19 de marzo de 2013

Carta

Lo leí y no recuerdo dónde: no basta con la lucidez.

Tal vez la lucidez se pueda parecer a la figura en algún retrato, nítida y vibrante. Pero el fondo es todo lo demás, aquello de apariencia menos luminosa pero que todo lo abarca. Y en el fondo, entre otras muchas cosas, está el juego, y es posible que en el juego nos vaya la vida. Por eso deberíamos tomárnoslo muy en serio.

Pero además, la lucidez, en el mejor de los casos, es un fragmento de luz personal que tal vez no pueda iluminar otros fondos. Y, por lo general, cuesta tanto llegar a ella que, a partir de ahí, todo serán defensas del terreno conquistado a la aridez del salitre.

Otra cosa son las ganas de jugar: presentes en el inconsciente de una especie que conoce el miedo, la lluvia, la cercanía, la soledad, el amor, el odio o la rabia. También la noche.

La lucidez no basta porque, en determinados ámbitos, siempre tiene algo de crítica excesiva. Y la hipercrítica (lo escribió Javier Gomá en el periódico) es paralizante si seca las fuentes del entusiasmo y fosiliza aquellas fuerzas creadoras que nos elevan a lo mejor.

Es casi imposible que el juego seque las fuentes del entusiasmo: subir río arriba, siempre hacia las fuentes, ¿recuerdas?.

Jugar no es difícil, lo difícil es querer jugar. Es cierto que en ese mundo interno existe más incertidumbre que fuera y es posible que permanezcan enquistados algunos miedos de la infancia, algunos olores. Todo eso puede ser cierto pero no puede paralizarnos.

Sumergidos en las voces del juego, callamos: no tenemos aliento para la palabrería mientras nos vamos moviendo sobre un fondo cambiante, intenso siempre, siempre atractivo, vivo. Vamos hacia lo mejor de nosotros.

Pensaba estas cosas,

(es una manera de decirte cuanto echo de menos jugar contigo).