17 de marzo de 2013

Tener la lámpara encendida

Hay veces en que los años parecen avanzar hacia atrás. Suelen ser horas, que a veces se alargan días, en que se vuelve a cualquiera de las edades más duras. Una de ellas la describe muy bien Tomas Tranströmer:

El invierno en que tenía quince años me cubrió una gran angustia. Fui atrapado por un reflector que proyectaba oscuridad en vez de luz. Me cubría cada tarde, cuando comenzaba a oscurecer y la angustia no aflojaba su abrazo hasta que amanecía al día siguiente. Dormía muy poco, sentado en la cama, habitualmente con un grueso libro frente a mí, leía muchos y gruesos libros por esta época, pero en realidad no puedo decir que los leía porque nada quedaba en la memoria. Los libros eran una excusa para tener la lámpara encendida.

Y hay ocasiones en que esas mismas horas extienden su luz hacia atrás y hacia delante, permitiendo que cada circunvolución de nuestra zona oscura encuentre la edad a la que de verdad pertenece (que casi nunca es la edad en que se formó). Una de esas ocasiones, a la que estoy agradecido, la viví hace poco tras ver una película documental que debería ser obligatoria para hacerse una idea de que no todo está perdido: Searching for Sugar Man, dirigido por Malik Bendjelloul.

Lo que ocurre es que, aún bajo la cercanía de esas imágenes (que no se desvanece) muchas noches leo y leo para que no haya que apagar la lámpara.