.K. Williams.
Hasta que un día entro y allí está:

La mayor parte de lo que somos es memoria
y la anticipación de recuerdos por llegar.

Solo hay un ejemplar y tiene marcas de haber pasado por varias estanterías: las esquinas algo dobladas, ya nada es blanco en la portada. Me lo llevo.

Aquel parpadeo.

Ahora recuerdo un semáforo con una sola luz, amarilla, señalando algún peligro en mitad de la carretera de montaña: ni cerraba el paso ni lo abría, parecía advertir sobre algo invisible. Había niebla y era de noche, tarde. Creo que volvía a casa y al hacer una curva, pegado al borde de un gran precipicio, el río allá en el fondo, apareció aquella luz portátil. Era invierno y la lluvia había limpiado la nieve de la carretera. Nadie exigía nada.

Ahora, abro El Canto:

Cómo llegar a saber de verdad
cuánto de nuestra mente es memoria, y no menos
qué porción de uno mismo es de los demás
antes que de sí.

11 de septiembre de 2012

Jugar

Jugar a juegos que no conocemos
o jugar con reglas que ha propuesto el otro.

(Jugar es una razón grande para saber algo acerca de la realidad)

5 de septiembre de 2012

Justicia. No la fuerza bruta del derecho

No es esto compañeros, no es esto
por lo que murieron tantas flores,
por lo que lloramos tantos anhelos.
Quizás debamos ser valientes de nuevo
y decir no, amigos, no es esto.
 (...)
 No es esto compañeros, no es esto;
nos dirán que hace falta esperar.
Y esperaremos, bien es cierto que esperaremos.
Es la espera de los que no nos detendremos
hasta que no sea preciso decir, no es esto.

Durante toda la conversación escuché de fondo estos versos escritos por Luis Llach. Permanecí atento a aquella descripción de la imposibilidad, también de la dignidad, y la música de esta canción compuesta hace más de treinta años regresó, aunque hacía mucho que no la había escuchado. Dijo que el sesenta por cien de sus compañeros de trabajo no tendrian contrato este año. Y todavía desconocía de que lado de la balanza caería su caso particular.

He pensado durante un cierto tiempo en abrir una etiqueta con ese primer verso: no es esto compañeros, no es esto. Y lo voy a hacer. Me gustaría que tratara de las cosas que tienen que ver más con la justicia que con el derecho, tal y como lo escribe Simone Weil:

Los griegos no tenían la noción de derecho. No tenían palabras para expresarlo. Se contentaban con el nombre de la justicia. (...)
No es imaginable san Francisco de Asís hablando de derecho. (...)
Si se le dice a alguien capaz de escuchar: "Lo que usted me hace no es justo", se puede golpear y despertar, allí donde nace, al espíritu de atención y de amor. No sucede la mismo con palabras como: "Tengo derecho a...", "usted no tiene derecho a..."; encierran una guerra latente y despiertan un espíritu de guerra. La noción de derecho, puesta en el centro de los conflictos sociales, hace imposible desde todos los ángulos cualquier matiz de caridad.

¿Qué quedará de toda esta situación si solo acudimos al derecho?
No es esto compañeros, no es esto.

Así que volví a casa, busqué la canción, me coloqué unos cascos capaz de aislarme de algún tipo de soledad y puse, con todo el volumen soportable, la música de Llach. Y esperé que fuese penetrando en los dos hemisferios cerebrales, que llegara a las circunvoluciones internas, a las más oscuras, al cerebro también reptiliano, a todos los lugares, de lado a lado, con la confianza de que cuando las voces hacen los coros, entonces, el área encargada de la memoria también se activaria y aquello sería un proceso irreversible. Y me pareció un buen ejercicio.

4 de septiembre de 2012

Hacer

Hacerlo, y no juzgarlo mientras se está haciendo.
Para no distanciarme de él: de lo que hago, de lo que estoy haciendo.

1 de septiembre de 2012

Iré a verte

Iré a verte, le dijo.
Llevaré algo para pasar la tarde. Tal vez podamos leer juntos o recoger la última fruta.
Verás que todo es casi igual en todos los sitios, por eso estamos aquí, en cualquier lugar.
Podremos hablar sobre en qué consiste ser valiente, o que quiere decir internarse en los bosques: una vez entré en uno y permanecí en silencio hasta desaparecer. Ojalá nunca lo olvide.
Espérame, no tardaré en llegar. Y si sales a caminar, tal vez puedas ir por el camino por el que llegaré, así nos encontraremos como si fuese una casualidad.
Tendremos tiempo, no te preocupes, no tengo prisa: toda la casa está ya embalada. No queda nada por hacer.

(Tal vez hubiese preferido no estar allí y no escuchar la conversación de aquellos ojos, diminutos y líquidos, a través del teléfono. Salí fuera, busqué el camino de la tierra rojiza. Hacía calor y todo el mundo parecía dormir. Recuerdo haber hablado algo aunque no había nadie cerca. Quise pensar qué habría antes y después de aquella conversación).