7 de julio de 2013

En un asombro perpetuo

Era tarde, hacía menos calor, apenas pasaban coches ya. Te tumbaste en la cama, no podías dormir. Apagaste la lámpara. Aún faltaban varias horas para que regresara la luz. Había que esperar.

De pronto sentiste que querías escuchar su voz, saber cómo era su voz: la de quien escribe sobre la facilidad con la que olvidamos las voces. ¿Recuerdas cómo era la voz de tu padre?

Esa escena ya se había producido alguna otra vez. Así que te levantaste y fuiste al ordenador, no es difícil escuchar palabras dichas por alguien. Otra cosa es saber, estar cerca, del tono de su voz.

Llevas días leyendo, estudiando, el Tercer libro de crónicas de Antonio Lobo Antunes: Hasta hoy he vivido en un asombro perpetuo. Y todo sigue empujándome hacia la vida, escribe.

Lo dice quien trabaja para entrar, tal vez para meter algo de luz, en las zonas más oscuras (su admirado Ernesto Melo Antunes caminaba con una linterna mientras los atacaban en la guerra de Angola: es que a veces quería morirme, dijo más tarde cuando le recordaron su valentía como oficial).

Escuchaste, una y otra vez, palabras dichas por Antonio Lobo Antunes. Y su voz: El cielo está en el fondo del mar. Piensas en la voz de tu padre y te vienen sus gestos, su sonrisa, sus manos. Y acude el mismo temblor que leyendo esas páginas.

Solo sientes eso que es anterior a las palabras (así lo dice Lobo Antunes), las emociones que agitan nuestro fondo marino, en sus páginas y en las de Amos Oz. Para todo lo demás... (para la mayor parte de todo lo demás)... queda la palabra ingenio, lo ingenioso, a veces los malabarismos. Imbecilidad pegajosa cuando pensamos que vamos a morir (pocos versos tan ciertos como el famoso de Gil de Biedma: la vida va en serio).

No conoces mejor libro sobre teoría de la literatura, sobre teoría estética, sobre psicología también, sobre lo importante, que las crónicas de Antonio Lobo Antunes. Ahí está todo, pero sin la grandilocuencia de los ensayos, sin ninguna separación ni clasificación. Las palabras creando el entramado de capas que dan forma, oculta, a lo que realmente importa. Nada es lo que parece y todo es importante. Y que difícil (y valiente) es trabajar para ponerle palabras a eso.

Las palabras que tu padre no decía, pero dibujaba con su silencio y, a veces, con su alegría. No le gustaba el calor, por eso viajaba por la mañana temprano. No se podía decir que viniese a desayunar, pero a esa hora llamaba a la puerta. Era su manera de explicarte, sin una sola palabra, que te echaba de menos.

Nada tan asombroso, tan radical, tan revolucionario, tan cierto como escuchar y sentir un temblor, como cuidar los espacios por los que pasará, por los que podría pasar, si cae en ellos como cae un rayo en una ventana abierta y atraviesa toda la casa. ¿Cómo es la voz de un temblor? Y todo lo que queda de vida para investigarlo.