14 de septiembre de 2013

Un cortafuegos en el mar

Dijo que no importaba, que algunas cosas aún tenían solución. También me dijo algo sobre la edad. A nuestro alrededor un país ardía en llamas. Como ahora mismo.

El fuego ascendía hasta lo alto de los árboles, triunfante, y luego saltaba muchos metros más allá en medio del sonido de cristales rotos.

No supe qué hacer. El fuego cruzó el río, saltó sobre al agua burlándose y se apoderó de los árboles que estaban creciendo.

Cerré las ventanas. El plástico del exterior se derretía con el calor.

El día anterior había escuchado con atención la música de Heinrich Ignaz Franz von Biber, en especial la Passacaglia para un violín solo, la conocida como El ángel de la guarda.

En una hoja copié a mano un texto: Mi patria es todo aquello que recuerdo. No es algo físico, sino mi memoria, lo que tengo en mi cabeza. Es de Anselm Kiefer.

Y busqué palabras sueltas: Es todo aquello (fue lo que encontré).

Pensé en los cortafuegos: hombres encendiendo fuego en dirección contraria a las llamas. Creí en ellos durante algunos momentos.

Una vez
en la carretera, paré el coche y fotografié el mar cuando estaba rojo. Pronto estará negro, caerá la ceniza, arderán las piedras.

Podría buscar aquella imagen. Recuerdo que había un palo de madera en mitad de la playa vacía. Las olas se ponían rojas, también algo del cielo. Y comenzó a llover a través del calor. Dormitabas en el asiento.

Si la encontrara, tal vez, se podrían ver las copas de los árboles aún intactas.

Las señales de los árboles desaparecidos, una ciudad entera por la que corren borbotones de savia y raíces, todo, reducido a puntitos negros, volátiles, ceniza. También leí que la ceniza es la raíz de lo cantable (más o menos unos versos de Paul Celan).

(Siempre se dice eso).

¿Sabes una cosa?
buscaré aquella imagen y la enfrentaré al fuego, tal vez se convierta en un cortafuegos. Aunque no tengo demasiada fe.

Solo creo en el diálogo con las pequeñas voces, apenas inaudibles, a veces pura ceniza, pero a las que hay que atreverse a escuchar y con las que hay que hacer algo. Acariciarlas a pesar de que solo son una forma de energía. Intentar que el fuego no atraviese la carretera.



11 de septiembre de 2013

060206

Seis de febrero,
¿es el ave del final del invierno
o estuvo aquí durante los otros meses del frío?
Las cuatro menos cuarto
de la tarde. También una cigüeña

10 de septiembre de 2013

Digging

Entonces llegó el autobús y se detuvo frente a unos topes de cemento manchados de aceite. Aquello era una parada en mitad de un viaje largo.

Se bajó con los demás y apenas tuvo que caminar dos pasos para acercarse a la pared. Sacó del bolso un gran teléfono móvil que tal vez era una pequeña tableta. Con las dos manos lo levantó a la altura de los ojos mientras sostenía un cigarrillo en la boca y fotografió el nombre de la estación. Luego se dejó ir entre el grupo de viajeros mientras tecleaba algo. Todo fue muy rápido.

De pie en aquel andén, pensaste que en pocos segundos sus seguidores sabrían donde estaba a esa hora del día. Un día cualquiera.

El embrutecimiento.

Subiste hacia las fuentes, muy arriba, cerca de las piedras bajo las que corre el agua que no se ve, terrosa y cálida. Y al deshacer el camino, río abajo, supiste por la radio del coche que el poeta Seamus Heaney había muerto ese mismo día. Viernes treinta de Agosto. Tenía setenta y cuatro años.

A Seamus Heaney le debes agradecimiento por todo lo que has recibido de sus escritos. Te gustaría inclinarte ante él con silencio. Copiar a mano alguno de sus poemas.

Entre el índice y el pulgar
descansa la pluma gruesa, grata como un revólver.

Bajo mi ventana, el claro raspar
de la pala que se hunde en tierra arenisca:
mi padre, que cava. Observo desde arriba
el esfuerzo de su trasero entre las plantas;
se dobla, y se yergue veinte años antes,
agachándose rítmicamente entre hileras de patatas
donde cavaba.

(...)
Pero yo no tengo una pala con la que seguir
a hombres como ellos.

Entre el índice y el pulgar
descansa la gruesa pluma:
cavaré con ella.

Cavar. Es el primer poema de su Antología Poética editada por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert en 1994. Al año siguiente recibió el Premio Nobel de Literatura. Entonces supiste de él y empezaste a leerlo.

Heaney escribió un poema contra cualquier embrutecimiento: El zahorí. Y también un ensayo para conectar sus mundos emocionales con los de la escritura y la lectura: De la emoción a las palabras. Y muchos poemas sobre distintos nortes, el olor de la tierra, las deudas con los que nos precedieron o lo que no se puede explicar y se convierte en semilla.

Ese mismo día, en la carretera, había un cartel: Museo de Fauna Salvaje.

Y pensaste en lo que leíste en algún lugar: que deberíamos convertirnos, poco a poco, en seres más tiernos y más salvajes.

Ahora, a esta hora ¿a qué se enfrenta el ojo dócil y sin ternura del gran móvil o la pequeña tableta?

Escucha,
una canción escrita por Seamus Heaney:

Un serbal como una chica de boca
pintada. Entre camino y carretera
los alisos mojados se mantienen
distantes, gotean entre los juncos.

Hay las flores humildes del dialecto
y las perpetuas de tonos perfectos,
y ese momento en que el pájaro canta muy cerca
de la música de lo que acontece.