7 de octubre de 2013

El peral y la gineta

Uno
Recordé el poema de Bernardo Atxaga sobre el erizo.
También la gineta salió de la noche llena de agilidad y belleza, la cola gris y negra, todo el cuerpo ondulante, un verdadero galgo del bosque, toda la evolución en la perfección de unos ojos capaces de ver en la oscuridad con una mirada curiosa e inquietante. Pero cuando intentó cruzar al otro lado y se encontró con la carretera, tampoco ella identificó las luces del coche, ni comprendió el giro que daban para intentar evitar un sonido tan leve como el de los huesos huecos de los pájaros. Como el erizo de Atxaga, no se dió cuenta de que iba a morir.

Dos
Una de las imágenes más tristes que puedo imaginar es la un árbol que es cuidado en cada estación y del que nadie recoge la fruta que él elabora con minuciosidad. La fruta abandonada en las ramas es como un diálogo sin completar y por el que uno ha hecho un largo viaje.
Así que esta tarde, con un sol de otoño, recogí de las ramas de un viejo peral doce pequeños frutos maduros que llevaban ya algunos días esperando el calor de las manos.

Es posible que el único que puede evitar la llegada del olvido.

Te doy las gracias por algo que no sé lo que es. Ni tan siquiera sé quien eres.