13 de mayo de 2013

Vámonos a casa

Dijo:
vámonos a casa.
Y sonó con tal decisión, con tal sentido de normalidad, que durante un momento sentiste que había una casa a la que volver.

De un golpe seco la herramienta se hundió.
Pero con la tierra removida vino un ser hinchado y somnoliento, enroscado sobre si mismo, que aguardaba en la profundidad una señal sobre su nacimiento. Ciego.

Hay silencio. En la calle, en la carretera. No hay líneas en el cielo. Pero pronto habitaremos otros planetas y viajaremos hasta ellos en un disco de oro puro que girando sobre si mismo, y a altísimas velocidades, nos protegerá del riesgo de arder cada vez que salgamos de nuestra atmósfera.

Escuchas el último cuarteto de Shostakovich, el No. 15, Op. 14. ¿Cómo se llega donde está esta música?, ¿cómo sobrevivir cuando no hay nada más ya? Los seis movimientos están recorridos por la vibración del final, también por el instante previo al nacimiento. Cada sonido es una onda más profunda.

Después, querías decir algo pero no había nada en tu voz. Tampoco personas. Pero sí grandes troncos de árboles y también recuerdos, ganas de viajar contigo en un disco de oro, una rara nave espacial capaz de mecernos mientras atravesamos dentelladas de fuego.

Vámonos a casa

en voz baja sin prisa con urgencia salgamos de aquí desaparezcamos hundámonos junto a los seres que aguardan su nacimiento o desistamos para poder viajar lejos muy cerca.

Terminó la música.
Con esos seis Adagios del descenso regresó tu voz.

Y en la caída aún pudimos vibrar como los insectos nocturnos del calor.
Seguramente fue el rozamiento con el aire, o con la tierra negra.

Olores que tienen la precisión de un mapa.